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Aquella TVE… ¿nostalgia o alivio?

A lo mejor ustedes no habían nacido, pero yo recuerdo una niñez en blanco y negro salpicada por programas de Televisión Española tan rancios como exóticos, si uno ha de mirarlos con perspectiva. Por aquel remoto ecosistema catódico campaban a sus anchas personajes tan siniestros como Torrebruno, Teresa Rabal o Enrique y Ana. Pero había programas que merece la pena recordar y reivindicar. Y a eso vamos.

Como La bolsa de los refranes, que se emitía justo antes de Mazinger Z, y por eso muchos niños nos tragábamos los relamidos consejos de aquel ‘curilla’ televisivo a la espera de las hazañas de los brutos mecánicos japoneses.

O la fascinante Más Allá, presentada por Jiménez del Oso, precursora del Cuarto Milenio de Iker Jiménez (¿será su sobrino? Porque comparten apellido y militancia en lo paranormal…). Juzguen ustedes por la música de la cabecera y díganme si no era para que un mocoso de seis años se cagara de miedo. Dio la casualidad de que coincidí en el escenario casi veinte años más tarde con su compositor, el gran Michel Huygen, en la primera edición del SONAR (1994), donde ambos estábamos programados. Se lo comenté, y me parece que no le sentó muy bien, porque no ha vuelto a ofrecer conciertos.

Entre los métodos para averiguar la edad de alguien que se resiste a confesar el dato de su DNI mi favorito es Un, Dos, Tres. Si el sujeto de estudio recuerda a Don Cicuta es que ha nacido por lo menos en el 63 o incluso en el 62… Después llegaron Victoria Abril, las Hermanas Hurtado y Kiko Ledgard, o incluso Mayra Gómez Kemp, icono sexual que precedió a Fedra Llorente (La Bombi) reina de las páginas de la desaparecida revista rijosa (y recientemente resucitada) LIB. O Jordi Estadella, mucho más tarde.

Aquí están todas las cabeceras, que el lector puede utilizar como el Carbono 14 para datar la edad de quienes son reacios a admitir su fecha de nacimiento. Van desde 1972 con el mencionado don Cicuta (en blanco y negro) hasta las últimas, ya en una época que casi podríamos llamar actual.

Las reposiciones periódicas de determinadas series de dibujos animados, como La Abeja Maya o Los Pitufos pueden desconcertar al producir dos generaciones distintas de espectadores, con una horquilla de diez años de diferencia entre ellas. Pero hay series que nunca se han repuesto (al menos en TVE). Es el caso de Orzowei, que a todos nos irritaba porque cada episodio no llegaba a la media hora de duración, de la cual casi diez minutos correspondían a una de las canciones más irritantes del momento, al inicio y final de cada entrega.

Por supuesto que ver Starsky y Hutch los martes por la noche era un incentivo, y la mañana del miércoles todos los niños comentábamos las andanzas (de lo más cutres, si uno revisa aquellos episodios). No hay que flagelarse; era un mundo más ingenuo, habitado por un público menos exigente.

Las Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador me descubrieron el desasosiego y el gusto por el terror. Mis padres me ordenaban “¡Toni, a la cama!”, y yo me quedaba atisbando por la rendija de la puerta de mi cuarto, que daba directamente al salón, debido a la arquitectura imposible de aquellos pisos de Moratalaz. Después intentaba conciliar un sueño que había perdido la inocencia y que ya nunca volvería a ser el mismo. Todavía resuenan en mi memoria los tambores y el grito espeluznante de la cabecera.

Inolvidables son los acordes de la sintonía de El Hombre y la Tierra (creada por Antón García Abril), o los de La Clave, compuesta por su colega y amigo, el ya desaparecido Carmelo Bernaola, que aunque era un programa para mayores, siempre venía acompañado de alguna película de Costa – Gavras o de algún otro director molón que no era posible ver en ningún otro lugar.

Para terminar, recuerdo al desaparecido Constantino Romero presentando en En busca del Tesoro, esta vez con la sintonía del malogrado dúo electrónico Azul y Negro. Fumanchú se llamaba el tema. Aquí lo tienen, con producción de Julián Ruiz.

En fin, les hablo de la banda sonora de mi infancia, que coincide con la música de la Transición. Ruido de sables…

Así que, de nostalgia, nada. Créanme, cualquier tiempo pasado fue peor.

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