Imagina por un momento que todo está escrito. O, mejor dicho, que gran parte de lo que pasa ahora ya ha pasado antes. De otra forma, con otros protagonistas y por otras motivaciones. Pero que hay algo de cíclico en lo que vivimos. No se trata del destino, sino de las guerras. Hay cicatrices abiertas hace algunas décadas que no han parado de sangrar, y la historia se vuelve llamativamente repetitiva.
La Nochebuena de 1979 empezó una guerra curiosa. Era un conflicto más, el enésimo, en esa gran partida de ajedrez que fue la Guerra Fría. A un lado del tablero un jugador, al otro su oponente, y ambos moviendo las piezas para que sean ellas las que se maten sin tener que enfrentarse de forma directa. Afganistán fue uno de esos escenarios, un choque más. Y como todas las partidas de ajedrez son lentas esa contienda no fue diferente: fueron 13 años de hostilidades.
Lo de «curiosa» no viene porque la URSS apoyara al gobierno del país y EEUU a quienes intentaban desestabilizarlo. Tampoco hubiera sido curioso lo contrario, que EEUU defendiera a un Ejecutivo y la URSS intentara tumbarlo. Lo curioso era que en ese lance de la partida de ajedrez EEUU apoyaba a la facción religiosa muyaidín, donde había radicales islamistas de una incipiente Al Qaeda o la rama afgana de Hezbollah. Junto a ellos Irán -que entonces no era lo que es hoy-, China o Pakistán.
Bautizaron aquel lance como el Vietnam soviético, pero igual que sucedió con la guerra en el sudeste asiático, tampoco sirvió para acabar con la Guerra Fría. Fue una guerra más, pero con muchas consecuencias.
Por ejemplo, el país acabó siendo pasto de los radicales islamistas, lo que décadas después provocó la invasión de EEUU, el 11S, el cambio de gran parte de las políticas de seguridad en el mundo, la guerra de Irak, el 11M y, por el camino, decenas de miles de muertes décadas después de aquella guerra. Ahora China es la amenaza creciente en Oriente, guardaespaldas de Rusia y principal acreedor de la economía norteamericana. Y Pakistán es un país en permanente escalada de amenazas con la India, a caballo entre la influencia de EEUU y la cobertura a los islamistas de la zona, y custodio de un poderoso arsenal nuclear.
Cuántas decisiones se han tomado desde entonces, desde iniciar otras guerras a cambiar la forma en la que la gente toma un avión. Treinta y cinco años después.
Afganistán es sólo un ejemplo. Como Irán, que fue próspero, moderno y occidental. Como Latinoamérica, el ‘patio trasero’ donde EEUU enterró miles de esqueletos de disidentes contra los dictadores que ellos mismos auparon al poder para controlar la zona. Países como Guatemala, Argentina o Chile siguen marcados por aquellos días en estos tiempos. Cuba sigue bajo el bloqueo décadas después de aquellos misiles, gobernada por un régimen que quizá se hubiera extinguido mucho antes sin la ayuda indirecta que el enfrentamiento de EEUU y la URSS han brindado a los Castro.
Y así mil ejemplos, aún cotidianos, surgidos entonces.
La partida de ajedrez terminó, los imperios cayeron… pero parece que algunos no se han enterado:
EMPIRES TODAY:
¿A qué viene ahora hablar de la Guerra Fría? Preguntad a los medios. Porque lo de Georgia de hace unos años y lo de Ucrania de ahora tiene un poco de todo aquello. Del fervor nacionalista de un país ahogado en lo económico que necesita subir la moral de la ciudadanía resucitando ideas de grandeza de otros tiempos. Del tenso equilibrio entre dos rivales con miedo a golpearse. Unos, los rusos, celebran como una victoria la anexión de una pequeña península con posición estratégica y grandes recursos naturales. Los otros, los occidentales, miran con la misma pereza con la que miraron a otras anexiones unilaterales décadas atrás… o actuando con cautela para sacar resultados a medio plazo.
Y esto también va de zonas de influencia, porque sólo así se entiende que haya partidos y gobernantes prorrusos en algunos de esos países que una vez formaron parte de la URSS, o que haya auténticas guerrillas ciudadanas exigiendo la oficialidad del ruso, cuando no conmemorando al país vecino. Las invasiones de Praga de la era de la globalización.
En los últimos años los ejemplos se han multiplicado. Occidente ha mirado fascinado al fenómeno que se ha bautizado como ‘Primavera árabe’. Poner nombre suele ser una forma de simplificar y delimitar las cosas, algo francamente complicado con este proceso. Desde Marruecos hasta Siria no sólo hay miles de kilómetros, sino idiomas, culturas y credos diferentes, aunque en el imaginario occidental todos sean musulmanes. De hecho, el denominador común es que muchas veces las revueltas ciudadanas han ido dirigidas contra gobernantes que EEUU ayudó a poner o a conservar.
Otro patio trasero, en otro tiempo y en otro lugar.
Por eso la Primavera Árabe no fue una, sino tantas como países. Las motivaciones fueron muy distintas, los resultados también. Que antiguos aliados extravagantes como Gadafi pasaran de pronto a ser considerados responsables de un ‘régimen’ es parte de la historia. Que algunos de los acontecimientos, por ejemplo en Egipto, recordaran a viejos enfrentamientos con Israel no es casual. Que en Turquía e Irak se persiga y combata a los kurdos, igual que se hizo en la Guerra Fría, tampoco.
Por norma general, gran parte de los choques y conflictos actuales tienen su origen mucho tiempo atrás. Son heridas mal cerradas, u operaciones mal hechas. Como esa descolonización con escuadra y cartabón, trazando fronteras en África sin importar si partían tierras de una misma tribu o condenaban a vivir bajo un mismo techo a dos etnias rivales. Ruanda, cuyo genocidio cumple ahora años, Somalia o la República Centroafricana, donde quizá sea la próxima gran guerra, son buenas herederas de todo esto.
Y allá, a lo lejos, como quien vive en otro mundo, la extravagancia norcoreana. El país más opaco del mundo, donde -dicen- se condena a muerte devorado por perros y se limita hasta el corte de pelo. En un país donde no hay luz ni desde el satélite es difícil saber en verdad qué pasa, pero nos lo cuentan igual. Quién sabe si como cuando contaban que Irak tenía armas de destrucción masiva o su Ejército estaba entre los más poderosos del mundo. O como cuando se escenificó la invasión de Kuwait. Al final Sadam acabó siendo tan malo como Bin Laden o Hitler.
Corea del Norte, como Cuba, sigue ahí, atrapada. Uno de esos lances de la partida de ajedrez que nunca acabaron de resolverse. Hay jugadas que se repiten, otras que se alargan… y algunas que se bloquean en unas tablas infinitas.
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Foto portada: Erwin Lux bajo lic. CC.