George R. R Martin dijo en 2012: «La ciencia ficción ha perdido importancia respecto a la fantasía porque ya nadie cree en el futuro». Desde entonces, chequeo cada pocos años el combate entre géneros. En ¿Decadencia de la ciencia ficción y auge de la fantasía? (2012) expuse la deriva de la fantasía desde las imaginativas series de televisión de los años 60. En La fantasía menguante (2015), cómo la ciencia ficción cambió optimismo por desolación.
Esto no significa que la ciencia ficción decaiga: el público siente placer con las nuevas propuestas, cada vez más dramáticas y oscuras. Esto explica el éxito de Black Mirror, que desarrolla la mayoría de los episodios en un presente posible. (Sin embargo, el episodio más querido por muchos es el optimista San Junípero, cercano a la comedia romántica).
Han pasado dos años desde La fantasía menguante. Muchos para un presente acelerado aunque haya medios y público recreándose en los 80.
¿R. R. Martin tiene razón (en el momento actual)?
¿Quién diría una década antes que millones de adultos serían fanáticos de una historia con dragones y zombis de hielo? ¿Quién no recuerda las primeras recomendaciones de amigos y conocidos?:
«Estoy enganchado a Juego de Tronos. Tiene un poco de fantasía, pero es para adultos».

¿Acaso la fantasía es patrimonio de la infancia y la juventud tardía? R. R. Martin sabe cómo acercar fantasía a un público reticente a ella:
- Comienza Juego de Tronos en un mundo que reconocemos posible.
- Con fábulas y chismes sugiere la posibilidad de criaturas fantásticas.
- El primer caminante blanco es un niño con un plano fugaz.
- Daenerys recibe tres huevos de dragón petrificados en el primer capítulo.
- Los dragones nacen al final de la primera temporada.
La primera temporada de Juego de Tronos está centrada en intrigas de palacio y dramas familiares. El público esperaba la segunda temporada con ansia para saber la suerte de los Stark y la viuda Daenerys. Martin no atrapó con la fantasía sino con personajes realistas. Justo los elementos fantásticos de la serie son los controvertidos.
Nuestros abuelos aceptaban revólveres con balas infinitas; que el caballo del bueno alcanzara al caballo del malo aunque este partiera con una hora de ventaja a máxima velocidad; aceptaban que una bajada de párpados de una femme fatale esclavizara la voluntad de un pardillo. Ahora, parece que el público rechaza todo que no siga una lógica cartesiana.
¿Será Juego de Tronos la última fantasía que capte un interés global?
El espectador contemporáneo, tiquismiquis, ha relegado la fantasía. Esta es un subproducto con pobres guiones para una audiencia joven. Propuestas adultas como Twin Peaks, American Gods o The Good Place apenas atraen al público. Twin Peaks recibe críticas del tipo: «No se entiende; es una tomadura de pelo». Críticas que niegan a la obra de Lynch y Frost la magia y la belleza de obras como El jardín de las delicias, del Bosco.
Quizá el ansia de realismo llevó a Hulu a recrear paso a paso el triunfo de un gobierno aberrante en The handmaid’s tale. La construcción del mal apenas son pinceladas en la novela de Margaret Atwood. Lo curioso es que la exposición detallada tiene detractores: la consideran cercana a la fantasía.
¿Por qué ese afán de buscar racionalidad y utilitarismo al cine y las series? Aventuro a decir que muchos son incapaces de observar las mentiras de los medios y las redes sociales. Una obra de ficción está encajonada (no solo por la pantalla) y en ella es fácil observar los mecanismos de los guionistas. Así que el enfado del público amigo de la lógica parece asociada a la frustración e incapacidad para criticar las mentiras de los políticos, los grandes medios de comunicación, las redes sociales y los chismes de bar.
¿Entonces, gana la fantasía o la ciencia ficción?
Para responder a esto conviene tomar iconos de ficción populares en distintas épocas. Los superhéroes, por ejemplo. Reducto de la fantasía. Hay miedo a crear nuevas fantasías; se prefiere la adaptación de cuentos de hadas o libros conocidos. En La fantasía menguante comenté el reparo que tiene el cine a la magia.
El Mandarín, el villano de Iron Man, no es un chino con anillos mágicos sino un actor. El público sí acepta la inexistente tecnología vanguardista de Tony Stark.
La producción de Wonder Woman se retrasó porque la protagonista es una diosa. Los productores se preguntaban cómo introducir al personaje en el universo de los últimos Batman y Superman. Los guionistas cambian el origen. Wonder Woman fue creada del barro por Hipólita y animada por los dioses. ¿Aceptaría el público esta posibilidad? Ahora es hija de un Zeus más extraterrestre que fabuloso. Sigue la estela de retratar los mitos antiguos como alienígenas con una tecnología superior.
Dr. Strange es una rareza que gusta por el humor que despliega y por Benedict Cumberbatch. Pero si hay una saga televisiva y cinematográfica que muestra el declive de la fantasía es Star Trek. Ahora que Netflix ofrece las distintas series de la franquicia es fácil percatarse. Basta un detalle: en Star Trek 1967 incluso las civilizaciones desconocidas hablaban un perfecto inglés o castellano (por el doblaje). Star Trek Voyager explica que la comunicación se debe a un traductor universal que solapa las voces originales. Punto para el público amante de la lógica.
La decadencia de la fantasía es patente en los mundos que conocen los protagonistas.

Kirk y Spock descubren planetas que remedan distintas épocas de la historia: el planeta de la Roma imperial, el planeta nazi, el planeta gánster años 20… Planetas alegóricos de los temores de los años 60: el planeta de la superpoblación (donde todos chocan con todos al caminar); el planeta feudocapitalista o el planeta del suicidio colectivo pactado entre naciones como sustituto a la guerra nuclear.
En La nueva generación y Voyager la fantasía queda relegada a una habitación que recrea mundos virtuales. Significa que fantasía comienza y acaba con la tecnología.
Apenas se han emitido (en el momento en el que escribo) cuatro capítulos de Discovery (2017), pero son suficientes para afirmar que la fantasía ha muerto. Al menos, en la saga Star Trek. Parece improbable que los protagonistas se topen con un planeta de piratas del siglo XVII. Cuando una serie comienza realista no vuelve atrás.
Además, para amoldarse a los tiempos oscuros, ha traicionado el espíritu de Roddenberry. La búsqueda de nuevas formas de vida y mundos con los que establecer alianzas pacíficas ha dado lugar a una larga guerra. Discovery está más cercana al espíritu de Verhoeven (Starship Trooper). Es un producto para los lógicos, los pesimistas, los que ven al hombre como un lobo.
La decadencia de la fantasía explicaría el interés de público por las producciones animadas para adultos. Historias en algunos casos crudas, pero adobadas con la imaginación. Aceptamos con facilidad que los dibujos animados se salgan del guion, rompan las limitaciones del espacio y el tiempo… ¿No significa que la realidad nos agobia y necesitamos vías de escape?