“He hundido más empresas de las que he montado. Me he arruinado varias veces en la vida y no descarto volver a hacerlo porque el hundimiento lleva a la desesperación y la desesperación a las ideas descabelladas y las ideas descabelladas son las que más valen. Más aún en estos tiempos”. Esta lúcida reflexión es del director de cine y escritor Antonio Dyaz.
El director inauguró con su intervención los Encuentros en el tercer miércoles que organiza el c de c. Un evento, celebrado en Utopic_US (Madrid), cuyo único requisito para acudir como ponente es hablar de creatividad. Dyaz acató la norma e hizo referencia a las diferencias que existen entre la arquitectura del cine y la de la publicidad. Pero antes contó algo que le interesaba mucho más. La historia de su mopa.
El escritor contó que, tras su vuelta a Madrid después de un año viviendo en Edimburgo, ha comprado una mopa. “Es una mopa-robot, una bola robótica que atrapa todo el polvo del piso. Primero pensé: ¡Qué bien! Ya no estoy solo. Tengo una mopa. Después bajé a los chinos y compré una cámara. Se la enganché para que vaya grabando. Luego miro los fotogramas y en los últimos he descubierto que habla con otras mopas”.
Y volvió a las arquitecturas. Un spot es más preciso. Pero una película puede extenderse y plantearse en márgenes menos estrictos. Su último largometraje, The Lobito, es una historia con meses y meses detrás, y escenarios y escenarios de varias partes del mundo.
“Llevo cuatro años rodando esta película. Creo que ya voy viendo de qué va. Soy el primer espectador. Ahora, cuando me siente con vosotros a ver el trailer, estaré tan expectante como los demás porque han sido muchos viajes, muchos momentos, muchas escenas… Ahora hay que ver lo que surge de todo esto”.
La arquitectura distinta de The Lobito tiene mucho que ver con el presupuesto. Dijo Dyaz que “no tenía pasta”. “Por eso”, confesó, “tuve que ir haciendo la película por varios países por donde me ha llevado la vida”. Ese motivo hizo también que en el largometraje hayan participado “muchas personas que encontraba por la calle y a las que preguntaba: ¿Puede coger este lobito y hacer esto, esto y esto?”. “Me han dirigido grandes personas de la calle y he aprendido mucho de ellas”, ironizó el director.
Pero puede que una de las mayores aportaciones de la película la haya hecho, sin saberlo, Danny Elfman. Dyaz tomó un tema del compositor de las películas de Tim Burton y le dio la vuelta. “Cogí el track y compuse la banda sonora tomando las notas del revés”. Y, para firmarlo, utilizó la misma fórmula. Llamó a su supuesto autor Namfle Ynnad (Danny Elfman deletreado del final al principio). Una banda sonora que, además de poder pagarla fácilmente porque la hizo él mismo, “es un homenaje al compositor”.
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