Tranquis, estas fiestas habrá pescado hasta en el árbol de Navidad

Mientras sus padres terminan de preparar la cena, la niña ayuda al abuelo a poner la mesa.

—¿Has visto cuánto marisco han comprado papá y mamá? —comenta la nieta a su abuelo.

El hombre, que está colocando los cubiertos junto a los platos, asiente con la cabeza.

—¡Y también hay rodaballo al horno, tu plato favorito! —continúa la niña—. El abuelo simula un gesto de sorpresa que hace a la nieta sonreír satisfecha.

—En casa de Marta también van a cenar pescado. Y en la de muchos de mis amigos del cole. ¿Tú crees que habrá pescado suficiente para todos en el mercado? —pregunta la pequeña.

El abuelo vuelve a sonreír a su nieta.

—¡Pues claro!, responde—. ¿Quieres que te explique por qué?

La niña asiente entusiasmada

—Pues es gracias a unas personas que hacen algo llamado acuicultura.

Abuelo y nieta se sientan en el sofá. Y el hombre empieza a contar.

En muchos hogares españoles, es tradición comer pescado en las celebraciones navideñas, le cuenta. Y aunque sabe que es muy pequeña para entenderlo, él prefiere darle datos que corroboran lo que dice. Por eso le explica que, en España, 6 de cada 10 hogares eligen el pescado como plato principal en estas fechas. Al ser un alimento tan demandado, de origen natural y limitado, su precio sube también en Navidad.

Antes, sigue contando el abuelo, las familias compraban el pescado en noviembre, que estaba más barato, y lo congelaban, porque no querían prescindir de servirlo en sus celebraciones. Pero ahora, gracias a la acuicultura, que complementa a la pesca extractiva, es posible que haya más pescado fresco en el mercado.

—Pero si compramos más pescado y todos a la vez, ¿no acabaremos con los peces y ya nunca más tendremos rodaballo para cenar? —pregunta preocupada la nieta a su abuelo.

—No, verás por qué —responde el abuelo. Y sigue explicándole.

El pescado de acuicultura se cosecha a demanda. Es decir, que se puede adecuar su producción en función de lo que se necesite consumir en cada momento. De esta manera, la cantidad de pescado fresco que podemos encontrar en las pescaderías aumenta cuando la demanda sube también. Y, por supuesto, sin tensionar las poblaciones silvestres y sus hábitats. Porque la naturaleza no tiene la culpa de nuestros hábitos, de ahí la importancia de sistemas de cultivo como la acuicultura. Contar con un sistema de obtención de alimentos que pueda responder a los altibajos de nuestros hábitos de consumo, sin alterar el flujo sereno de la naturaleza, es esencial para que podamos seguir manteniendo estas tradiciones culinarias en estas fiestas y en las del futuro.

Y, además, gracias a la acuicultura, no solo tenemos garantizado que haya pescado fresco en nuestras mesas para todo el mundo y en los mismos días, sino que, como hay más disponibilidad de pescado en el mercado, se evita la escasez y la escalada de precios. Para dar más fuerza a su argumento, el abuelo vuelve a dar un dato a la pequeña, que lo escucha con gran interés: «El año pasado, la lubina de acuicultura costaba lo mismo en noviembre que en diciembre», le explica.

—¿Y es igual de bueno el pescado de acuicultura que el silvestre? —pregunta la nieta.

—¡Por supuesto! Es tan nutritivo, tan sabroso y tan de alta calidad como el que viene de la pesca extractiva. La acuicultura complementa a ese tipo de pesca y es una actividad sostenible, que ayuda a generar puestos de trabajo y cuida los hábitats donde viven los peces. Además, como se puede planificar su cultivo en función de la demanda, hace que los precios se contengan. De esta manera, poder consumir pescado fresco en Navidad está al alcance económico de todas las familias.

La niña sonríe ante la explicación de su abuelo.

—Ya ves —concluye el hombre—, sin acuicultura, la Navidad cambiaría para siempre.