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A mi tío Paco

Mi tío Paco era un señor tranquilo. Un señor de paseo y siesta diaria. Con un manojo de llaves en la mano y chaleco de lana hasta en verano. Era ese señor de bigote que no daba miedo porque siempre sonreía. Era el que nos llevaba los domingos a la playa de Hendaya en su Renault 12 familiar lleno de primos y neveras, con los escalopes y la tortilla fría de Maite.
Paco era el único argentino que conozco que no conservaba su acento.  Emigró de niño y nunca le oí hablar en ché. Algo tan atípico como la tienda que regentaba en San Sebastian. Una tienda abierta desde siempre y que cualquier donostiarra nombrará y ubicará. Arenzana es una tienda preciosa donde comprar tapones de corcho de cualquier tamaño, cordelería, un saco de tela, unos cuencos de madera o esteras y arpilleras. Quizás el comercio más antiguo que aún sigue abierto en la zona de la calle Guetaria. Una tienda que 115 años más tarde todavía huele a madera, humedad y corcho.
[pullquote]Mi tío Paco no era menos que Ferran Adrià, no. Aunque su mérito era otro: el de haber tenido la vida más tranquila y afable que yo pueda recordar[/pullquote]
La última vez que estuve en San Sebastián le visité en la tienda y volví a pesarme en aquella balanza industrial de más de 50 años que aún me delata. De pequeños lo teníamos prohibido, pero esta vez no me riñó. Volví a ver aquellos recortes de prensa amarillentos entre los que me sorprendió uno de The New York Times. Mi tío Paco no era menos que Ferran Adrià, no. Aunque su mérito era otro: el de haber tenido la vida más tranquila y afable que yo pueda recordar. En los últimos años, Borja le había hecho abuelo y le había hecho viajar a Estados Unidos a ver a sus nietos, pero ni siquiera eso le alteraba. María se encarga hoy de la tienda y es tan adorable como su padre, así que solo espero que el negocio siga otros 100 años más.
Recuerdo a mi tío haciendo las cuentas a lápiz sobre el mostrador, cobrando en la enorme caja registradora de hierro y envolviendo cualquier cosa en papel. Y siempre devolviendo la sonrisa a los clientes por encima de su gafas, con una mirada serena y limpia. Paco era ese tendero de provincia que hace las cuentas a mano y disfruta cada momento de su vida. En aquella última visita de hace unos meses, recuerdo el orgullo con el que mostré la tienda a unos amigos con los que iba. Visto desde los ojos de un extraño entendí de pronto que mi tío Paco era alguien aun más admirable, y que la tienda era aun más bonita, porque hasta ese momento aquella simplemente había sido la tienda de mi tío. Y por eso hice esta foto que creo que le retrata tan bien.

Y hoy siento que algunas cosas nunca deberían acabarse. Me resulta imposible no pensar en cómo el mundo avanza sin cuerda de sisal ni bobinas de yute o felpudos de coco natural. En mi mundo de reuniones, palabrería y conceptos no hay tíos Paco. Cuando pienso en la vida que ha tenido envidio sus certezas, su día a día y sus preocupaciones. Yo estoy en un mundo de exigencias, en evolución continua y excluyente con quienes no se actualizan. Para mí hoy es el modelo colaborativo, el emprendimiento y el big data: pero para él siempre fue su comercio a pie de calle, el debate sobre incorporar nuevos materiales sintéticos o la amenaza de los fabricantes chinos.
El comercio tradicional nos enternece y nos conecta con el pasado y algunas experiencias entrañables. La tienda donde comprabas chuches, la tienda donde revelabas tus fotos o la mercería donde te compraban calcetines. Pero eso se termina. Los que hoy tienen 20 años, de mayores recordarán su infancia en un Carrefour o un cumpleaños en McDonald’s. Intentarán hacer de ese recuerdo algo entrañable, pero en esos recuerdos no olerá a corcho y humedad ni habrá un tío Paco atendiendo tras un mostrador. [pullquote]Me resulta imposible no pensar en cómo el mundo avanza sin cuerda de sisal ni bobinas de yute o felpudos de coco natural. En mi mundo de reuniones, palabrería y conceptos no hay tíos Paco[/pullquote]
Soy un hombre de mi tiempo, tengo que serlo, pero cada vez más siento que todo lo que hoy tenemos es mejor, pero menos humano. Aun así me gusta mucho ver cómo algunos de esos mismos que hoy tienen 20 años y no encuentran en su biblioteca más que recuerdos de plástico están reclamando cosas auténticas y genuinas, cosas que puedan archivar como bonitas y propias. Dentro de sus códigos y maneras, consciente o inconscientemente, pero creo que toda esa reivindicación antiestandarización tiene una conexión con el sentimiento de autenticidad de las cosas. Cosas que quizás ni siquiera han conocido, pero que sienten que no tienen. Porque lo genuino es un valor universal y atemporal y hoy sigue buscando su sitio. Todo eso que nos hace humanos y que no se puede interpretar en clave comercial. El olor de una tienda o la sonrisa del tendero.
Gracias, tío Paco, por tantos años de honestidad y ojalá la ciudad de San Sebastián sepa recordarte muchos años.
(Almacenes Arenzana fue fundada en 1900. Cuatro generaciones se han hecho cargo del negocio familiar y desde sus inicios se ha dedicado a la venta al por mayor y al por menor de corcho, cordelería y sus derivados.)

Por Enrique Tellechea

Puedes seguir a Enrique Tellechea en @etellechea

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