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A juicio final: ¿Los muertos vivientes están entre nosotros?

Decía Mark Twain que «Cada vez que te encuentres del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.»

A día de hoy no hay nada menos apetecible que sentirse parte de la masa o de la mayoría. Todos queremos (o creemos) ser distintos de los otros. Quizá porque vivimos una época en que hemos aceptado «el fin de las ideologías» ya que fueron estas ideologías las que pretendían dignificar el sentimiento de «masa».

Moliere retrataba perfectamente en «El misántropo» la dicotomía casi psicótica entre pertenecer a algo (el ser humano es por definición, como mínimo, un ser social) y la necesidad de sentirse diferente, distante y único entre la masa. Alceste, el protagonista del texto y misántropo, resulta finalmente un ser patético y ridículo que reniega de la sociedad a la que pertenece y sin la que apenas podría sobrevivir.

Pero ¿por qué tenemos tanto recelo a identificarnos con la masa?

Reconozco que a mí también me sucede. Yo también me creo distinto y único entre el resto de la humanidad. Supongo que es algo inherente a nuestra condición, un mecanismo para la supervivencia, quizá. Aunque, más allá de lo netamente psíquico o antropológico, y en la actual sociedad de la información, el concepto de masa se ha transformado en el de opinión pública.

Es muy poco habitual (al menos en las sociedades occidentales) que las masas actúen violentamente, y sin embargo, estamos acostumbradísimos a que sea esa nueva horda de límites difusos llamada opinión pública, la que linche o escarne sin compasión ninguna.

Tristemente, esto sucede la mayor parte de las ocasiones sin fundamentos razonables y sin que medie una reflexión prudente.

Ahora bien ¿quién lidera esa masa? ¿quién señala para que la opinión pública actúe?

En gran medida – partiendo de lo que mencionaba antes,» el fin de las ideologías» (ese concepto en el que nos ha hecho creer el liberalismo moderno) y la sociedad de la información- el papel de acusador recae en los medios de comunicación. ¿Cuál es la relación entre estos y la opinión pública? ¿Realmente cuentan los medios de comunicación con el potencial suficiente como para crear una corriente de opinión incluso cuando esta vaya en contra de lo razonable, lo justo o lo ético?

Para comenzar de un modo analítico y conciso, deberíamos partir de una definición de ambos términos. Aunque recurrir a un diccionario convencional para encontrar una definición es ya un comportamiento casi tan obsoleto como tratar de encontrar en la prensa la realidad de lo que sucede en nuestra vida cotidiana. Por eso no voy a tirar de DRAE ni de María Moliner. Webs sobre información independiente o la consulta de diccionarios políticos arrojan la siguiente información:

Sobre medios de comunicación existe cierta unanimidad en cuanto a que son los instrumentos a través de los cuales la sociedad recibe información del entorno, sea este próximo o lejano. Si bien la cosa se tuerce cuando se incorpora la acepción medios de comunicación de masas, ya que aquí sale a relucir el carácter manipulador del que ya se comentaba algo en las webs que visité.

Por ejemplo, en uno de los diccionarios políticos consultados encuentro esto: «(…) los medios muchas veces cumplen las función de formadores de opinión.» que se completa en un epígrafe en el que tratando sobre las características negativas de los mismos, añade que dichas «características negativas recaen en la manipulación de la información y el uso de la misma para intereses propios de un grupo específico. En muchos casos, tiende a formar estereotipos, seguidos por muchas personas gracias al alcance que adquiere el mensaje en su difusión.»

Nada que no supiéramos. Aunque da cierta tranquilidad comprobar que existe alguien más que comparte mi opinión sobre el lado oscuro del cuarto poder.

Aún así, hay algo que me llama la atención. Si bien todos comprendemos y aceptamos el hecho de la comunicación en un único sentido, porque así nos lo explicaron en el cole y/o en la universidad ¿no está claro que la comunicación recíproca es mucho más comunicación? Por lo tanto, salvo la limitada interactividad que permiten los medio digitales ¿en qué momento la locución «medio de comunicación» perdió la capacidad de comunicarse en ambos sentidos? Supongo que basándose en lo que apuntaba la definición arriba expuesta, la comunicación unidireccional es mucho más adecuada para «favorecer intereses» y «crear estereotipos» O lo que es lo mismo, crear opinión.

Esto me lleva a revisar el concepto Opinión Pública. Pues bien, sorprendentemente, el mismo diccionario obvia dicha acepción. Si bien en otro, indica que se trata del «sentir o parecer sobre un asunto controvertido de carácter público expresado colectivamente. (…) Es la suma de opiniones de grupos sociales (…) y que es asumida individualmente.»

Resulta inquietante que la opinión pública sea algo que es «asumido individualmente» sobre todo cuando más abajo aclara que esta opinión «puede ser espontánea o mediatizada por partidos políticos, gobiernos o medios de comunicación de masas«.

O sea que (al menos en los libros) tienen claro que nuestra opinión personal, al formar el sustento de la opinión pública, está manipulada por los medios de comunicación de masas. Me permito reducir la enumeración que detalla el diccionario que consulté a, solamente dichos medios, ya que estos suelen estar en mayor o menor medida sujetos a partidos políticos, gobiernos, corporaciones o, al fin y al cabo, intereses de índole empresarial o económica. Y esto último creo que no hace falta que lo apoye con bibliografía.

Foto: Streejith bajo lic. CC

De todos modos voy a hacer una prueba, tan útil como sencilla, y que bien podría servir de justificación empírica a la reducción que he planteado antes: se trata de consultar en WordReference y observar con que otros términos relaciona este diccionario online las acepciones que tratamos de estudiar. Pues bien, he aquí el resultado:

‘opinión pública’ also found in these entries:

(…) – intoxicarmanipulaciónmanipularmass media – (…)

y

‘medios de comunicación’ also found in these entries:

(…)- deontologíadifamacióninocentadaintoxicarmass media – (…) – sensacionalistauniformizar – (…)

Yo también pienso que puede parecer tendencioso o -al menos alarmista- pero los datos cantan. Si algo tan poco susceptible de ser sospechoso como un diccionario online, es capaz de mostrar un paradigma tan terrorífico, será por algo.

Pensando sobre esto recuerdo a Michel Foucault y dos de sus obras más relevantes: Vigilar y Castigar (Ed. Siglo XXI) e Historia de la locura en la época clásica (Fondo de Cultura Económica).

En «Vigilar y Castigar» Foucault analiza un concepto, en absoluto reciente, pero perfectamente aplicable a la sociedad contemporánea: el panóptico.

Se trata de un tipo de construcción penitenciaria ideada por el filósofo británico Jeremy Bentham en 1791.

Básicamente el concepto panóptico permite que unos pocos carceleros puedan vigilar a un gran número de reclusos sin que estos sepan con certeza cuando son observados. De este modo se optimizan los recursos y se mejoran los resultados, económica y punitivamente hablando. Es, al igual que la guillotina, un signo de la serialización o industrialización de lo represivo.

Este sistema se ha aplicado no solo en cárceles, sino también en fábricas y colegios . Y me pregunto ¿tienen esos carceleros, esos capataces o esos maestros libertad para decidir sobre las personas a las que vigilan? No, no la tienen. Los carceleros, maestros y capataces de los sistemas panópticos están a su vez supervisados por una instancia superior, sea esta penitenciaria, ministerial o patronal.

Quizá soy un paranoico, pero todo esto me recuerda también a algo con lo que cualquiera de nosotros se relaciona diariamente. ¿No serán la televisión, los diarios, la publicidad, etc. el panóptico que los medios de comunicación de masas ponen a nuestra disposición para que ejerzamos de observadores de el entorno que nos rodea? Si es así ¿tenemos libertad de juicio sobre lo que observamos desde nuestro panóptico LED o de plasma, o estamos también sujetos a una disciplina superior?

Y una pregunta aún más compleja. Dentro de ese sistema panóptico contemporáneo ¿somos nosotros los supervisores o los supervisados?

Supongo que ambas cosas. Los navegadores, sistemas operativos, las redes sociales e incluso, el propio sistema web se apropia cada vez, y con cada nueva versión, de más información sobre nuestras vidas.

No se trata solo de que nos espíen los Gobiernos o las Agencias de Inteligencia, algo que todo el mundo sospecha y que últimamente domina las noticias. Lo que sí es cierto, es que existe una industria ligada a lo publicitario y comercial dedicada a analizar nuestros gustos, nuestras preferencias, nuestras debilidades en la red y por analogía, en la vida real.

Somos, por tanto, seres supervisados. Es el precio que pagamos por poder acceder al panóptico como supervisores de las vidas de los demás, del mundo que nos rodea. Podemos opinar y juzgar, pero recordemos que nuestro panóptico es solo una ventana. En este caso una ventana que se puede orientar para que solo veamos parte del paisaje o para que sean los demás los que nos juzguen a nosotros en una suerte de panóptico bidireccional.

No creo que la solución frente a esto pase por la desconexión. Alejarse del mundo que nos ha tocado vivir no es más que mirar a otro lado. Algo de esto menciona Foucault en su estudio sobre la locura, que cité más arriba, cuando recuerda la expulsión de los locos de las ciudades europeas de la época moderna. Era una práctica muy común entre los siglos XIV y XVIII expulsar a los locos extramuros, cuando no directamente a galeras conocidas como Nef de Fous.

Entiéndase aquí el fenómeno de la locura como se entendía entonces, es decir, como arquetipo de todo lo antisocial, de todo lo que podía perturbar el camino marcado desde el Poder para el conjunto de la masa. Cabían aquí desde las malformaciones físicas hasta las enfermedades venéreas, pasando por las enfermedades mentales o los desordenes de la personalidad. Como decía, era muchas veces la masa a la que se le indicaba quienes eran los locos a los que debía expulsar.

Pensemos en alguien que hoy día exprese abiertamente una opinión radicalmente contraria a la de la mayoría en algún tema controvertido ¿no sería expulsado del mismo modo? ¿No sería tratado como un loco? ¿No es la categorización «radicalismo» una nueva nef de fous? ¿No es, por ejemplo, el «radicalismo» una de las grandes atracciones del panóptico contemporáneo?

Y hablando de expulsiones. Quizá para entender lo vigente de este debate, lo más acertado (al menos desde mi errática estrategia vital) puede ser acudir a las fuentes más lejanas dentro del origen de nuestra cultura.

Dejando a un lado las expulsiones de Gran Hermano (el reality) subyacen en nuestro imaginario dos expulsiones paradigmáticas: la de los mercaderes del Templo y la de los poetas de la República de Platón.

No hace falta que explique por qué son expulsados los mercaderes, pero ¿por qué expulsa Platón a los poetas de su República? En realidad Platón habla de los poetas como categorización de aquellos que transforman o pervierten la realidad y la dan a conocer en esa forma distorsionando el acceso a la verdad. Incluye por tanto aquí a pintores, dramaturgos, escultores… que hacen un uso pernicioso de lo real y lo vierten a la masa.

Me temo que si Platón volviese a reescribir la República en nuestros días (algo poco probable) cambiaría el sustantivo «poetas» por la locución «Mass Media».

Y para finalizar, algo que me resultó curioso y que creo relacionado con este asunto. Mientras consultaba uno de los diccionarios políticos que cité al comienzo, encontré en uno de ellos (Antonio Tello, Ed. El viejo Topo) una voz que no esperaba: Zombi.

Más allá de lo pop que pueda resultar este sustantivo, el diccionario apunta que, además de «muerto viviente», se refiere a un «término (que) fue acuñado por el sociólogo alemán Ulrich Beck(…) De aquí que Beck categorice como términos zombis a las voces muertas que viven e impiden percibir la realidad».

Es decir, aquello que seguimos nombrando de una forma pero que, en la realidad ha perdido su sentido semántico. Por ejemplo «trabajo», «familia» o «democracia». Y como no, «opinión pública «y «medios de comunicación»

Quizá sea el momento de resucitar a aquellos muertos vivientes con los que convivimos y que nos devoran el cerebro permanentemente.

Nada de retirarse del mundo. Dice Beck que «negarse a la evidencia de una sociedad globalizada, interconectada, esto es, replegarse en los nacionalismos, etnicismos o toda suerte de categorías zombis, es intentar ignorar lo que ya ha alcanzado un espacio contundente».

Amigos y amigas, los zombis no solo están ahí fuera. Los tienes en el salón de tu casa o sobre tu escritorio. Y en este caso no sirve de nada dispararles en la cabeza. Quizá porque los infectados podemos ser nosotros mismos.

Por Iñaki Carrasco González

Iñaki Carrasco González es poeta y escritor. Ha estudiado Conservación de Obras de Arte, Filología, Ingeniería Informática y Música. Cuenta con varios libros publicados y actualmente colabora con las revistas Yorokobu y Agenda Magenta. Puedes seguirle en @antiarmonico

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