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Any given afternoon: un relato sobre la ginebra Seagram’s

Ocurrió el pasado sábado. El sopor hizo que la necesidad de salir de entre los muros de casa se convirtiera en irrenunciable. Eran las cinco menos cuarto de la tarde y no hacía ni frío ni calor, sino todo lo contrario. La sobremesa prometía muy poco y un servidor prometía aún menos pero, ¿no es en estas ocasiones cuando ocurren las circunstancias más curiosas e inesperadas? En este particular, qué quieren que les diga, lo fue. Fue una situación con mucha ‘Originality’.

Iba paseando por algunas angostas calles del Madrid de los Austrias cuando decidí entrar a refrescarme en uno de esos locales que han aflorado a cientos por todas partes. Sí, esos horribles cocktail bars con aburrida decoración minimalista e impersonal y gélida música lounge que parchean con la misma facilidad una sobria ciudad castellana que una bulliciosa población turística de la costa levantina.

Me acerqué a la barra a pedir con desgana un peppermint cuando, casi de soslayo, reparé en la presencia de cuatro personas sentadas en una mesa. Elegantes atuendos, cuidados cortes de pelo, sofisticada imagen en definitiva y, por qué no decirlo, una piel un tanto tendente al tacto acartonado. No puede evitar escuchar su conversación.

– Juan Pardo is the best. ‘Tú me dijiste adiós’, ‘Un sorbito de champán’… Temas que siempre sacan a la luz mi lado más romántico; pero si tengo que escoger un grupo español de estos años me quedo con Los Pekenikes sin dudarlo. ‘Palomitas de maíz’, ‘Lady Pepa’ o ‘Hilo de seda’ siempre me hacen mover el esqueleto – explicaba animosamente uno de ellos (luego supe que su nombre era Elvis Goodman).

Yo, que siempre he sido de la etapa de Los Brincos en que Juan y Junior eran historia, no pude evitar acercarme a meter baza en la conversación.

– Buenas tardes. No he podido evitar escucharles y, con todo el respeto, donde se ponga ‘Pasaporte‘, que se quite el resto del repertorio de Los Brincos… ¡y de cualquier otro grupo!

– ¿Y usted es? – me preguntó.

– Soy David, redactor de Yorokobu, y no suelo meterme en conversaciones ajenas. ¿Puedo invitarles a una ronda?

– Claro, amigo. Le presento a mis acompañantes: Elle Pretty, Susan Shine y Michael Brown.

– Tanto gusto. Me van a disculpar, no he podido evitar inmiscuirme. No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor pero, qué demonios, ese sí – dije.

Goodman, acérrimo aficionado a lo vintage, se unió a mi afirmación.

– Si hubo un tiempo en el que la sociedad despertó y empezó a romper de manera decidida con todos los convencionalismos anteriores fue, sin duda, la década de los 50. Los jóvenes pasamos a estar de moda y el espíritu rebelde invadió toda la publicidad, la música, el cine, las artes… El glamour llenó Hollywood y las chicas vestían sus mejores galas en cócteles y fiestas al borde de suntuosas piscinas. Seagram‘s Gin tonics y la magia de seducir al ritmo de algún baile nuevo en la pista. Las primeras incursiones de la música afroamericana en las emisoras de radio y sobre todo el nacimiento del Rock n’ Roll.

– Y los vinilos poblando las estanterías, querido. ¿Cuál es su pieza favorita de tu colección de discos? – pregunté.

– ¿A quién quieres más? ¿A papá o a mamá? Lo cierto, my dear, es que cada uno de mis discos es como un hijo que hubiese engendrado yo mismo. Pero si me tengo que decantar por alguno, sería por el innovador sonido del directo del 63 de Marvin Gaye con Motown ‘Recorded Live on Stage’ y el single original ‘Skinny Jim’ de Eddie Cochran. Mmm, sin olvidar la discografía de Bo Diddley desde el 58 al 70, con un especial cariño por el inigualable ‘Two guitars’ del 64 junto a Chuck Berry. Todo lo de Johnny Cash, Muddy Waters, Little Richard y por supuesto del Rey…. Casi me olvido de uno de mis sencillos favoritos, ‘The Great Pretender’ en las inconfundibles voces de The Platters. ¡¡Ay!! Cuántos momentos emotivos me sugiere este tema… ¡Cómo has sabido tocarme con esta pregunta! – explicaba Elvis mientras apuraba un trago.

– Y el cine. Glorioso blanco y negro en imponente Cinemascope. ¿No se le quitan a uno las ganas de ir al cine en los tiempos que corren? – espeté, cambiando el tercio.

– ¡Y qué papelones, David! – exclamó Susan Shine -. El personaje de Gloria Swanson en ‘Sunset Boulevard’ siempre ha sido el que he querido interpretar a toda cosa. Una estrella del cine mudo que vive en su propio reino de cristal, soñando que su luz todavía no se ha apagado, y esperando que algún día la vuelvan a reconoce como lo que fue. Es, tal vez, un espejo para muchas de las actrices de Hollywood que ven como la fuerza de nuevas promesas arrinconan sus carreras.

– Una actuación muy intensa. Cuántas grandes noches de cine han dado las historias que tiene a la decadencia de algo o alguien como motor. ¿Es usted actriz, Susan?

– ¡Desde luego! Aunque aún me queda mucho camino. Comencé en el grupo de teatro del instituto en Seattle, y cuando me gradué me dí cuenta de que quería formar parte de aquella fábrica de sueños que era Hollywood. Trabajé durante cinco años en un dinner del downtown, mientras colaboraba con distintas compañías de teatro de Washington. A los 22 años llené una maleta con todos mis ahorros y un par de vestidos cosidos por mi madre, cogí un bus a NY y me presenté a las pruebas de acceso del Actor´s Sudio. Tuve que esperar un año más para entrar y, mientras, recorrí varios stand-up shows de Broadway donde desarrollé la improvisación y donde conocí a algunas estrellas que se dejaban caer cuando finalizaban sus obras en los grandes teatros.  Aún sigo aprendiendo cada día y esperando ese papel que me catapulte al éxito.

– ¿Y a quién le gustaría parecerse? Yo siempre he sido muy de Lauren Bacall. ¡Qué mirada!

– Son muchas de las que aprendo cada día y en cada una de sus películas. Pero si existe una a la que tengo incondicional admiración, es Natalie Wood. Una figura delicada y dulce, pero que con solo una mirada podía despertar un volcán de emociones y transformarse en una fiera por vengar su amor; o estallar en cólera sin tener que decir una palabra. Un simple gesto suyo ilustraba cualquier estado emocional en pocos segundos, llenando la pantalla de dramatismo. No me cansaré nunca de ver sus películas y cada vez descubro algo nuevo. La legendaria escena de la cascada de Esplendor en la hierba’ o la lectura del poema que cierra la película y que tantas veces he repetido cuando creía presenciar un momento especial… «Aunque nunca podamos recuperar los momentos de esplendor en la hierba, no debemos afligirnos pues la belleza permanece en el recuerdo».


– ¡Oh, l’amore! Mi gran amor fue Bobby Dupree, capitán del equipo de béisbol de su instituto -interrumpió Elle Pretty con un suspiro. – Dos años duró nuestro amor, pero mis padres pensaron que era demasiado joven para comprometerme y me enviaron a Milán para que continuase mis estudios como diseñadora de moda. Allí conocí al que sería mi marido y mi relación más larga hasta el momento, Jean Carlo Montessini, un importante magnate hotelero. Lo dejé todo por él y durante cuatro años estuvimos casados y felices, hasta que en un safari en África su corazón no aguantó más.

– No parece que su vida transcurra entre actividades que alimenten el espíritu, Elle – le dije.

– ¡Oh, darling, how sweet! ¿Crees qué no alimento lo suficiente mi espíritu en los catering de comida hindú de los desfiles de Balenciaga?  Ji, ji, ji. En serio, ¿Crees qué no resulta enriquecedor compartir una charla con un Seagram‘s Gin Tonic en un yate con la brisa del Mediterráneo junto a Onassis o Arthur Miller, comentar el último desfile de Coco con Jackie O en el Kenneth´s Salon del Waldorf Astoria mientras disfrutamos de un relajante masaje capilar, o compartir butaca con Lauren Bacall y Humphrey Bogart en la gala de los Oscar en el RKO Pantages Theatre?

– Bueno, no es mal plan – saltó Mr. Brown, un madurito aficionado al deporte y a los coches clásicos. Hace años pude cumplir mi sueño de tener un Chevrolet Bel Air del 55, una auténtica experiencia sobrecogedora para todos los sentidos. La primera canción que escuche en él fue Baby love’ de las Supremes, recomendada por mi gran amigo Elvis. No hay nada, absolutamente nada, como eso.

– Vaya tela, Michael, parece que hace usted todo a lo grande – le dije tirándole de la lengua.

– Cierto, para mí no existe nada como el béisbol, con sus estrategias y su elegancia. Jugar con Joe DiMaggio es uno de mis mejores recuerdos.  Ufff, aún siento la brisa en la cara antes de batear una pelota decisiva. Vivo la vida así, a tope. Arriesgando para que una victoria sea recordada y comentada durante años. El béisbol es un deporte ambicioso y siempre vale más dar espectáculo, corriendo riesgos que terminar sin pena ni gloria aunque se gane. Entonces es cuando te puedes ir con tus compañeros de equipo y celebrarlo a lo grande con un buen Seagram‘s Gin Tonic y una buena hamburguesa.

-Ya veo, ya. Señores, señoras, me temo que mi vida no es tan apasionante, aunque al menos me han arreglado una tarde que parecía condenada a lo insulso. Me retiro y les dejo disfrutando de sus copas. ¡Ha sido un placer!

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

2 respuestas a «Any given afternoon: un relato sobre la ginebra Seagram’s»

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