En año par se recogen los frutos y se sacan a la venta. Se venden millones de reinetas. En año impar se da salida al resto del stock con otro nombre. Los que no habían comprado reinetas compran reinetas bis. En doce meses, una nueva cosecha estará lista. De galas o quizá de goldens.
Así era el ciclo de producción de la manzana hasta que Apple decidió vender reinetas por tercer año consecutivo. En 2014, el iPhone 6; en 2015, el iPhone 6S; en 2016, el iPhone 7. Misma variedad, distinto nombre. La auténtica cosecha tendrá que esperar al año próximo, cuando se cumplan diez años del día en que Steve Jobs nos dejó boquiabiertos con un ordenador de bolsillo.
Aquel primer mordisco queda lejos. La manzana ha madurado. Su sello de calidad es inigualable y sus cosechas aún se venden (unos 230 millones de iPhones el pasado año, se espera que algo menos de 200 en 2016), pero ya no hay sorpresas. Sin ánimo de ofender, fanboys: Apple se ha convertido en Microsoft.
Durante la década de los 90, las acciones de la empresa que fundó Bill Gates subieron un 9.500%. Con Windows puso un pecé en cada casa, como después Steve Jobs pondría un reproductor MP3, un teléfono inteligente o una tableta en miles de millones de hogares. Cuando dio la bienvenida al siglo XXI, Microsoft era la mayor empresa del mundo. Estaba valorada, ajustando la cifra a la inflación, en unos 900.000 millones de ahora. Más que los 700.000 millones que llegó a valer Apple en 2015.
En enero del 2000, Bill Gates decidió echarse a un lado. La empresa empezaba a tocar techo. Si entonces las acciones se vendían a 58 dólares, hoy se venden a 57. Se llama madurez. La fiebre inversora se vuelca con la próxima revolución. Por eso Apple se convertiría años después en el nuevo Microsoft, la mayor empresa del mundo.
Steve Jobs decidió echarse a un lado en agosto de 2011, pocos meses antes de perder la lucha contra el cáncer. Han pasado cinco años y parece que la historia se repite: los inversores ya buscan nuevo Apple para reemplazar al sucesor de Microsoft. Si unos cambiaron nuestras vidas con el pecé y los otros con los dispositivos móviles, ¿será Facebook quien repita la hazaña con las gafas de realidad virtual? ¿Tesla con los coches eléctricos? ¿U otra empresa de la que ni siquiera hemos oído hablar? ¿Internet de las cosas? ¿La computación cuántica? ¿Los robots? ¿Tal vez los hologramas?
Apple entrará con fuerza en muchos de estos sectores. Tratará de hacerlo, como suele, cuando empiecen a despuntar. Lo suyo no es llegar primero, sino hacerlo mejor. También lo intentará Microsoft, pero ambas se verán superadas por el brío innovador de un joven Gates, un joven Jobs, quizás un joven Zuckerberg, si sus flirteos con el hardware dan sus frutos.
Lo que prenderá la próxima mecha no será un iPhone remozado. Ni doble cámara ni resistencia a chapuzones en el váter: cada cosecha de manzanas se parece más a la anterior, cada mordisco sabe a resultados trimestrales. La receta conservadora de la abuela que se sabe de memoria el refrán: «Más vale al paso andar que correr y tropezar».