Aníbal Martín es traductor, pero por encima de todo es poeta. Y eso se nota en su forma de hablar y en su forma de escribir. Juega con las palabras con mimo, las sujeta en la palma de la mano, las observa con asombro y consigue arrancarles la historia que llevan dentro. Porque eso es para él la etimología, un acercarse a las palabras para conversar con ellas.
De eso va su último libro, Adunia. Colección de relatos etimológicos, que publica con Pie de Página, donde recopila las palabras que, de algún modo, han tropezado con él a lo largo de su vida. Unas han llegado a través de una canción, o de la literatura, o de una pintura o al leer un artículo en un periódico. Adunia es, básicamente, un paseo por la trayectoria vital de Martín. «Me encanta la conversación, charlar; y en las conversaciones se va saltando de tema en tema, se va combinando lo que descubres con lo que te ha pasado, lo que te cuentan con momentos de tu vida, la música que le gusta al otro con el atardecer que te gustó a ti. Más bien me resulta imposible no relacionar las palabras con mi trayectoria, prefiero describir los términos chozpando en una pradera que encerrados en una jaula».
Pero una vida puede ser muy larga y podríamos perdernos en detalles. Necesitamos elegir, escoger bien qué contamos. Necesitamos, en definitiva, un criterio de elección. ¿Cuál ha sido el de Martín?
«El mismo criterio con el que uno se acerca a otros seres humanos a lo largo de la vida: porque consideras que tienen algo que contarte, por vecindad, por su humor, porque te sientes atraído por sus rasgos, porque te gusta cómo hablan, porque sí (a veces no hay criterio, o ni siquiera tú lo sabes)», aclara cuando se le pregunta. «No pretendo en este libro ordenar el mundo por campos temáticos, he intentado que se parezca a las conversaciones que podría mantener con mis amigos, donde se entremezcla la cultura popular con la etimología, la historia o la música. Es, por lo tanto, eso, una conversación, y las conversaciones no pueden estructurarse demasiado porque, si no, se ve a la legua que son discursos».
A pesar de lo que dice, hay ciertos hilos conductores en Adunia. Uno de ellos es Extremadura, su tierra natal, muy presente en las palabras que recoge. Quizá el listado habría sido muy diferente si hubiera nacido en Soria y no en Cáceres. «Hay tanta Extremadura que hasta lo aviso en el capítulo de introducción y quien avisa…», se justica el traductor y poeta. «Creo que, si observas a lo largo de los años que en torno a esa tierra que conoces tan bien porque has nacido y te has criado allí orbitan una serie de clichés indestructibles, te sientes arrastrado a combatirlos. Y siempre he pensado que la mejor estrategia contra los “lugares comunes” (a menudo exagerados o inexistentes) es hablar de los “lugares que existen”, tanto en el plano material como inmaterial».
Y como en una buena conversación, un tema nos lleva a otro. «Me gusta que cites Soria porque, al igual que Extremadura, ha sido, históricamente hablando, una tierra de frontera y eso siempre se traduce en una cosa: riqueza. Pone, de hecho, en el escudo de Soria: “Soria pura cabeza de Estremadura” (de la castellana; yo soy de la leonesa). Estoy seguro de que si fuera soriano no me habría faltado una mención al verbo regalar con el significado de derretirse, cuya etimología además no es la misma en este caso que cuando se utiliza en el sentido de dar algo a alguien. Aquí procede del latín regelāre, es decir, deshelarse. Como me comentaba una amiga de allí: en Soria la nieve se regala y a veces hay que bajar la persiana porque el sol ofende (deslumbra/molesta/calienta)».
[pullquote]«Casi todo el mundo tiene claro por qué hablamos un idioma romance, pero no es consciente del modo de introducción de los arabismos, de las distintas épocas en las que se incorporan e inundan campos léxicos completos»[/pullquote]
El otro posible hilo conductor son los arabismos, que en este libro ganan por goleada a las palabras procedentes de otras lenguas. Quizá aquí se deje ver cierta deformación profesional porque Aníbal Martín es traductor científico de árabe, ruso e inglés.
«La importancia porcentual de los arabismos en nuestro idioma es mucho menor que la que tienen en este libro, pero más que por deformación profesional —que también—, lo hago con la voluntad de dar a conocer una fuente amplísima de nuestro vocabulario y nuestra toponimia, que a menudo se desconoce. Casi todo el mundo tiene, además, claro por qué hablamos un idioma romance, cómo llegó el latín a la península, pero no es consciente del modo de introducción de los arabismos, de las distintas épocas en las que se incorporan e inundan campos léxicos completos como el científico o, en menor medida, el de la agricultura. Y, además, si no comienzan por el artículo al no saben identificarlos. Así que un poquito de deformación profesional y grandes dosis de voluntad».
ETIMOLOGÍA, CUANDO LAS PALABRAS SON BARCOS
Que las palabras cuentan historias es algo que demuestra la etimología. Pero no todas las historias que se disfrazan con esa etiqueta son verdad. Algunas vienen adornadas con lazos pomposos que consiguen engañarnos. Son cuentos, y debemos ser conscientes de ello. Es una advertencia que nos hace Martín en su libro. «Desconfía de las historietas etimológicas que resulten demasiado impactantes, demasiado obvias o literarias, y recuerda no dar por cierto lo que solo han adverado los rumores», nos advierte en un capítulo. Pero cabe una protesta: son falsas, sí, pero mucho más interesantes (a veces) que las reales. ¿Acaso no es posible aprender también de esas fake news etimológicas?
«A veces son más divertidas, eso sin duda; pero otras veces resultan más pretenciosas y tratan de pintar de dorado unos orígenes etimológicos mucho más de andar por casa», se defiende Aníbal Martín. «Yo soy un amante del se non è vero, è ben trovato, y claro que se puede aprender de las etimologías inventadas, porque a menudo se ve en ellas la voluntad de la persona o sociedad que las creó y eso también es información. No obstante, en muchísimas ocasiones la realidad etimológica supera a la ficción».
Podría decirse también que conocer el origen de una palabra es hacer un viaje en el tiempo con ella de la mano. Ver de dónde viene, cómo se usó y cómo ha cambiado. Un poco como escarbar y escarbar hasta llegar al esqueleto, al armazón de una palabra. Pero Martín prefiere otra metáfora. Al fin y al cabo, él es poeta, y un esqueleto no casa demasiado bien con la lírica.
[pullquote]«Preguntar a las palabras por su origen es preguntarnos a nosotros mismos»[/pullquote]
«Podría ser una forma de verlo, sí. Yo a veces las imagino como barcos: muchas de ellas perfectamente atracadas en el puerto, unas tras otras, recién pintadas, con su pabellón bien visible indicando el origen, en contexto y con una huella etimológica fácil de seguir; otras, sin embargo, emergen oxidadas y aisladas de entre las aguas cuando baja la marea, sin contexto, sin nada en la bodega que nos hable de su origen, sin bandera. La búsqueda del armazón, del esqueleto, es el objetivo último —que se pierde en los orígenes del lenguaje humano—, pero a veces lo más llamativo es observar las marcas que ha dejado el tiempo sobre ellas, lo que nos da pistas de, entre otras cosas, sus viajes por las culturas, por los prejuicios, por las religiones o por la fonética».
—Aníbal, ¿por qué nos parece tan atractiva la etimología?
—En líneas generales, porque somos curiosos, porque a poco que conozcamos el modo en que evolucionan las palabras nos damos cuenta de que son una ventana que da a otra ventana que da a otra ventana; una sucesión de muñecas rusas, de idiomas, de sociedades, de culturas. Preguntarles por su origen es preguntarnos a nosotros mismos.
—Estamos terminando y aún no te lo he preguntado. ¿Por qué has elegido adunia para titular tu libro?
Adunia tiene los ojos claros y un tono de voz convincente pero dulce, así me imagino esta palabra, y eso fue lo que me condujo a buscar su significado cuando me topé con ella la primera vez. Al investigar sobre su origen me encontré con que procede del término árabe dunyā —mundo, universo o tierra—, que, en el plano religioso, alude a la vida terrenal, por oposición al más allá. Es decir, la vida que a mí me interesa. En castellano significa en abundancia, lo cual me pareció tremendamente lógico si en árabe significa el mundo entero, y para cuando supe esto ya tenía la necesidad de utilizarla para titular algo, lo que fuera.