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¿Adónde van las cosas que perdemos?

Las personas perdemos 1,3 calcetines cada mes. Esto suma 15 calcetines anuales y una media de 1.264 calcetines desaparecidos a lo largo de una vida. La siguiente pregunta lleva un tiempo estimulando la imaginación de creadores de todo tipo: ¿dónde están esos calcetines que se esfuman sin dejar rastro?, ¿dónde están, en definitiva, todas esas cosas que hemos ido perdiendo a lo largo de la vida?

En El guardián del olvido, álbum ilustrado de Joan Manuel Gisbert y Alfonso Ruano publicado en 1990, el niño Gabriel pierde su peonza favorita y una compañera de clase le dice que vaya a una misteriosa casa a buscarla: allí, en la sala de los juguetes perdidos (hay sala de relojes, de instrumentos, etc.), la encuentra.

Neil Hannon, de The Divine Comedy, canta en Lost Property sobre todos esos objetos (móviles y cargadores, inhaladores de asma, postales, camisetas…) que ha ido perdiendo y cómo una noche, en un sueño, los encuentra todos apilados hacia el cielo en una tierra «verde y placentera».

[pullquote ]Las oficinas de objetos perdidos provocan una fascinación especial[/pullquote]

Son solo dos de las múltiples visiones que hay en el mundo del arte y la cultura pop sobre las cosas que perdemos. Las oficinas de objetos perdidos provocan una fascinación especial: lugares misteriosos y poéticos donde los haya, que además sirven como excusa para hablar de otros temas. El corto de animación Lost Property, de la finlandesa Åsa Lucander, lo usa para hablar de amor y alzhéimer.  Otro corto, Lost Property Office, de Daniel Agdag y sus animaciones en cartón, cuenta la historia de un trabajador de una de estas oficinas que, según la sinopsis, está «tan perdido como los objetos que custodia».

En ese último corto se deja entrever también que las oficinas de objetos perdidos son ya casi algo del pasado (nadie la visita). En un mundo de consumo y sustitución, dirigirse a uno de estos lugares al perder la cartera, las llaves o el paraguas ya no se le pasa a nadie por la cabeza. Y, sin embargo, podría haber final feliz: la oficina de objetos perdidos del Ayuntamiento de Madrid recoge unos 55.000 objetos al año. Tras dos años sin haber sido reclamados, se subastan o donan.

Pérdidas para que avance la trama

Al margen del misterio de qué pasa con lo que perdemos, en el mundo de la ficción es también una de las estrategias clásicas para crear un conflicto que arranque o haga avanzar la trama. Hay casos extremos como Resacón en Las Vegas, donde lo que pierden los protagonistas es al novio; o detalles anecdóticos como cuando Moss (no) cuenta en The IT Crowd lo que le pasó cuando perdió las gafas en Ámsterdam. Y después está el objeto perdido estrella del cine y las series: las alianzas de boda.

La imagen es casi siempre la misma. El padrino se toca el bolsillo de la camisa y leemos en su cara el pánico. ¿Dónde están los anillos? Este giro de guion —la pérdida de alianzas, no tiene por qué ser justo en la boda— es tan común que hasta tiene su propia sección en la web TV Tropes, donde se recogen los clichés más utilizados del mundo de la ficción.

Allí informan de que, entre en muchísimos otros casos, esto ha ocurrido en series como Perdidos, El príncipe de Bel-Air, Padres forzosos (¡dos veces!), Friends o incluso Fraggle Rock (sí); películas como O Brother!, Big Fish, Spiderman 3 o, cómo olvidarlo, Airbag. Homer Simpson también confiesa en un momento que su anillo de boda está dentro de una tortuga.

[pullquote ]Pasamos una media de 2,5 días al año buscando algo perdido[/pullquote]

Lo que perdemos

En la vida real, no obstante, las alianzas de boda no son lo que desaparece con más frecuencia y lo que más perdemos siempre acaba apareciendo, aunque no sin antes haber perdido unos valiosos minutos buscándolo sin éxito. Según un estudio de Pixie, el 45% de los estadounidenses pierde el mando a distancia de la televisión una vez a la semana, seguido por el teléfono (33%), las llaves (28%) y las gafas (27%). El 60% ha llegado tarde al trabajo o a clase por esto. Y cuando perdemos, buscamos: según el mismo estudio, pasamos una media de 2,5 días al año buscando algo perdido.

¿Por qué todos los humanos perdemos cosas? La psicología habla de mentes demasiado ocupadas, estresadas o cansadas que no prestan atención a lo que están haciendo. Uno de los trucos clásicos para evitar perder las llaves o lo típico que guardamos en un cajón pensando que vamos a recordar haberlo puesto ahí es simplemente decir en voz alta lo que estamos haciendo. Estoy poniendo las llaves en la nevera. Algo así.

Michael Solomon, autoproclamado primer findologist (algo así como «encontrólogo») del  mundo, aseguraba hace unos años en una entrevista que lo primero que tenemos que hacer es cambiar el enfoque. «[El objeto] no está perdido; tú lo estás». Según él, no hay objetos perdidos, sino «buscadores asistemáticos». Y dice también lo que todo el mundo ya sospecha: cuando dejamos de buscar algo es cuando aparece mágicamente delante de nuestras narices.

Cuando todo falla, cuando el paraguas no está en ninguno de los sitios en los que se ha estado (aunque los paraguas, ya se sabe, se roban) y el carné de conducir no aparece entre dos cojines del sofá, antes de tirar la toalla habría que hacer una visita a la oficina de objetos perdidos de nuestra ciudad. O consultar la cuenta de Twitter de Tom Hanks, que se dedica a fotografiar cosas claramente perdidas que se encuentra por la calle y que en más de una ocasión ha ayudado al objeto a reencontrarse con su dueño. También está el truco infalible para que algo desaparecido reaparezca: hacerse con un reemplazo.

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