«El amor es fe y no ciencia».
Francisco de Quevedo (1580-1645), escritor español.
Quizás en el Siglo de Oro funcionase la retórica y la poesía para encandilar al sexo contrario. Más de 400 años después, la situación parece haber cambiado: según un estudio publicado en 2019 por la Universidad de Stanford, el 39% de las parejas estadounidenses se conocen a través de internet. 20 años antes este porcentaje alcanzaba un anecdótico 2%, pero por aquel entonces todavía no se había desplegado el verdadero potencial de las redes interconectadas.
En nuestro país la circunstancia es muy similar. Kaspersky Lab, compañía dedicada a la seguridad informática, emitió un informe en el que asegura que dos de cada diez españoles han sido emparejados de manera online, y el 40% ha utilizado en alguna ocasión aplicaciones de citas. Estas tendencias nos dicen que es más probable que encontremos a nuestra media naranja en una app para teléfonos móviles antes que en un bar, en el colegio o en la iglesia.
Tinder, Bumble, Badoo, Meetic y Grindr son las más populares y las que en la actualidad se reparten las porciones del lucrativo pastel del amor. La más descargada sigue siendo Tinder, con más de 75 millones de usuarios alrededor del globo. Y analizando los datos obtenidos de la aplicación reina, desde que fue lanzada al mercado en 2012, conoceremos mucho más de nuestra especie de lo que seguramente estaríamos dispuestos a admitir.
Porque los macrodatos no solo dictan tendencias, también revelan nuestros secretos más oscuros. Como que, vete a saber con qué intenciones, el 20% de los perfiles existentes en la plataforma son falsos. O que el 42 % de los usuarios están casados o ya se encuentran en una relación.
Pero, para entender toda esta vorágine de likes y matches en la que andamos sumergidos, debemos empezar por el principio. Fijémonos en algunos de los datos más esenciales de todos: los que hablan del uso de la aplicación según el género. El primero de ellos —para asombro de nadie— es que el 78,1% de los usuarios son hombres, frente al 21,9% de mujeres.
[bctt tweet=»Los famosos algoritmos han llegado para quedarse, con la oscura intención de lograr que nuestras decisiones sean más sencillas (al tiempo que llenan de dinero las cuentas bancarias de otros intermediarios por el camino)» username=»Yorokobumag»]
Este dato, aunque quizás parezca obvio, determina muchos de los que vienen a continuación. Como, por ejemplo, que la tasa de emparejamiento para las mujeres en Tinder es del 10% y para los hombres es solo del 0,6%. O que el 46% de las veces los hombres deslizan a la derecha, reafirmándose en que les gusta aquello que ven, mientras que las mujeres lo hacen solo con el 14% de los perfiles que se encuentran.
Haciendo una lectura transversal de estos datos, llegaremos a la conclusión de que las aplicaciones para ligar están claramente pensadas para los hombres y son las mujeres a quienes les toca hacer de filtro selectivo. ¡Oh, sorpresa!
Pero hay un dato todavía más aterrador que ha modificado el comportamiento de la aplicación desde que se decidió incluir una versión de pago. Al parecer, los hombres son (somos) 22 veces más propensos a convertirse en usuarios de la versión premium. Es decir, que si podía existir alguna duda de que la app estaba diseñada para hombres, este apunte acaba de despejarla. Los flechazos de Cupido son, o siguen siendo, un negocio muy rentable del que sacar tajada.
¿Cómo es esto posible? ¿El amor no ha sido siempre cosa de dos? Quizás lo fuera en el pasado, pero en esta constante revolución tecnológica en la que vivimos, las relaciones también son un juego de tres. Porque nada de lo que ocurre en la red desde hace tiempo es aleatorio. Ni siquiera la serie que sugiere Netflix o la canción que se reproduce en Spotify automáticamente. Y mucho menos los anuncios de pañales que nos recomienda Google cuando «se ha enterado» de que vamos a ser padres.
Los famosos algoritmos han llegado para quedarse, con la oscura intención de lograr que nuestras decisiones sean más sencillas (al tiempo que llenan de dinero las cuentas bancarias de otros intermediarios por el camino).
A los 28 años, la periodista Judith Duportail rompió con su novio. Volver a estar soltera implicó tomar dos decisiones aparentemente habituales y previsibles: apuntarse al gimnasio y descargar Tinder en su teléfono. Todo el mismo día. Meses después, la curiosidad de la periodista derivó en un artículo que escribió para The Guardian y se convirtió en uno de los más leídos de aquel año: «Le pedí a Tinder mis datos. Me envió 800 páginas con mis secretos más profundos y oscuros». 800 páginas.
El documento estaba cargado de información personal como sus likes en Facebook, sus fotografías de Instagram, el rango de edad de los hombres que le atraían o las conversaciones, palabra por palabra, con cada uno de sus emparejamientos. Entre otras cosas.
Duportail descubrió que Tinder sabía más de ella de lo que podía imaginar. Según cuenta, por alguna extraña razón estamos menos preocupados en regalar nuestros datos privados a este tipo de aplicaciones. Tinder conocía el número de veces y las horas a las que se conectaba, qué palabras utilizaba para romper el hielo y hasta cuántos segundos se paraba la gente delante de su perfil antes de pasar al siguiente. Cuando algo es gratis, todos deberíamos preguntarnos qué le estamos dando a la aplicación para que nuestro dinero no sea relevante.
[bctt tweet=»Más que buscar el amor, Tinder parece una competición de popularidad» username=»Yorokobumag»]
Así que Judith Duportail decidió seguir tirando de la manta. Tinder le subía el ego y el deseo de ser popular, pero también quería que le diese igual lo que pensasen de ella los demás. Un triángulo amoroso difícil de abandonar. Investigando, se topó con el ranking secreto que nutre la aplicación y que es conocido como «puntuación Elo». Esta clasificación, inventada por un exjugador de ajedrez, consiste en un sistema estadístico que se retroalimenta con lo que ocurre dentro de la plataforma:
«Cuando se muestra tu perfil a una persona, se te está emparejando contra ella. Si tiene un nivel alto y le gustas, ganas puntos. Pero si tiene un nivel bajo y te ignora, los pierdes».
Más que buscar el amor, Tinder parece una competición de popularidad. Un videojuego eterno que nadie puede ganar. Una ingesta brutal de dopamina en forma de bits. El algoritmo de la aplicación también fomenta el encuentro entre hombres mayores y mujeres más jóvenes gracias a Amazon Rekognition, un software que analiza y obtiene datos de las fotografías que suben los usuarios.
Según la propia patente de la app, «las personas con el mismo nivel de atractivo son más susceptibles de entenderse». Es decir, que Tinder no solo clasifica a sus usuarios por clase o género. Al estar conectada con Facebook, puede saber dónde trabajamos, e incluso nuestro nivel de estudios, para jugar con ello a su favor.
Los emparejamientos se realizan a placer basándose en los intereses de la propia aplicación. Al final, el de Tinder es un algoritmo más de los que día a día dirigen nuestra vida. Y en donde, tal y como ocurre con el juego, la banca siempre gana.
*La aventura de Judith puede leerse en El algoritmo del amor, publicada en español por la editorial Contra.