La cultura del siglo XX cuenta con un buen número de nazis pasándolas canutas, siendo acribillados, hechos carne picada por las hélices de un avión o con la sesera barnizando un bate de beisbol.
Indiana Jones, el Oso Judío interpretado por Eli Roth en Malditos Bastardos o cualquiera de los que fueron a Salvar al soldado Ryan son ejemplos de cómo al espectador medio mundial –no digamos ya al estadounidense– le gusta ver al fascismo morder el polvo.
Pero, claro, una cosa es cuando el nazi viene blandiendo la Luger y dándole al botón de la cámara de gas de La Lista de Schindler y otra cuando reparte kilos de arroz a personas necesitadas con la condición de que sean nativas de su país.
El problema viene en un tiempo en el que se hacen muchos esfuerzos por no dejar tan claro quién es el fascista y en el que los fascistas, una vez identificados, van vestidos de manera respetable y con discursos alejados de la belicosidad de sus antecesores de hace poco menos de un siglo.
El riesgo de que que el acceso a las cuotas de poder se produzca ha estado siempre ahí y, de hecho, ese acceso se suele producir por métodos democráticos. Una vez dentro, comienzan a pasar por normales peticiones como las de ayer mismo en El Ejido (Almería).
Allí, la coalición en el ayuntamiento formada por PP y Vox ha solicitado abandonar el sistema de seguimiento de víctimas de violencia machista. Debates que antes estaban superados y remiten a las cavernas de la moral.
Mark Bray, historiador y uno de los fundadores del movimiento Occupy Wall Street, denomina a estos ejemplares nazis de corbata. Su libro Antifa, el manual antifascista (Capitán Swing, 2019) analiza el origen y naturaleza de los movimientos antifascistas en todo el mundo y trata de contextualizarlos en la realidad política contemporánea.
Mark Bray entrevistó para su libro a antifascistas de 17 países. La duda llevaba sembrada en el movimiento un tiempo considerable. «¿Qué vamos a a hacer cuando nuestros enemigos se presenten como respetables?».
Lejos de las agresivas estéticas skinheads o militaristas, la entrada de la ultraderecha a las instituciones se acerca más a un manual de marketing (sobre todo online) que a un panfleto político. «Ya Hitler tenía interés en el marketing. La esvástica, por ejemplo, era un símbolo de la ultraderecha alemana antes de Hitler, pero él cambió el diseño. Él sabía que la política electoral era una forma de marketing y entendió eso más que los partidos de la izquierda. Después de la II Guerra Mundial, hemos visto que muchos fascistas han entendido que para ganar influencia no puedes presentarte como un skinhead», explica el escritor estadounidense.
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El packaging fascista se ha hecho mucho más amable. Los derivados de nazis y fascistas han perdido el miedo a diferenciarse y exhibirse en lugares como Alemania, donde no hace mucho eran impensables manifestaciones numerosas de neonazis. Mark Bray dice que hay algo peor que esa visibilización. «Es su influencia en los partidos de centro derecha. No siempre hace falta que la ultraderecha gane para que la ultraderecha gane». En el momento en que sus propuestas ocupan la agenda, todo el mundo pierde.
Para Mark Bray, el auge de líderes ultraderechistas o cercanos a esas posiciones como Jair Bolsonaro, Donald Trump o Matteo Salvini responde a una táctica de choque de las esferas de poder. «El fascismo o movimientos parecidos han tenido éxito cuando las élites tradicionales no han tenido éxito eliminando la amenaza de la izquierda revolucionaria», explica el escritor. «Con las raíces del fascismo en el patriarcado, el racismo y el capitalismo, siempre existe la posibilidad de que en un tiempo de crisis surja algo así. No necesariamente fascismo. Alguna manera de autoritarismo ya que las definiciones de estas cosas cambian de un tiempo a otro».
Bray comenzó su activismo a principios del milenio, con la oposición antibélica a George W. Bush. Su decepción ante la ausencia de cambios le llevó a impulsar Occupy Wall Street junto a otras personas y colectivos. El estadounidense dice que toda esa experiencia ha sido importante para Antifa, el manual antifascista.
También ha servido de semilla para que el activismo y la militancia alarguen sus tentáculos y su influencia, aunque, a su juicio, no se hayan alcanzado los objetivos. «Mi aspiración era que consiguiéramos una forma de democracia directa y es un poco decepcionante ver esta política en las urnas, pero es cierto que el perfil del socialismo en la sociedad es más amplio».
Alternativas como Bernie Sanders, Democratic Socialists of America, Brand New Congress o Justice Democrats sirven de base para repensar el futuro del pensamiento progresista en Estados Unidos.
Para Bray, esto es importante porque la adhesión masiva de personas es de vital importancia y que la sociedad se mantenga alerta. «Las perspectivas fascistas no suelen ser diferentes del centro del espectro político. Es decir, no toda la población está tan interesada en eliminar el peligro del fascismo», afirma.