Si tuviéramos que hacer una defensa férrea de la necesidad de llevar una vida en el carril lento, la presencia de Marcel Proust en el debate sería obligada. Su obra magna, En busca del tiempo perdido, fue publicada en 7 volúmenes, cuenta con más de 4.000 páginas y frases kilométricas donde ningún detalle se deja a la imaginación. Hasta 30 páginas dedicó al tortuoso acto de no poder dormir.
No es de extrañar entonces que Marcel Proust tuviera una especial aversión a la brevedad y, en especial, a la que practicaban los periódicos que le acompañaban cada mañana en su desayuno.
“El acto abominable y sensual llamado leer el periódico”, escribió Proust, “gracias al cual la mala fortuna y cataclismos del universo en las últimas 24 horas, las batallas que cuestan la vida de 50.000 hombres, los asesinatos, las huelgas, las quiebras, los incendios, los envenenamientos, los suicidios, los divorcios, las emociones crueles de un estadista y actores son transformados para nosotros, a los que ni siquiera nos importa, en un obsequio mañanero (…) mezclándose maravillosamente con la ingestión de un par de sorbos de café con leche” [Pag. 36, Cómo cambiar tu vida con Proust, Alain de Botton].
Un día, hojeando las páginas de un diario, Proust encontró una noticia sobre un terrible suceso. Henri Van Blarenberghe, a quien conocía personalmente, había asesinado a su madre con un cuchillo de cocina. Después de cometer el acto, se encerró en su habitación para pegarse un tiro, pero tuvo tan mala suerte que lo dejó con vida durante unas horas con el ojo desencajado. Momentos que permitieron a la policía interrogarlo antes de fallecer un rato más tarde.
Según De Botton, la reacción del escritor francés se corresponde perfectamente con el arquetipo de una persona que tenía poca tolerancia a quedarse en la superficie de las cosas. Ante el suceso, Proust no se conformó con escribir un escueto texto de condolencia. Recurrió a más de 5 páginas de prosa donde intentó añadir contexto más allá de los titulares sensacionalistas de la prensa.
Según el autor, se trataba de “una manifestación trágica de la naturaleza humana que había estado en el centro de las grandes obras artísticas de Occidente desde los griegos. (…) Henri era Edipo, su ojo que colgaba era un reflejo de la forma en que Edipo había usado los broches del vestido de Yocasta para sacarse los ojos”.
Proust demostraba una vez más su capacidad imaginativa de sacar lecturas profundas y creativas de actos que normalmente se reflejaban en pequeños textos resumidos.
Según De Botton, el escritor francés muestra “lo vulnerable que es la experiencia humana a la abreviación”. Historias que se han convertido en clásicos de la literatura de Tolstoi, Shakespeare y Flaubert, podrían haberse quedado solo en unos titulares sin importancia si sus autores no hubieran decidido profundizar en ellas:
– Un final trágico para dos amantes de Verona: después de pensar equivocadamente que su amor estaba muerta, un hombre se quita la vida. Tras descubrir el destino de su amado, una mujer decide suicidarse.
– Una madre joven se tira debajo de un tren y muere después de sufrir problemas domésticos en Rusia.
– Una madre joven toma arsénico y muere en una ciudad de provincias francesa después de sufrir algunos problemas domésticos.
El placer de lo banal
La capacidad de Proust para utilizar temas inocuos con el fin de estimular la imaginación llegó hasta tales niveles que leer los horarios de trenes le producía un inmenso placer. “Este documento no se consultaba para encontrar información práctica; la hora de partida del tren a Saint-Lazare no era de importancia para un hombre que no encontró razones para dejar París en los últimos 8 años de su vida. Más bien, leía los horarios y disfrutaba como si fuera una novela envolvente sobre la vida en el campo. Los nombres de las estaciones proporcionaban a Proust suficiente información para elaborar mundos enteros, visualizar dramas domésticos en entornos rurales, diabluras en política local y la vida en el campo”, recuenta De Botton.
Para el escritor francés, la belleza de la vida estaba en los detalles. En un encuentro con el diplomático británico Harold Nicolson, el pensador le preguntó sobre su trabajo. Cuando este le ofreció una descripción empezando con las reuniones a las 10 de la mañana, Proust le instó a volver atrás y no ir tan rápido. “Mais non, mais non, vous allez trop vite. Recommencez. Vous prensez la voiture de la Délegation. Vous descendez au Quai d’Orsay. Vous montez l’escalier. Vous entres dan la Salle. Et alors? Précisez, mon cher, précisez”.
El diplomático volvió a contar su historia, pero esta vez sin escatimar en detalles interrumpido de vez en cuando por Proust para pedirle que fuera más despacio.
De Botton defiende que la obsesión por los detalles de Proust ayuda a engendrar más empatía con nuestros coetáneos. “Somos mucho más compasivos con el trastornado Blarneberghe cuando escribimos un análisis meditado sobre el suceso que cuando sentenciamos con un ‘está loco’ y pasamos página”.
La brevedad acaba con los matices y los detalles tan importantes para encontrar sentido en un mundo imperfecto. Este pequeño escrito incurre en el delito que denuncia Proust, así que no os queda más remedio que llevaos En busca del tiempo perdido para vivir en vuestras propias carnes lo que es viajar por el carril lento durante las vacaciones.
Bonus Track:
Monty Python dedicó un sketch entero a un concurso de televisión en el que los participantes compiten para ver quién puede resumir la novela de Proust en el menor tiempo posible.
Referencia:
How Proust can Change Your Life, Alain de Botton (1997)