El primer disco de Mister Marshall se llamó, obviamente, Bienvenido. El juego de palabras es curioso, pero la referencia a la película de Berlanga no juega muy a favor de la banda. Javier Vidal lo sabe: «Para encontrarnos en Google tienes que poner Mister Marshall grupo, o música. La verdad es que no tomamos la decisión pensando en el SEO. ¿Para qué hacer las cosas fáciles cuando puedes hacerlas difíciles?».
La anécdota define a la perfección la filosofía de un grupo que en su último trabajo, Antipiano, establece su «derecho a resistir, a escapar del meme y del hashtag. De la tiranía del espacio virtual y la sociedad de la información».
Lo hacen en una página web, pues esta colección de canciones ha sido concebida para consumirse en el móvil. «Es una de las grandes contradicciones», confirma Vidal. «Nosotros estamos reivindicando el papel, la máquina de escribir, lo tangible frente a lo digital. Y, de repente, lanzamos un trabajo en un formato completamente digital. Me gusta sacar partido a esas contradicciones y jugar al despiste».
Este juego se da en una web cuidada. Está en blanco y negro y tiene texturas granuladas. Está salpicada de símbolos y grafías que se mueven a medida que lo hacen los dedos por la pantalla. La música se complementa con mensajes, poesías y GIF. El vehículo es digital pero tiene la calidez de lo analógico. Hay algo de antiguo en un disco que requiere de la atención del usuario, no solo a nivel auditivo. Para descubrir Antipiano hay que leer, hay que pulsar, hay que hacer scroll lateral y vertical. Hay que toquetear.
«Era una manera un poco de vestirlo», explica Vidal. «Procede de la necesidad de encontrar en el disco diferentes maneras de contar historias. Yo no concibo grabar canciones y que esas no vengan acompañadas de una historia que las trascienda».
El primer disco de Mister Marshall estaba hecho a mano por los miembros de la banda. Era una superposición de cartulinas con un hueco en el medio que se hacía cada vez más grande, creando un efecto como de rosco de los Looney Tunes, una proeza artesanal. El segundo disco estaba dividido en tres actos y guardado en cajas de madera. El tercero era una sola canción que se extendía hasta los 25 minutos.
Parece que con Mister Marshall el contenido es tan importante como el continente. «Tengo la sensación de que, a veces, eso puede ir en detrimento de nuestra música, hacer algo tan novedoso puede eclipsar nuestras canciones», reflexiona. Pero esta es una arma de doble filo.
Diariamente se suben entre 20.000 y 24.000 canciones a Spotify. Esto hace que se alcance el millón de nuevos temas en un mes y medio. El formato con el que se visten estas canciones es una forma de hackear el algoritmo sin entrar a competir con él, de destacarte entre la marea de nuevas melodías, reconoce el músico. «Y por otro lado, joder, nos gusta divertirnos. Nos gusta colaborar con gente y creo que es muy interesante esa mezcla. Trabajar con pintores, con carpinteros, con programadores para poder contar una historia».
En lo musical, Mister Marshall también juega al despiste. Uno de los sellos distintivos de la banda, sus acordes de guitarra, han desaparecido totalmente en este último trabajo. «Yo soy guitarrista», explica Vidal señalando el instrumento que se intuye detrás de plano en la videollamada. «Pero hace poco me compraron un piano de pared, que también está por ahí…».
Entonces se dio cuenta de que el piano encierra todos los instrumentos, de que su versatilidad hace que pueda ser el protagonista absoluto de un disco como Antipiano. El título, por cierto, es un homenaje a Nicanor Parra, creador de los antipoemas.
El disco, por lo tanto, puede sorprender a muchos de los seguidores de la banda, que ha pasado de ocho a tres componentes y de un rock enérgico a uno más comedido e intimista. «Los grupos con grandes audiencias hacen de todo para no decepcionarlas. Nosotros, como somos chiquititos, nos podemos permitir hacerlo», bromea Vidal respcto a estos cambios.
Lo cierto es que Antipiano no decepciona, desconcierta. Sorprende en su propuesta, cuidada, profunda, estudiada al milímetro. Refleja el carácter de su compositor, un hombre que se define como clásico entre rockeros o rockero de los clásicos.
Se formó en conservatorios, hizo callo en bandas de jazz y tocó incluso con orquestas y decenas de bandas, recorriendo la península a un ritmo frenético. «Toda mi trayectoria ha sido un poco luchar por encontrar mi sitio», reconoce él. «Y me empiezo a dar cuenta de que quizás, precisamente, mi sitio es no estar en ningún sitio».
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