Álex Herrero: «Vivimos en una sociedad mucho más integradora, y eso se va a tener que reflejar sí o sí en nuestra lengua»

Álex Herrero (Madrid, 1995) puede definirse como un amante de la lengua y de las palabras, pero nunca como un grammar nazi. No nos dejemos engañar por su oficio de corrector y su antigua faceta como asesor lingüístico en una institución como la FundéuRAE, de la que tantos charcos nos ha sacado (y nos saca) a quienes trabajamos con las palabras. Lo cierto es que toda su carrera ha girado y gira en torno al idioma: corrector para diversas editoriales; editor y fundador de Pie de Página, muy orientada a la lingüística, de la que ha sido director hasta 2024; formador en Cálamo & Cran; divulgador lingüístico en programas como La aventura del saber (TVE) y Crónica de España (RNE)… lo suyo, más que oficio, parece vicio. Escuchar a Herrero hablar sobre lengua es un gusto, porque su discurso no disciplina ni adoctrina, sino que comunica y guía con humor, sin necesidad de señalar con el dedo dónde tenemos la herida. El pequeño libro para escribir sin faltas es un buen ejemplo de su manera de hacer. Publicado por Alienta Editorial, se trata de un «manual de primeros auxilios ortográficos», un pequeño «vademécum lingüístico», como él mismo lo define en la introducción, cuyo objetivo es ayudarnos a los «puretas del idioma» a preservar nuestra lengua y resolver nuestros dilemas «lenguales». Y esos dilemas pueden ser ortográficos, ortotipográficos, gramaticales y de léxico, que coinciden también con los cuatro bloques en los que ha dividido su libro y en los que, con ejemplos de nuestra manera de hablar, resuelve de manera sencilla y rápida las dudas más frecuentes ante las que nos topamos los hablantes a la hora de escribir: ¿’Ti’ lleva tilde? En una interrogación encabezada por ‘Pero’, ¿la coma va después de esa palabra? ¿Las mayúsculas se tildan? ¿Qué comillas debo utilizar? ¿Y cuándo emplear la cursiva? ¿Este es un manual de ortografía más? No, en absoluto, es justo de lo que he huido. Los manuales de ortografía al uso no solo atienden las cuestiones más básicas de la lengua, sino que muchas veces ni siquiera muestran ejemplos que se puedan parecer a lo que nos genera dudas en el día a día. Cuando me hicieron la propuesta, mi editora aceptó de forma bastante amable que yo dijese que iba a empezar con un apartado diciendo ¿por qué escribo este libro si pienso que la gente cada vez escribe mejor? He procurado que, en realidad, sea un manual que sirva tanto para los hablantes al uso, es decir, aquellos que tengan las dudas más básicas, como también para los profesionales de la lengua. Por eso tampoco he metido apartados sobre qué lleva h o qué no la lleva, o qué se escribe con b y qué se escribe con v, también por una cuestión de coherencia, porque se llama “El pequeño libro de…” y no podía ser “El gran libro de…”. Procuro alejarme porque de eso el mercado está hipersaturado y quizá sí que adolece de la falta de manuales que puedan ser también útiles a los periodistas, a los comunicadores, a escritores… y a cualquiera que trabaje con las palabras. Te vas a tener que emplear muy a fondo para convencerme de que no hablamos peor. Y de que los chavales tampoco… Ya sabes que los datos matan los relatos. El problema o la cuestión principal es, primero, que no existe un estudio que demuestre que los jóvenes escriben cada vez peor. Además, tampoco tiene sentido. Si hubiera un estudio, estaría muy sesgado porque dependería de unos jóvenes de una zona concreta, de unas edades determinadas, con una cultura concreta, con un entorno cultural…, y la muestra no sería significativa. Por otro lado, hay que tener en cuenta que todas las generaciones siempre piensan que las venideras hablan peor y escriben peor. Lo triste es que nos hacemos viejos. Primero, dejamos de entenderlos. Nosotros tenemos dos vocabularios, el atemático, que es el que usamos para el día a día (mesa, vaso, reloj, teclado…; y las preposiciones, conjunciones, adverbios…), y luego el vocabulario temático, que es aquel que se desarrolla en el ámbito que nos interesa, desde el ámbito escolar o los referentes y los gustos (los videojuegos, las nuevas tendencias, los personajes de moda, los influyentes…). En definitiva, es un vocabulario que, muchas veces, cuando se intercala en las conversaciones con los jóvenes, obviamente no entendemos porque no pillamos las referencias, igual que nuestros padres no pillaban las nuestras. Además, hay que tener en cuenta que lo que sí que está sucediendo es que nos leemos más, y esto, por supuesto, también se traduce en que veamos más errores, pero no más que antes. Pensemos que vivimos en el momento con la menor tasa de analfabetismo de la historia y la mayor tasa de la historia de educación superior, con lo cual es puramente imposible que esto haya ido a peor. ¿Por qué solemos pensar también que los jóvenes se expresan cada vez peor? Básicamente, es por una cuestión de experiencia. Los jóvenes llevan muchísimos menos años que nosotros hablando y expresándose por escrito. Además, los contextos en los que ellos se desenvuelven realmente son informales. Ni siquiera con el profesorado se mantiene un registro extremadamente formal o culto. Con lo cual, en el momento en que se salen de sus conversaciones o de las conversaciones con su entorno, o pasan a un registro formal, nos damos cuenta de que patinan. Y patinan porque no tienen experiencia, porque no se enfrentan en su día a día a ese tipo de asuntos. Lo más formal a lo que se enfrentan son los exámenes, y no son los exámenes que les hacen los profesores. Hablamos de exámenes como la prueba de acceso a la universidad. Ese podría ser su primer contacto con la comunicación administrativa y también con otras personas a las que se espera que se comuniquen con ese nivel. Así pues, no tengamos miedo. Démosles tiempo, mostrémosles el camino y, sobre todo, también, entendamos que su forma de comunicarse también es un rasgo emancipador. Con 15 o 16 años no tienen ni un duro para irse de casa, no tienen la posibilidad de decidir absolutamente nada («¡Mientras vivas en mi techo harás lo que yo te diga y estudiarás lo que yo te diga!»), y la única forma de independizarse de su familia y de su entorno es a través del lenguaje. ¿Cómo? Creando vínculos con otras personas que generen una tribu a través del lenguaje y de la jerga. Así que no nos tenemos que preocupar, porque aunque consideremos que los adolescentes son totalmente incomprensibles tal y como se expresan, ya verás como cuando te quieran pedir la paga o llegar más tarde lo bien que lo van a hacer. Sin ortografía, ¿nos entenderíamos igual cuando escribimos? Por supuesto, es que crearíamos una nueva. La ortografía no deja de ser un pacto tácito y expreso de comunicación. Igual que tenemos el código de circulación y lo ha regulado una institución que nos indica cómo podemos llegar a nuestro destino sanos y salvos sin causarle a nadie ningún tipo de problema, la ortografía no deja de ser un conjunto de normas que te ayudan a circular, porque tu mensaje es «circulen y lleguen a su destinatario». Aun así, y volviendo a la analogía del ámbito de la circulación, pensemos en el apagón. No había semáforos y, sin embargo, la gente fue capaz de ordenarse sin ese sistema para poder circular. A nosotros nos pasaría lo mismo. En el momento en que estuviéramos destruyendo o acabando con esa ortografía, estaríamos fundando en este caso casi tácitamente las normas y las bases para un nuevo conjunto de reglas que nos permitiesen comunicarnos. Pensemos que escribir correctamente —y entiéndase escribir correctamente como una variedad más de la lengua— nos facilita resolver problemas de comprensión, nos evita repetir las cosas dos veces y, en definitiva, nos ayuda a ahorrar tiempo y esfuerzo; con lo cual, la ortografía vemos que se ajusta con el paso del tiempo, que curiosamente es algo que, a diferencia de la gramática y del léxico, los cambios se ven a medio plazo, pero se ven de arriba hacia abajo, es decir, desde la institución hacia los hablantes, pero los hablantes lo hacen a través del uso. Pensemos en lo que pasó con el signo de apertura de interrogación y exclamación, que no dejó de ser una cabezonería muy útil por parte de los hablantes y la aceptamos de buen grado, y es algo a lo que vemos utilidad, por eso nos preocupamos. También es muy triste pensar que expresarse o escribir bien tiene, a lo mejor, un 80 o un 90% de peso la ortografía, cuando lo que realmente necesitaríamos es pensar en escribir correctamente no solo atendiendo a la ortografía, sino a la expresividad, a lo que quiero decir. Y aquí entran en juego cuestiones estructurales, cuestiones sintácticas y, en definitiva, la gramática, que es en realidad la auténtica biblia de la lengua. ¿Hay ortografía culta y ortografía coloquial? Podemos decir que tenemos distintos niveles casi de prestigio, porque la ortografía también es un síntoma de prestigio. Es un síntoma de cultura, de saber. Entonces, digamos que hay unas cuestiones mínimas que necesitamos utilizar todos los hablantes y que no perdonamos (las tildes, las haches, las bes…), que es como lo elemental, lo básico; pero luego ya tenemos algo que va por encima. Quien se lo sabe ya es un hablante de nota. ¿Qué entraría ahí en juego? Pues ya no solo cuestiones de mayúsculas o de puntuación, sino todos los aspectos ortotipográficos: qué comillas utilizo, cómo se ponen, cómo se combinan determinados signos… Ahí yo creo que entra en juego una especie de prurito de superioridad lingüística Ahora que menciona la ortotipografía, ¿por qué es necesario que conozcamos sus normas? Porque nos resulta superútil comunicativamente. La ortotipografía, si nos ponemos poetas, podemos definirla como el arte de imprimir correctamente. Pensemos que nuestra escritura no es solo manual, al contrario. La inmensa mayoría de nuestros mensajes están lanzados a través de un soporte digital, que no deja de ser una impresión, que se queda en ese formato digital o que acaba impresa. Tenemos una serie de recursos que, a mano, nos resultaba más complicado introducir y que indicábamos de distintas maneras: por ejemplo, para la cursiva, subrayado, etc. Pero sí entendemos que dominar aspectos como cuándo hay que utilizar las negritas, o las comillas, o la cursiva o las versalitas, entre otras cuestiones, sí que nos resulta muy útil para optimizar el mensaje. Sobre todo, también, para darnos seguridad a la hora de escribir o de comunicarnos. ¿Cómo se escribe un artículo de un periódico? ¿O cómo se escribe el título de una novela? ¿Y la negrita puede, además, llevar un subrayado? Entendemos que son recursos que pueden guiar a nuestro interlocutor por el texto de una forma más cómoda y más precisa. Con la gramática hemos topado… ¿Agramaticalidad e incorrección? Explícate Es verdad que a los hablantes nos influye mucho las palabras y estructuras que solemos escuchar o ver. Nuestro entorno nos reduce bastante el campo. El concepto de agramaticalidad lo que implica es que determinada expresión pueda no resultar natural en español, pero no tiene por qué ser incorrecta. La gramática no deja de ser como los pilares de nuestras frases. A veces podemos poner una medianera en un sitio que parece no tener sentido, como en medio de un baño, o separando una cocina de un baño. ¿Eso estaría mal? No, nadie nos va a castigar por ello. También tenemos que comprender que nuestro idiolecto, que es la forma que tenemos nosotros de hablar, y nuestro sociolecto, lo que utilizamos en el entorno, cabe la posibilidad de que no coincidan con otras estructuras que sí se utilicen en otras partes de la Panhispania. La agramaticalidad no pretende reflejar un error ni mostrar que es un error, sino que algo no resulta natural. La concepción de incorrección solo puede venir avalada con la corrección de la norma. En el momento en que nosotros hablamos de forma espontánea de estructuras, nos encontramos con que puede ser gramatical, porque conseguimos crear esa estructura en nuestra cabeza, o agramatical, es decir, nos confunde, no termina de convencernos algo porque no está expresado de una forma natural. Por ejemplo, cuando nosotros desordenamos todos los elementos de una frase… Si yo digo «El perro es verde», lo entendemos perfectamente porque los pilares están bien colocados. Pero si decimos «Es perro el verde», te preguntas qué está pasando. Necesitamos poner los pilares correctamente, o de forma adecuada, para poder comprender los mensajes. Pero eso no tiene por qué implicar en muchos casos que la oración sea correcta o incorrecta. Lenguaje inclusivo y gramática: ¿condenados a entenderse o enemigos para siempre? Harán lo que los hablantes consideren. Es verdad que estamos trabajando socialmente por vivir en un entorno y una sociedad más justa, más plural, más igualitaria y mucho más integradora, con lo cual, eso se va a tener que reflejar sí o sí en nuestra lengua. Puede que lo hagamos, y ya estamos haciéndolo, con algunos recursos que tiene nuestra propia lengua y que no implican ni una agramaticalidad ni una incorrección gramatical. En resumen, la gramática tiene una serie de recursos que nos permiten ser inclusivos, y veremos en qué termina la cosa. Yo creo que la lengua terminará, como siempre —porque es el elemento más democrático que existe—, dándole la mano a la realidad que nosotros queremos crear. Y, por supuesto, encontraremos la fórmula que nos resulte natural para hacer que el lenguaje sea inclusivo. Puede que a alguno le parezca que esto es algo utópico, pero no es verdad. Socialmente, nos damos cuenta de que hoy en día ya no utilizamos unas expresiones totalmente discriminatorias, homófobas, machistas, y no porque todas las personas hayan tenido un cambio individual. El propio entorno hace de nivelación, por lo que muchas personas han abandonado ya ese tipo de expresiones de manera inconsciente porque su entorno ya no las utiliza y, por tanto, ya no las alimenta; y busca otras que sean propias de su entorno. Si con las expresiones lo hemos conseguido, conseguiremos encontrar la forma de referirnos a todos, todas y todes. También entendamos cuando un texto hace un uso comunicativo, entonces sí que procura plegarse dentro de los límites gramaticales, o incluso a veces asoma un poquito la patita para mostrar esos rasgos de inclusividad, pero también hay textos que se hacen con objetivos reivindicativos, como es el caso de las pancartas. En ese caso, viva la libertad para saltarse la gramática, porque lo que pretende no es transmitir un mensaje, sino un enfado, una reivindicación, y, sobre todo, es un mensaje que está muy contextualizado dentro de un entorno. Así que sí, encontraremos ese punto. ¿Qué normas de ortografía, gramaticales… se nos atragantan?, ¿en cuáles tropezamos más? Por ejemplo, la expresión reflexiva ‘Dar más de sí’. Esa es de las que más se atragantan; todo el mundo dice «No doy más de sí», y yo digo siempre: de sí dan las terceras personas y las camisetas. También se nos atraganta poner una coma entre ‘pero’ y la apertura de interrogación. O la coma criminal entre sujeto y verbo o verbo y objeto. Y lo de pensar que la puntuación sirve para respirar, que la coma es una pausa. También estamos viendo en los contextos informales el tema de la apertura de interrogación o exclamación [el no ponerla]. Aunque cada persona tiene su propia norma que se le atraganta.