Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, surgió en Nueva York un estilo artístico conocido como expresionismo abstracto, considerado como el primer movimiento genuinamente estadounidense. En esa época es cuando un joven Álex Katz (Nueva York, 1927), de ascendencia rusa, decide que quiere ser artista e ingresa en la Cooper Union School of Art and Architecture de la Gran Manzana. Ocurrió en el año 1946 y en esa época empezó a frecuentar las tertulias de pintores englobados en ese movimiento que tenían lugar en la Cedars Tavern.
Katz se sentía fascinado por las obras de grandes pintores como Jackson Polock y Willem de Kooning, y fue empapándose, poco a poco, de su estilo. Pero, en lugar de la abstracción, él prefería hacer figuración. Así, el gran desafío que se planteó en su juventud fue cómo hacer pintura figurativa que estuviera a la altura del expresionismo abstracto, que se alejara, a su vez, del clásico y ya viejo realismo y que fuera tremendamente contemporánea.
En 1949 ganó una beca de verano en la Escuela Skowhegan de pintura y escultura en Maine. Fue allí cuando sus maestros le animaron a pintar al aire libre, algo que marcaría su desarrollo como pintor. Allí, explicaba en una ocasión Álex Katz, le dieron «una razón para dedicar mi vida a la pintura». Y esas dos cuestiones, su interés por una pintura figurativa renovada, y el hecho de pintar murales, acabaron por definir su arte.
A su obra y a su figura, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza dedica la muestra Alex Katz, la primera retrospectiva del pintor norteamericano en España que se exhibirá hasta el próximo 11 de septiembre.
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RETRATOS SOBRE FONDOS PLANOS DE COLOR
Tras un periodo de dudas y pruebas en busca de su propio estilo, a finales de la década de los 50 Katz empieza a interesarse por el retrato. Su círculo de amigos y familiar eran sus modelos, en especial su segunda esposa, Ada del Moro, a la que convirtió en su musa. Él no pretendía hacer ningún retrato psicológico de los personajes en sus obras. Simplemente, se limitaba a plasmar el aspecto del retratado sin implicarse emocionalmente. Y lo hace sobre fondos planos, monocromáticos, con la figura separada del fondo en un espacio desnudo. No hay nada más que un rostro, sin referencias espaciales, ni objetos ni fuentes de luz.
La figuración de Katz, explica Guillermo Solana, comisario de muestra, en un pódcast del museo, «es una figuración muy simplificada, muy marcada por la idea de estilo y muy directamente conectada con el mundo de la imagen de los medios de masas». Solana habla de la fotografía, el cine y, sobre todo, la prensa y la publicidad, en especial las vallas publicitarias. De ahí que apostara por las obras en gran formato, algo que supuso un punto de inflexión en su carrera. Su objetivo era llevar la pintura figurativa al lienzo grande, característico de los expresionistas abstractos, algo que nadie había hecho antes.
«Él quería que su pintura pudiera competir con la gran imagen que vemos todos los días en la calle, en las vallas y carteles», aclara Solana. «Simplifica el dibujo y simplifica el color a base de grandes superficies. No es alguien que ponga el color al servicio de la descripción de un ambiente, no es un realista tradicional, sino que, en cierto sentido, es al revés: el color manda sobre las cosas y las cosas están, muchas veces, en función del color, subordinadas al color».
En cierta manera, refleja de este modo «la figuración que ha aprendido de la pintura abstracta», porque esos fondos planos y monocromáticos ya estaban en la obra de Mark Rothko, de Barnett Newman y de Clyfford Still, los conocidos como color-field painters del expresionismo abstracto.
Otro rasgo muy característico de la pintura de Alex Katz es el retrato múltiple. Su primera aproximación fue un enorme mural que le encargaron en 1977 para colocarlo en Times Square titulado Nine Women. 23 primeros planos de mujeres, de 6 metros de altura, dispuestos en un panel de 75 metros de largo y coronado por una torre de 18 metros de alto. «Descubrí que mi pintura era más potente que cualquiera de las vallas publicitarias que la rodeaban», afirmaba Katz. «Fue una de las grandes experiencias de mi vida».
A partir de ahí, siguió explorando las posibilidades del retrato realizando series dentro del mismo lienzo. En cierta manera, son como las hojas de contacto de los fotógrafos o los fotogramas de una película, una prueba más de la influencia de estas disciplinas en su pintura. Lo único que pretende con estos retratos múltiples es presentar al individuo desde distintos puntos de vista y ángulos, como se ve claramente en The Black Jacket (1972).
PRECURSOR DEL POP ART
Esas repeticiones son las que tomaron como modelo los artistas de un nuevo estilo, el Pop Art, cuyo máximo representante fue Andy Warhol. Por eso se ha asociado con frecuencia a Alex Katz con este movimiento, aunque, en realidad, él es algo anterior y nunca le gustó que le encuadraran en ese estilo artístico. «Siguió siendo un artista figurativo independiente y hay cosas importantes que le separan de Warhol», aclara Guillermo Solana.
La técnica, efectivamente, es diferente. Mientras que Warhol la automatiza con el proceso serigráfico, Katz vuelve a pintar la imagen en cada repetición, y cada vez que la pinta, el resultado es diferente. «Hay cosas que les unen, como la relación con las imágenes de los medios de masas (prensa, publicidad, cine…), una concepción de la imagen como algo icónico, como algo que tiene que ser reconocido inmediatamente, que tiene que quedar grabado en nuestra memoria», explica el comisario de la muestra.
«La obsesión por producir rostros icónicos que se queden impresos, indelebles, en la memoria del espectador es común a Warhol y a Katz. Pero a diferencia del primero, Katz no toma prestados sus iconos, no los roba al cine o a la publicidad y la prensa, sino que pretende algo muy difícil, que es fabricar él esos iconos, crear él una imagen que sea automáticamente reconocible por todo el mundo». El icono de Katz será Ada, su esposa y musa.
‘ALEX KATZ’, LA MUESTRA DEL THYSSEN-BORNEMISZA
Un total de 40 obras, de las que 35 son óleos de gran formato, son las que componen la exposición sobre Alex Katz que se exhiben en el Thyssen hasta el próximo mes de septiembre.
Además de los retratos, en esta retrospectiva de la obra del pintor neoyorquino podrán visitarse algunos de sus retratos en grupo, en los que abandona los fondos planos y monocromáticos para introducir entornos más realistas y con cierto dinamismo; y obras con motivos florales, con las que podía profundizar en el estudio del movimiento.
También sus paisajes en gran formato, que supusieron un segundo giro en su carrera, a finales de los 80 y en la década de los 90. Su intención era que el espectador se viera envuelto por la pintura. «Para estar dentro del paisaje, este tenía que alcanzar hasta entre tres y seis metros», explicaba Katz.
Y no faltan tampoco cuatro estudios que ayudan a entender el proceso creativo del artista neoyorquino junto con uno de sus cutouts (cuya traducción literal es recortables) más conocidos. Katz comenzó a desarrollar esta técnica en el año 59 de manera fortuita. Tras crear una composición de cuyo fondo no estaba muy satisfecho, recortó la figura y la montó sobre un trozo de madera. Contento con el resultado, siguió repitiendo esta técnica en otras composiciones que pegaba directamente sobre madera u otros materiales como el aluminio.
En 1962 organizó una exposición con sus primeros cutouts en la Tanager Gallery de Nueva York. Las piezas fueron denominadas Flat Statues (estatuas planas) y representaban retratos de amigos y otras figuras del mundo artístico y literario neoyorkino. La que se expone en la muestra del Thyssen es la célebre Green Table.