Andrea era un ser etéreo, delicado pero con gran fortaleza a la vez. Su presencia nunca pasaba desapercibida allí donde fuera. Tal era el magnetismo que emanaba. Resultaba muy difícil decir si Andrea era un hombre o una mujer. Lo que sí podían decir todos es que era una persona complaciente. Bastaban cinco minutos de conversación con aquel ser tan especial para que toda la vida pareciera maravillosa y equilibrada. No resultaba extraño que tanto ellas como ellos acabaran enamorados de Andrea. Así ocurrió con Marta y Daniel, una pareja de esas que se forman en el instituto, continúan en la universidad y acaban en matrimonio, no se sabe muy bien si por costumbre o por verdadero amor.
Lo cierto es que cuando Andrea se cruzó en su camino en aquella fiesta de fin de año organizada por sus vecinos, todo cambió en la vida de la pareja. Lo de Marta con Andrea fue un flechazo. Fue ver aquella figura etérea y enigmática en el centro del salón y caer rendida a sus pies como si fuera una colegiala. A Daniel le costó un poco más. Aquel aspecto indefinido de Andrea le frenó en un primer momento.
Pero cuando empezaron a hablar, la delicadeza de su voz, la suavidad de sus gestos y aquella sonrisa dulce acabaron por doblegar sus defensas. Desde entonces, la relación entre Daniel y Marta fue enfriándose hasta que se rompió. Ambos se confesaron estar enamorados de otra persona y cuando descubrieron quién era, la sorpresa fue mayúscula. ¿Acaso Marta era lesbiana para enamorarse de una mujer? ¿Cómo pudo disimular tantos años Daniel su naturaleza homosexual y descubrirse de pronto enamorado de un hombre?
Cuando a Andrea le contaron que la ruptura de aquella pareja de vecinos tan simpática que conoció en noche vieja había sido por su culpa y le preguntaron por cuál de los dos se decantaba, sólo sonrió y se dio media vuelta. Qué necesidad había de encasillar en un único género toda su esencia.
De ambigüedad de género en algunas palabras vamos a hablar hoy. Porque en el Diccionario no todo es masculino y femenino como pudiera pensarse: también hay nombres que pueden usarse en ambos géneros sin que cambie su significado. Se trata, por lo general, de aquellos que nombran seres inanimados, a excepción de dos, cobaya y ánade, que designan seres animados: el/la mar sería el ejemplo más conocido.
Pero también hay otros muchos nombres como armazón, vodka, ábside, aguafuerte, alfoz, anatema, aneurisma, apóstrofe, armazón, arte, azúcar, bajante, blazer, canal, casete, cochambre, delicatessen, doblez, dote, duermevela, enzima, esperma, fueraborda, herpe/herpes, hojaldre, interrogante, interviú, lavaplatos, lavavajillas, lente, linde, margen, mimbre, monzón, mousse, orden, pastoral, pelambre, pringue, pro, psicoanálisis/sicoanálisis, radio, rara avis, reuma/reúma, teletipo, testuz, tilde, tizne, trípode, túrmix, vertiente…
No hay reglas que permitan reconocer un nombre como ambiguo, no hay más remedio que consultarlo en el diccionario. La elección de uno y otro género, según el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD) «va asociada a diferencias de registro o de nivel de lengua, o tiene que ver con preferencias dialectales, sectoriales o personales».
Para aquellos que echéis de menos en los ejemplos el/la calor, siento deciros que el Diccionario hace ya tiempo que considera *«la calor» como un uso vulgar que debe evitarse por considerarlo arcaico. ¡Se acabó la poesía, una pena!
Una respuesta a «Relatos ortográficos: El lavaplatos, ¿es masculino o femenino?»
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