La cámara fotográfica, no como extensión de los ojos, sino de la mente. La lente como agujero que transfiere la idea del fotógrafo al objeto fotografiado. La cámara no roba el alma, sino que el alma del fotógrafo es la que queda expuesta.
Esto explicaría que el disparo del artista a la actriz muestre un micromundo distinto del disparo del transeúnte que pretende inmortalizarse —dos minutos en las redes— con la misma actriz. Un retrato y el otro, más que mostrar a la actriz como criatura poliédrica, muestra las intenciones, deseos y frustraciones de los autores.
La gracia, la belleza, la fealdad (a propósito o no) de un retrato depende más de la subjetividad que de la cámara. Maneras de ver que se imponen a los mecanismos. Maneras de ver que pueden etiquetarse. Una de esas maneras es lynchiana, según David Foster Wallace. El autor de La broma infinita pasó tres días en el rodaje de Carretera perdida para redactar un artículo sobre Lynch para Premiere.
«Una definición académica de lynchiano podría ser algo que «alude a un tipo particular de ironía donde lo muy macabro y lo muy rutinario se combinan de tal forma que revelan que lo uno está perpetuamente contenido en lo otro»».
Con estas palabras, Wallace expresa cómo los paisajes, las personas y los objetos, por diminutos que sean, están teñidos del tema preferido de Lynch: la presencia del mal. Si objetos como un teléfono colgado, una bombilla o una moneda abruman, es porque Lynch ha condensado en ellos su obsesión. Objetos como metáfora y a veces como vehículos del drama.
De manera que, efectivamente, hay una mirada lynchiana igual que una hitchcockiana. Si ante una fachada hubiera un farol rojo, Hitchcock filmaría la fachada y cortaría al interior. Lynch quizá no mostraría la fachada; comenzaría un primer plano del farol rojo antes de pasar al interior. A Lynch no le importa tanto colocar al público en la trama como mostrarle qué sucede (lo propio de la naturaleza de los sueños: el salto de un lugar a otro).
Habiendo una manera lynchiana de retratar el mundo es posible, de alguna manera, aprehenderla y recrearla. De hecho, ese ha sido el trabajo de los directores de fotografía a la sombra de Lynch: Peter Deming (Twin Peaks, Carretera perdida, Mulholland Drive) y Freddie Francis —el mismísimo director de películas de la Hammer con Christopher Lee y Peter Cushing— que sirvió en la retaguardia en El hombre elefante y Dune.
Esta manera lynchiana es también inspiración para otros cineastas y fotógrafos. Una muestra de esto lo encontramos en el libro, aún inédito, A Place Both Wonderful and Strange. Inédito porque está inmerso en una campaña de mecenazgo en Kickstarter para llegar a la imprenta.
El ejemplar recoge 130 imágenes de 13 fotógrafos de distintos países con lo lynchiano como punto de partida. Retratos de personas y objetos cotidianos, tomadas en las localizaciones del rodaje de Twin Peaks, que refieren oportunidades perdidas. Muestra espíritus golpeados en la América profunda y objetos que contienen historias de perdedores.
«Lynch no da la sensación de querer “entretenerte”», escribió Foster Wallace. «Con sus películas te obliga a trabajar la cabeza».
De la misma manera, A Place Both Wonderful and Strange no tiene la intención de ser un libro bonito —«¡no necesitamos libros bonitos», escribió Kafka— ni entretenido, sino que reclama el paso calmado de las páginas, sereno. Las imágenes exigen, sí, la plena atención; mirando las cosas, sin prisas, sin distracciones, es como descubrimos nuevos mundos delante de nuestras narices, según Lynch.
Puedes ver más imágenes en A Place Both Wonderful and Strange.