Entonces todo era nuevo. Todo estaba por construir. Por manchar. Por destruir. Entonces no tendrías más de tres, cuatro o cinco años. En aquella época en la que apenas levantabas unos palmos del suelo, el mundo se entendía a través de los juegos. No había normas. Ni límites. Ni sobreentendidos.
El mundo se descifraba a través del blanco caramelo. A veces, incluso, toda la galaxia estaba concentrada en un pastelito de la Pantera Rosa. Ahí residían todas las gamas de colores posibles, todas las texturas deseables y todo el azúcar atómico que te permitía volar como un cometa.
El mundo bueno era el comestible. El más amable. El de las redondeces y las curvas. Los picos herían. El frío molestaba. Esa infancia está metida en la primera portada de Yorokobu de 2014. La ha diseñado Abel Martínez.
El director de arte buceó hasta el núcleo del planeta Yorokobu para construir esta imagen. Ahí encontró el significado de esta palabra japonesa: «estar feliz» y lo llevó hasta el filtro de su interpretación del mundo. El cénit de la dicha, a su juicio, se halla en la infancia. “Es la felicidad eterna”, explica el diseñador. “Cuando más feliz eres es en tu niñez. Es cuando más disfrutas de lo que haces, cuando hay menos límites”.
Abel Martínez hizo en esta imagen una “síntesis de la felicidad de un niño”. Manchas de tinta, elementos de construcción, bolas, madera, blanco comestible. “Quería dar la idea de juego y diversión. En ese momento de tu vida toda la felicidad se concentra en crear cosas. Cuando eres adulto se convierte en trabajo. Cuando eres niño es experimentación”.
Es casi imposible encontrar estos colores y estas formas en las piezas que Martínez hizo antes de esta portada. Aquí los usó para que esta escena diera la “sensación de nubes”. “No pretendo imitar la realidad. Mi idea es hacer algo más pictórico”, cuenta. “Fue también cuando empecé a utilizar un programa de 3D. Y eso me hizo volver a esa sensación de la infancia en la que te adentras en cosas que no conoces”.
La niñez, en el lenguaje corriente, tiene que ver con la etapa más temprana de la vida. Pero hay quien piensa que la infancia no tiene nada que ver con números. Es una actitud. Ese lugar mental donde cualquier pico es redondo.