Al entrar en la exposición de Antonio Ovejero (CLC Arte, Valencia, hasta el 6 de noviembre) lo primero que percibes son objetos que parecen cerámica. Jarrones, figuritas, porcelanas relucientes sobre mesas y estantes… Pero al acercarte, la ilusión se desvanece. No son piezas tridimensionales, sino pinturas. «Más que buscar un realismo técnico, intento crear una atmósfera que exagere la realidad y la lleve a un terreno más emocional o simbólico», explica Ovejero. La textura, la luz, el volumen engañan al ojo y lo que parecía decorativo se revela como reflexión sobre la memoria, el lujo y la resistencia.

El título de la muestra, Si todo fuera de terciopelo, mezcla deseo e ironía y revaloriza objetos cotidianos de la memoria doméstica, como los jarrones de la abuela o las figuritas que decoraban la entrada de casa. Ovejero los envuelve en terciopelo metafórico. «Embellece, pero también oculta. Es suave, pero misterioso. Refleja muy bien la tensión entre lo íntimo y lo lúgubre, entre lo hogareño y lo inquietante. Quise establecer un paralelismo entre esos objetos decorativos cotidianos y los símbolos del glamour, elevándolos a una categoría superior», señala el autor.


Cada cuadro es un microcosmos doméstico cargado de historias. Cocinas, cortinas, flores, mesitas con porcelanas… cada objeto habla de quién ha vivido allí, de sus costumbres, recuerdos y ausencias. La atención al detalle y la composición escenográfica buscan elevar lo cotidiano a lo sublime. Incluso la silla roja en un rincón o las manos que sostienen la figura de El caballo blanco de Palermo narran historias de resiliencia silenciosa. «Las manos hablan, sostienen, acarician, muestran… Son elegancia que persiste pese al tiempo y las pérdidas», dice Ovejero.
En familia
El imaginario del artista está profundamente ligado a su historia familiar: la abuela modista, el padre y hermano pintores, y su madre, escritora, responsable del texto que acompaña la exposición, en el que recuerda cómo los objetos hablan de identidad, memoria y pertenencia. Esa familiaridad permite al espectador verse reflejado en la casa de la abuela, de la tía, un hogar querido y perdido. Lo cotidiano se vuelve sublime, lo banal poético.

Ovejero juega con la paleta como un narrador. Rojos, azules y verdes profundos envuelven al espectador, creando una atmósfera que es a la vez acogedora e inquietante. «Me gusta exagerar los elementos, llevarlos al límite para darles un aire más teatral, más simbólico», añade. Sus interiores no son meros decorados, sino recuerdos condensados, refugios donde se entrelazan lo vivido, lo amado y lo perdido. Cada escena hilada con intención, cada objeto acumulado, cada estampado exagerado, sirve para hacer visible lo invisible: memoria, historia e identidad.



Como viene siendo habitual en Abierto València, certamen en el que se enmarca esta exposición, la clausura del certamen reconoce a las exposiciones más votadas por el público. Este año, Si todo fuera de terciopelo se alzó con el Premio Cervezas Alhambra. El galardón no solo incluye una dotación económica, sino la oportunidad de realizar un diseño exclusivo para la marca, visibilizando al artista y acercando el arte contemporáneo a nuevos públicos.

Mirando al futuro, Ovejero quiere seguir explorando su obra en distintas direcciones. «Cada exposición, cada cuadro, es un paso más en mi lenguaje pictórico. Quiero experimentar, transmitir y seguir contando lo que me interesa. Es como una rueda que no quiero que se detenga», concluye.