La tranquilidad, el menor coste de la vida, el mayor tiempo que se puede dedicar a uno mismo y a la familia, si se tiene, son las razones por las que unas pocas personas, cada vez más, cambian la ciudad por el campo. Sin embargo, un pueblo por sí solo no funciona como reclamo, tiene que ofrecer algo que atraiga a nuevos pobladores y fije a los autóctonos.
En Oliete, un pueblo de Teruel, como en tantos otros de España, sus principales problemas son el éxodo rural de los jóvenes y la falta de proyectos que fijen a su población. Dos situaciones conectadas que parecen no importar a los gobiernos nacionales de turno, salvo en los años electorales, en los que los políticos no dudan en subirse a un tractor, fotografiarse junto a unas vacas y simular un interés pasajero por una problemática que se prolonga en el tiempo y que también afecta a esas explotadas ciudades en las que la vida cada vez es más penosa.
Alberto Alfonso Pordomingo, oriundo de Oliete, se dio cuenta de que si nada cambiaba el pueblo iba a desaparecer, igual que lo estaban haciendo los olivos de alrededor. Quería hacer algo a partir de las nuevas tecnologías, lo que le faltaba era alguien con quien hacerlo, los informáticos. En ese contexto Alberto viajó a Londres para tratar de reclutar al equipo que necesitaba en una Campus Party.
Allí conoció a los jóvenes Pablo y Adrián, hermano de José Alfredo, a quienes les contó su idea e invitó a que fueran a Oliete. Algo que hicieron y de donde volvieron encantados con el proyecto. A su vez, Adrián y José Alfredo, que trabajaba como auditor, hablaron al respecto de dicha idea. Los dos hermanos tuvieron una infancia rural, en pueblos de Extremadura y Ávila.
Ambos reflexionaron y llegaron a la conclusión de que pronto los pueblos de la gente van a ser Madrid y/o Barcelona, por lo que el vínculo con el mundo rural se va a perder. Con este proyecto vieron la oportunidad de mantener vivo ese vínculo. El olivo para ellos simboliza ese puente o esa identidad rural que en el futuro es posible que se pierda.
En marzo de 2014 se pone en marcha Apadrina un olivo. Una iniciativa para recuperar los cien mil olivos centenarios abandonados como consecuencia del éxodo rural de la zona. En el pasado esos olivos y su respectivas producciones tenían sentido para el autoconsumo de las familias.
Recuperar un olivo va más allá de recuperar un árbol, se está recuperando una relación con unos antepasados, una dieta, unas tradiciones, uno pueblos, dice Lucía López Marco, madrina y embajadora de Apadrina un olivo. Un proyecto social y comunitario que genera empleo, fomenta la actividad económica del entorno, fija población y que con los 50 euros anuales que aportan las madrinas y padrinos para el cuidado del olivo abandonado que ellos escogen y bautizan cambian el rumbo de la historia de Oliete.
Alberto y José Alfredo, cofundadores del proyecto, vieron en aquellos viejos e improductivos olivos el motor de bienestar y desarrollo económico que Oliete necesitaba para sobrevivir. Gracias a las madrinas y padrinos, hoy hay un equipo de campo responsable del cuidado de los olivos que realiza un trabajo rentable y sostenible. Una plantilla de cinco operarios que dirige Manuel Izquierdo, un treintañero con formación superior como Guardia Forestal y Actividades Agrarias y que es de la zona, quien nos atiende al teléfono parado en alguna cuneta de la red de carreteras del Bajo Aragón.
Sin los cuidados de esta cuadrilla los olivos desaparecerían. Ellos les hacen una poda de recuperación, cortan las ramas rotas y viejas, sanean el árbol y realizan un abonado orgánico antes de la labranza, que es en los meses de noviembre, diciembre y enero. Manu dice que el olivar es muy agradecido, a poco que se cuida se nota.
Más difícil que conseguir madrinas y padrinos al teléfono, José Alfredo dice que ha sido tener que lidiar con situaciones tan asentadas como viciadas en el pueblo. Romper tendencias lleva su tiempo, conseguir implementar su manera de trabajar les ha costado. Los olivos se han rescatado para conseguir una serie de propósitos ya mencionados, también para obtener un aceite de calidad.
De que eso sea así es responsabilidad de Carlos Blanco, con quien nos ha costado contactar por teléfono porque, cuando no le pillábamos trabajando, estaba con su familia. Es nuevo poblador que se instaló en Oliete junto con su pareja y sus tres hijos (hoy son cuatro) hace cinco años y que en la actualidad está al frente de una colorida almazara pintada por el colectivo Boa Mistura.
«Querer volver» se lee en su fachada, un mantra de esa España vaciada de la que se habla más de lo que se sabe de ella. Antes de ser el maestro de la almazara fue cliente. La actual almazara alberga unos doscientos agricultores de la zona. Agricultores a los que se les construyó esta almazara y se les pidió una oliva de calidad para hacer el mejor aceite de oliva virgen extra del Bajo Aragón bajo la marca Mi olivo.
Quien compra este aceite, que es solidario, sostenible, social y saludable, hace que Apadrina un olivo siga en marcha y que, con él, Oliete y su gente tengan una cortada para seguir adelante sin tener que irse a otra parte. Dicen los que han probado este aceite, como nos cuentan a través de un correo electrónico Chelo y Javier (quienes han apadrinado a un olivo al que llaman Barbol), que su sabor es almendrado y ligeramente picantón y que es ideal para acompañar ensaladas, carnes y pescados. A las madrinas y padrinos todos los años se les envía de regalo dos botellas de un litro cada una.
Un aceite con el que se llenan los botes en los que se conservan alcachofas, puerros y olivas asadas, con leña de olivo, y que se elaboran en la conservera Mi huerto, en el vecino pueblo de Alacón. Un proyecto paralelo que se ha sumado, que ha surgido al rebufo de Apadrina un olivo y en el que sus diez empleados son mujeres. Una de ellas es Pilar Carbonell, quien lleva 20 años en Oliete, adonde llegó procedente de Barcelona. Dice no echar de menos la ciudad, que le basta con ir pasar el día a Zaragoza o Barcelona y regresar al pueblo.
Gracias al proyecto Apadrina un olivo se han recuperado 12.000 árboles de esta especie, se han generado 22 puestos de trabajo y se realizan unas 3.000 visitas al pueblo, entre madrinas y padrinos, de un total de 7.000 que son, que vienen a ver su olivo. De manera indirecta, se ha mantenido abierto el colegio del pueblo, la poca gente joven que hay se ha quedado y se ha generado un flujo de nuevos pobladores. Vecinos para los que, cuenta José Alfredo, ha habido que acondicionar y facilitar viviendas en las que poder instalarse, algo que han hecho gracias a la ayuda de empresas como Leroy Merlin.
Los olivos son la excusa o el vehículo para volver a generar en el pueblo una economía y una vida. Algo que a los ideólogos de esta iniciativa les gustaría poder compartir con otros pueblos para ayudarlos a hacer frente a los mismos problemas que ellos tuvieron que abordar. Así surgió Despertadores rurales inteligentes, una especie de asesoría, un invernadero en el que se incuban proyectos similares al de Apadrina un olivo, una iniciativa de la que sus fundadores lo que más valoran es que es útil. A ellos les gusta decir que Apadrina un olivo tiene sentido.