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Alvy, el milenial que se ríe de los milenials para empoderarlos

Alvy, conocido en el mundo analógico como Álvaro García Soler, se ríe hasta de su sombra. Sentido de humor no le falta. «En realidad de lo que más me «río» es del sinsentido común», afirma con rotundidad. «Lo aprovecho para mis posts y siempre procuro aportar un poco de surrealismo o exagerar las cosas para que se note que en realidad nadie tiene ni pajolera idea de lo que está pasando. El mundo a veces me parece una broma».

Alvy es un milenial que se descojona de su condición de milenial mientras que hace gala y ostentación de ello a la vez. En realidad, podría decirse que el humor es su escudo de defensa. Y aunque no le gustan las etiquetas («Hacer alarde de cualquier etiqueta en concreto es peligroso (o más bien tedioso)», lo hace «para empoderar a mi jodidísima generación».

Lo de Lo Puto viene de su etapa en el instituto. Un día le dio por raparse el pelo porque le pareció muy divertido, y sus amigas le crearon un perfil en Instagram. «Me pusieron alvaro_loputo porque «Lo Puto» viene de «Lo puto amo», un meme de esa época». Una gracia más que adoptó como nombre y que se resiste a cambiar.

Los memes, los hilos, las redes sociales en general son la base de sus bromas que compagina con su trabajo en Código Nuevo. Desde la risa, Alvy critica el excesivo peso que tiene lo digital y el postureo en su generación («Es un agobio total») y que, sin embargo, no llegan a entender.

«Los milenials nos encontramos entre los que les importan tres pepinos los likes los follows y los comments y la Generación Z, que han nacido con móviles en las manos. Lo que quiero decir es que nosotros vamos a medio gas en todo; no somos ni adolescentes, ni adultos, ni trabajadores, ni ninis; estamos en el limbo y me parece de risa porque vamos más perdidos que un pulpo en un garaje».

Esa contradicción, ese no saber cuál es su sitio, es lo que les lleva, en su opinión, a subir frases intensas que acompañan fotos ridículas o a creerse algo que no son. «Algo nos dice a los milenials que eso no tiene ningún sentido, pero nuestro otro yo nos dice que es una grandísima idea. Los Zetas se sienten más ubicados en las redes sociales; nosotros no sabemos muy bien qué hacer ni cómo usarlas, y por eso creo que nos genera tanta ansiedad».

Por esa razón le parece «un sinsentido supergracioso y posmoderno» la seriedad con la que se toman algunos la creación de boomerangs. Considera, sin embargo, que los memes «son una cosa muy curiosa» por su capacidad de unir realidades que pueden estar a años luz. «Vargas Llosa se puede reír de un meme del que también se ríe mi primo, que no ha leído un libro en su vida (y fuma un montón de porros)».

Reconoce que su Instagram responde a «una necesidad inherente de comunicarme, enseñar mi mundo y, de alguna forma, hacer algo con todos los «jajas» que se me pasan por la cabeza. A veces me río solo en casa y digo yo qué sé, igual se ríe alguien más. También hago música, aprendí a hacerla con un tutorial de YouTube. Todo por sacar un poco lo que me ronda la cabeza y, de paso, si alguien lo disfruta, pues mejor».

Y, aunque pretende lanzar un mensaje esperanzador para una generación tan perdida como la suya e invitar a la reflexión, afirma con rotundidad: «Tenemos esperanza, pero no tenemos solución». Confía en que algún día «saldrá el sol para los milenials» y en que puedan estar abriendo camino para que otras generaciones no lo pasen tan mal.

«Quizás seamos la antesala de una era en la que todo vaya bien gracias a nuestra lucha por el cambio climático, el feminismo, los valores y la virtud, pero es un dramón porque estamos en el punto de mira y en un punto en el que parece que el futuro recae sobre nosotros; y estamos abrumados porque hay tanto por hacer y tan poco tiempo que siempre sentimos que estamos dando palos de ciego».

Y concluye: «Supongo que por eso miramos memes, porque los usamos de ibuprofemo para el dolor de cabeza que nos da el mundo».

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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