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Cuando ellas llevaban la batuta: homenaje a los oficios femeninos que han desaparecido

De vez en cuando aparecen como ilustración en publicaciones acartonadas. O como noticia, generalmente redactada con cierto tufillo a burla o desdén. Igual que aquellos adefesios de mala cara y cuestionables modos con los que se representaba a las comuneras de París: la ridiculización va de serie.

Sin embargo, en fotos originales, la imagen es diferente: empleadas dignas, con su mono de trabajo o sus mejores vestidos en días de libranza. Fuman serenas, descansan con el uniforme impoluto o sonríen de camino a la verbena. Todas ellas, mujeres que ejercían de cigarreras, lavanderas, modistas o aguaderas en Madrid y cuyo oficio ha desaparecido. O está a punto.

Para rescatar su memoria, para obtener ese relato de las calles que no siempre cuentan las protagonistas, Victoria Gallardo se ha empapado de bibliografía o de testimonios directos y ha escrito Fuimos Indómitas. Un libro publicado por La Librería que repasa varios gremios de mayoritaria presencia femenina y los homenajea con una mezcla de crónica y documentación.

El resultado: un recorrido por la ciudad de la mano de quienes la levantaron, la vieron cambiar o se tuvieron que amoldar a los nuevos tiempos. Sin las caricaturas de los diarios de la época ni el retintín de sus plumillas. «El origen fue, simplemente, pararme a pensar lo que sabía de las mujeres de Madrid. Y ponerles cara más allá del tópico», resume la autora.

Primeras posiciones del cuadro interurbano de Hortaleza. ARCHIVO HISTÓRICO FOTOGRÁFICO DE TELEFÓNICA
Cuadro internacional en la central de Gran Vía por donde pasan las comunicaciones de España con los demás países. ARCHIVO HISTÓRICO FOTOGRÁFICO DE TELEFÓNICA

Gallardo se preguntó cómo y quiénes desempeñaban hábitos que hoy no existen. Por ejemplo, qué fue de esas telefonistas —o chicas del cable, el apodo popularizado por la serie de Netflix— que se encargaban de enlazar llamadas. O ese enjambre de cajones que se desplegaba a orillas del Manzanares para lavar la ropa. O esos mañosos pulgares que entubaban el tabaco picado y lo disponían en forma de cigarrillo para gozo de los fumadores.

Cigarreras a la salida de la fábrica. Crónica. 31/5/1931. BNE.

«Quería reivindicar su papel. Hacer un recorrido por lo que pelearon. Visibilizar el legado», comenta esta periodista nacida en Madrid en 1990, urbe en la que se ha centrado, pero que podría haberse abierto a otras partes de la geografía de España.

«Mi obsesión era hablar con ellas», comenta Gallardo después de dos años de proceso hasta dar a luz la edición final. Hablar con protagonistas o con familiares de, por ejemplo, esas mujeres que se plantaron en el mercado de La Cebada, en pleno barrio de La Latina, contra un impuesto consistorial. Verduleras que, en 1892, paralizaron una norma después de luchar por sus puestos de trabajo. Incluso lanzando patatas o cebollas a la policía que iba anotando sus nombres para multarlas.

«En este caso, he querido también resignificar la palabra, maltratada y usada como alguien deslenguado. Y consiguieron llevar su discurso al espacio público», arguye sobre una de las historias que condensan sus capítulos.

Lavaderos del río Manzanares (Madrid), c. 1915. BALDOMER GILI ROIG. MUSEO DE ARTE JAUME MORERA

Otro se detiene en las lavanderas que cargaban la ropa sucia y bajaban al Manzanares, extrarradio entonces de una ciudad desharrapada como la que describía Pío Baroja en La busca: negra hondonada de escombreras y casuchas tristes, decía el literato. Ahora no se percibiría en este espacio de runners y columpios el frío que atenazaba las manos de estas mujeres «anónimas».

«No tienen ni una referencia», explica Gallardo, que escribe cómo «pesa la semana en los riñones» de una de estas mujeres. En ocasiones, eran niñas pequeñas que acompañaban a sus madres de lunes a sábado, sin un sueldo determinado.

La Sarasate arengando a las verduleras en la plaza de la Cebada, de Narciso Méndez Bringa. La Ilustración Nacional, 16/07/1892.
La Casilda. Tipos madrileños, de Narciso Méndez Bringa. La Ilustración Artística, 13/04/1896. BIBLIOTECA DE PRENSA HISTÓRICA

Lo mismo les ocurría a quienes agarraban el botijo y daban vueltas por el Retiro, la zona del Bernabéu o del Prado refrescando a la concurrencia, generalmente llegadas desde barrios periféricos. O a las que calentaban el estómago en las esquinas, agitando ascuas para asar castañas. O modistas que zurcían al gusto del cliente, en una «esclavitud de la aguja» que aún se ve en otros lares.

La turbia. Costumbres de Madrid», de Narciso Méndez Bringa. La Ilustración Artística, 03/08/1896. BIBLIOTECA DE PRENSA HISTÓRICA

«Muchas pedían mejores condiciones, pero solo aparecían tratadas con condescendencia y paternalismo», critica Gallardo. La imagen, de nuevo, iba desde la burla hasta la «dulcificación»: «Estaban doblemente silenciadas: por ser mujeres y por ser obreras».

En esta categoría tienen un epígrafe especial las cigarreras, con unos contratos «muy severos». En el libro se narran motines en la Tabacalera y un orgullo gremial que continúa hasta nuestros días, ya que aún quedan muchas de las antiguas empleadas: llegó a haber hasta 5.000.

Amalia Fernández el día de su 16.º cumpleaños, estrenando tacones y mantón. ÁLBUM FAMILIAR

Igual que ocurre con las telefonistas o las taquilleras, que se han mantenido hasta hace poco tiempo y que reflejan a la perfección los roles de género de la época: se las llegaba a pagar una dote y cuando se casaban, muchas dejaban de trabajar fuera de casa. La autora ha podido conversar con alguna de sus protagonistas, sintiendo esa satisfacción por una labor que rezuma toques de nostalgia.

Una taquillera de Metro en torno a los años 40. METRO DE MADRID

«No se puede tener nostalgia de trabajar tantas horas y con esa miseria, porque algunas eran viudas o estudiaban por la noche una oposición después de todo el día por ahí, pero sí que hay una especie de exposición melancólica como un artefacto poderoso para verlo de otra manera», reflexiona la autora, que ha sido fiel a los hechos con licencias de estilo, pero sin querer novelar.

«Me parecía tramposo», sopesa Gallardo, que ha elaborado este abanico de historias de distintas formas. Para los oficios más antiguos ha tenido que zambullirse en periódicos o revistas del fondo del catálogo. Para otros, como las castañeras, ha tenido la suerte de encontrárselo en la calle, de milagro, como una reliquia viva: «He leído libros como el de Tea Rooms, de Luisa Carnés; me ayudaron desde el proyecto audiovisual Cirragerasdoc y hasta di con una bisnieta de lavandera por redes sociales».

Pepa Fernández y su hermana Antonia (en la imagen) compartieron oficio y puesto durante años en el paseo del Prado. ÁLBUM FAMILIAR

Algunos se han dejado fuera, incluso. «No he podido meter más por falta de documentación o de testimonios, porque a lo mejor eran más aislados», lamenta Gallardo, «como las piperas (que cargaban las pipas de tabaco) o las peinadoras». Si agregara un epílogo actual, sería para las Kellys: «Son lo más parecido, las que representan ese espíritu», indica. El espíritu indómito al que alude el título, el de «solas no podemos, pero juntas sí». «Es el mensaje más poderoso, el de la sororidad, que sigue estando vigente aunque no tengan ni una calle ni una placa que las recuerde», concluye.

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