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Aquí cabemos todos (y todas)

El comité de empresa se encontraba reunido desde hacía días ya en la sede de la compañía. El asunto no era baladí. Había que delimitar los espacios definidos para el personal en función de su sexo. Un verdadero lío. No había consenso. La empresa operaba en un país democrático, con todos los derechos y deberes reconocidos por igual para todos sus habitantes. Y prohibir el paso o la libre circulación por sus instalaciones de todos sus trabajadores, de todas sus trabajadoras en función de su género suponía enfrentarse a las leyes del país y ser penados con fuertes sanciones económicas. Pero es que aquella no era una empresa cualquiera. Al contrario de lo que pudiera parecer, la Compañía buscaba un principio de igualdad y no de discriminación. Que todos, que todas se sintieran reconocidos, reconocidas. Pero el edificio no era demasiado grande. Y hacer tanta división de despachos y espacios era poco menos que imposible. Ninguna solución era aceptada. Y ahí siguen todavía, dándole vueltas a presupuestos de obras y reglamentos internos…
¿Es correcto usar continuamente expresiones del tipo los trabajadores y las trabajadoras, compañeros y compañeras del metal o los diputados y las diputadas? Son solo algunos ejemplos de lo que oímos continuamente en medios de comunicación o en sesiones del Congreso de los Diputados (y Diputadas, sí). Políticamente —y nunca mejor dicho— es correcto. Pero es un tostón enorme tener que estar continuamente repitiendo, según su género, las palabras.
Igual que ocurre en otras lenguas, el español usa el masculino como género no marcado, sobre todo en plural, para referirse a individuos de los dos sexos. Por ejemplo, si decimos que «los gatos son felinos domésticos», es obvio que nos referimos con ello tanto a machos como a hembras. Si quisiéramos diferenciar, usaríamos el femenino: «Las gatas son adorables mascotas con lazos». Ellas y solo ellas. A los gatos, que les den.
Los que argumentan a favor de usar los dos géneros cuando se habla de personas lo hacen con la loable intención de hacer más visible al sexo femenino, que tan ninguneado ha estado y que —si juzgamos por determinadas leyes que todos sabemos y que no quiero mencionar— todavía está en muchos ámbitos de la vida. Así, no es extraño oír hablar de «trabajadores y trabajadoras» o de «españoles y españolas» en boca de muchos.
Sin embargo, a mí me resulta francamente pesado y repetitivo. El masculino en español no es discriminatorio (¡hala, en menudo jardín me estoy metiendo!), sino que es un recurso básico de economía lingüística que busca dar la máxima información con el mínimo de recursos. Según esto, si queremos incluir a mujeres y a hombres en el discurso, bastaría con empezar o meter de vez en cuando expresiones como «señores y señoras», «amigos y amigas» o «trabajadores y trabajadoras».
Solo usaríamos la fórmula desdoblada si quisiéramos realmente hablar de forma independiente de los dos sexos, o si el contexto no está claro. Por ejemplo: «María no tiene ni amigos ni amigas» o «Enfermeros y enfermeras han de aprobar el examen».
Pensadlo bien. ¿De verdad que alguna (o alguno) os sentís excluidos en frases como: «Los españoles estamos siendo estafados por la economía mundial»? Recordad, estamos hablando de LENGUA. Lo demás son otras historias…

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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