Lo primero que llama la atención al conocer a Ampparito es comprobar que es un señor bien alto, con barba cerrada y voz grave. «Ya, es que… Verás, cuando empecé a pintar en la calle me busqué un nombre curioso y, bueno, Ampparito quedaba como de señora mayor. En medio de todos esos tags con gancho y de nombres molones, guerra de estilos… veías Ampparito y hacía gracia».
Se llama Nacho Nevado y sus intervenciones siguen haciendo gracia. Pero ahora también hacen pensar. Ampparito ha refinado su estilo, ha cambiado el espray por la brocha («la verdad es que nunca fui bueno con los grafitis», dice) y ha incluido otros elementos e instalaciones para alterar las calles y sorprender al peatón. Una valla excesivamente pequeña, canastas duplicadas a base de espejos, una portería donde no solo entran las pelotas de fútbol, sino las del toro de Osborne… «Los sinsentidos que producen ese tipo de intervenciones me gustan mucho», explica el artista. «Coges cosas que estén en el imaginario colectivo y las cambias, las hackeas».
Ampparito asegura que las ciudades son el mejor escenario para crear ese desconcierto. «A un museo la gente sabe que va a ver arte, igual que vas a un dentista y sabes que te van a toquetear la boca. Actuar en la calle tiene esa parte de pillar desprevenido, de descolocar», dice señalando el ventanal de la cafetería donde hemos quedado, tras el cual se desparrama el centro de Madrid.
La ciudad, opina Ampparito, está hecha para ser eficiente, construida para ser rápida y civilizada. Pulida, engrasada y perfeccionada. Sobre ella se deslizan veloces y rutinarios los peatones, con una voluntad de autómata, un comportamiento que se puede modificar fácilmente mediante señales y objetos. Vamos tan rápido que delegamos y confiamos en lo que otros ponen sobre la calle, nos fiamos de los símbolos hasta el absurdo. «Si hay un cono es porque hay una baldosa suelta; si hay una valla, no puedes pasar por ahí… En ese contexto es muy fácil jugar», explica el artista. «Pones, por ejemplo, una acera que se va haciendo más y más estrecha y la gente va a caminar por ella hasta que sea casi imposible».
Ampparito podría exponer en salas y museos –la mayoría de sus obras son comisariadas–, pero él prefiere mantener la calle como campo de juegos. Lleva interviniendo en ella desde que terminara Bellas Artes. Lo hizo por una cuestión práctica: necesitaba un portfolio, un público y un espacio donde guardar su obra. Así que salió a las calles de Londres, ciudad donde vivía en aquel entonces, y se dispuso a pintar.
«Hice una servilleta llena de grasaza en la que se podía leer “Gracias por su visita”», comenta. La intervención era una clara referencia al brexit, pero la mayoría de peatones no la entendió. «Era una pieza figurativa, pero según donde hayas nacido, la entiendes o no. Para los ingleses era algo casi abstracto». Sucedía la mismo con otra obra de aquella época, una representación del dorso de un metrobús extremadamente realista. «La gente pensaba que era una composición japonesa», recuerda con una sonrisa.
Es consciente de que, por lo público del escenario, no todo el mundo entenderá sus obras. Y le parece bien. «A mí me gusta que funcionen desde una parte más superficial, pero que también puedas rascar y darle mayor profundidad», explica. Por eso utiliza sus redes sociales como una forma no solo de publicitar su trabajo, sino de describirlo y explicar sus referencias. «Yo creo que lo que hago está dirigido a dos públicos distintos: la gente que lo ve por la calle y lo disfruta estéticamente, y aquellos que quieren profundizar más y saber qué hay detrás».
El arte urbano, en ocasiones, puede ser rural. Es lo que ha sucedido en Bolaños de Campo, un pueblo de la meseta que era, hasta hace no mucho, un desierto cultural. «Bueno, un desierto en general», matiza Ampparito con sorna. «En verano vamos algunos, pero en invierno no hay nadie». Es el pueblo de su abuela, explica el autor, y por eso lo visita a menudo desde hace años. Fue aquí donde empezó a realizar sus primeras intervenciones, cambiando las paredes de ladrillo gastado de Londres por los muros encalados del pueblo castellano. Es allí donde descansan muchas de sus intervenciones.
«Empecé a hacer cosas allí porque a la gente le daba un poco igual lo que hagas. Bueno, ahora están muy contentos, ¿eh?», comenta dejando entrever un ápice de orgullo. «Además, como no me pagan, tengo libertad creativa absoluta».
A Ampparito le gusta este contraste, trabajar en Nueva York y en Bolaños de Campo, exponer en festivales prestigiosos y en destartalados callejones. «Ahora hago cosas comisariadas y trabajo con gente del arte que hace referencias muy elevadas, pero cuando curras también en la calle es muy refrescante. Trabajo con gente superculta, con gente snob y, a la vez, con señores que dicen, «mira, no te entiendo, pero te dejo mi tractor». Mola mucho porque trabajas de una forma supertransversal».
Es quizá el secreto de Ampparito, esa doble lectura de sus obras que hace que cualquiera las pueda disfrutar; esa mezcla entre el chiste y la reflexión. A fin de cuentas él expone en las calles y la calles son de todos. No ha perdido frescura con los años, pero sí ha ganado en profundidad, en matices. Y su obra está cada vez más abierta a interpretaciones pues es cada vez un poco menos suya y un poco más de la ciudad. Se llama Nacho Nevado y sus intervenciones siguen haciendo gracia. Pero ahora también hacen pensar.
PORTERÍA CAÑÍ
Es una fusión de una portería y el toro de Osborne. Es muy cañí y más allá de lo visual tiene un juego de palabras, para que quede luego todo muy poético: como una pelota que choca con unas pelotas. El escenario, ya de por sí, es muy curioso; es bastante simbólico porque este pueblo, como todos, se está quedando vacío, y los campos de fútbol están abandonados. Tú vas por medio del campo y de repente ves dos porterías en mitad de un descampado.
UNA REGLA CELESTIAL
Este es un mural sobre la reducción, el reciclaje y la reutilización. Representa una regla de 10 centímetros, pero el muro en realidad mide 30 metros de largo. Si te alejas unos 50 metros de la pared puedes convertir esa regla enorme en una diminuta otra vez. Era un ejercicio de reducción a través de la distancia. Cuando trabajas en la calle hay una parte imprevisible, no sabes cómo va a reaccionar la gente ante tu obra. En este caso han acabado utilizando la regla para medir nubes y es como… ¡Joder, me encanta, es casi mejor!
CASA YOUTUBE
Esta intervención, al igual que la que tengo con el símbolo del DVD, está pensada para ser vista en el móvil. Lo puedes ver en físico, pero cobra otro sentido al verlo en una pantalla. En ese contexto lo pulsas pensando que va a activar un vídeo; o, en el caso del DVD, como tú lo asocias a que se mueve, estás pensando “¿se cargará?, ¿se va a mover?”. Es arte analógico que hace referencia a lo digital.
MI PATRIA ES UN TROZO DE TELA
Lo hice en Barcelona, así que aquí también el contexto es importante. Ha sido una investigación; he buscado el límite, los grises y lo interpretable. Quería explorar, descubrir cuándo una bandera deja de ser bandera. Al final es tela, así que si la lavas a más de 70 grados, si la destiñes, si encoge… ¿sigue representando lo mismo? Si yo quemo una bandera, pero los colores están en negativo, ¿es ofensivo?
FACHADAS REPETIDAS
Es un corta y pega. Pinté una parte del edificio de al lado sobre una pared en blanco, creando una repetición que descoloca. Es un glitch. Me gusta coger cosas que ya existen del entorno y repetirlas al lado. Yo trabajo mucho con el contexto, creo arte contextual. Y este contexto empieza a ser, cada vez más, el entorno digital.
PREPARADOS, LISTOS, YA
En esta intervención varié los terrenos de juego, que son igualitarios cuando, en realidad, nada es igualitario. Lo rápido que corras depende de tu altura, de tu alimentación, de un montón de factores. Por eso quise deformar esta pista. Me gusta ver cómo, cuando alteras un terreno de juego, la gente sigue jugando, adaptándose a los cambios.