A lo mejor no vivieron la represión salvaje, la clandestinidad por la amenaza del encarcelamiento, la tortura o a los tratamientos con electroshock para curarles. Fueron, sin embargo, la siguiente generación. La que aún vivía el silencio y el ostracismo bajo el yugo de una vigente dictadura mental y social. Personas que, pertenecientes al colectivo LGTBIQ+, han seguido armarizadas hasta la tercera edad. Por temor, por falta de referentes, por ese peso del castigo que se extendía entre familiares, amigos, compañeros de trabajo. Y han llegado a un punto en el que sienten la incomprensión del agravio perpetuado.
Para eso, para atender a esta comunidad a menudo olvidada, nació la Fundación 26 de diciembre. «Nos dimos cuenta de que los mayores ni estaban ni se les esperaba», resume Federico Armenteros, el fundador de esta iniciativa. Según cuenta el máximo responsable, de 65 años, corría 2004 o 2005 cuando se dio cuenta del edadismo que existía en el colectivo. «Me lo dijo Boti García, directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad desde 2020. Y empecé a mirar leyes, a estudiar esta realidad».
Una realidad, en algunos casos, desoladora: hombres y mujeres que en el ocaso de su vida aún no han expuesto su orientación sexual. Que siguen armarizados, tirando del verbo utilizado por Armenteros. Y cuyo futuro es más incomprensión, más pegas. «Algunos preferían el suicidio que ir a una residencia. O incluso tenían la insulina preparada para inducirse un coma diabético», indica el director, que en 2008 se quedó en paro y dio el salto definitivo. Su objetivo: ayudar en esta franja de edad. ¿Cómo? Creando centros de atención psicológica, talleres, voluntariados e incluso pisos tutelados donde vivieran en confianza, sin miedo. Libres.
«Vimos que era muy importante la formación. Necesitaban terapia, porque nuestra historia de vida es la de adaptarse a una sociedad que no nos entendía, que quería que nos hiciéramos heterosexuales, no saber qué nos gustaba ni tratarnos con conocimiento», explica Armenteros, incluyéndose en el conjunto. Si suena categórico, piensen en el revuelo provocado —a estas alturas— porque gente de renombre haya confesado su homosexualidad siendo ya mayores, incluso en ambientes amistosos: tonadilleras, tertulianos…
Habla, por tanto, Armenteros con razón de ser. También alaba el respaldo de muchos compañeros que se involucraron, como el escritor Eduardo Mendicutti, y del origen del nombre. La fundación porta esa fecha porque es cuando, en 1978, el Consejo de Ministros de España modificó la ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social. Esta normativa franquista, firmada el 5 de agosto de 1970, sustituía a la famosa Ley de Vagos y Maleantes, de 1948, pero seguía condenando a cualquier sospechoso de peligro social. En este saco se incluía a integrantes del colectivo LGTBIQ+, por lo que miles de personas fueron procesadas solo por tener una orientación sexual o de género «que no encajaba con lo que quería el régimen».
Depuesta esa cláusula, tampoco llegó la normalidad: «Hay mucha gente que seguía sufriendo, y que lo hace todavía. Que aún no han visto en su franja de edad a dos tíos besándose o a dos tías de la mano. Y por eso hay que ser visibles y tener símbolos como la fiesta del Orgullo, que la quieren desprestigiar, pero es muy importante», explica Federico Armenteros. La laguna de esa visibilidad se enfatizaba en las residencias para mayores. No había demasiada pedagogía y podía ser incluso un terreno hostil. «Es como si fueras del Madrid y te llevan a una del Barça: no estás a gusto», ilustra el responsable.
Se juntan, además, otros factores: el concepto de residencia, tal y como lo conocíamos, comenta el fundador de la Fundación 26 de Diciembre, ha desaparecido. Ya no es «un aparcamiento», alega, donde se deje a la gente en sus últimos días. En estos momentos, con una esperanza de vida al alza (la media, en España, se sitúa en torno a los 83 años) y un cambio, aunque lento, de mentalidad, en estos espacios se tienen más cuenta las particularidades y se fomenta la estancia activa. «Se van a tener que especializar, como los colegios, y a adoptar otros conceptos», cavila Armenteros.
Esa especialización de la que habla es la que han logrado en el grupo. Al tratamiento individual, y después de «un arduo trabajo», han añadido un piso con 16 personas que conviven y se sienten arropadas. La mayoría, dice, son mujeres trans en situación de calle y vulnerabilidad. Aún se nota, arguye, el estrés postraumático. «Han estado en un mundo donde puedes ser lo que sea, pero no lo digas», concede quien habla de que las personas trans suman un obstáculo: no han estado en un código civil, sino penal. «Se llamaba disforia de género. No solo no tenían derecho a existir, sino que tenían que cambiar», detalla.
Y contra todo pronóstico, las cosas no van bien. Se ha avanzado en algunos puntos legislativos, como en la recién estrenada Ley Trans, pero en el día a día, el asunto está cada vez más polarizado y estigmatizado. Dentro del movimiento hay bandos; fuera es, directamente, un ejercicio de acoso y derribo. No hay más que ver cómo, con las últimas elecciones y el cambio de ayuntamientos, algunos grupos políticos han decidido quitar la bandera arcoíris de sus edificios municipales. Hasta en la campaña de los próximos comicios generales se habla de derogar lo aprobado.
«Tenemos que ser precavidos, porque andábamos pintando un mundo de colores cuando mucha gente lo sigue queriendo gris», describe el responsable de la Fundación. Basta un ejemplo reciente: en el concierto de la artista Rocío Saiz en Murcia del sábado 24 de junio, la policía le dio el ultimátum de taparse los pechos o detener el concierto. «Ahora dicen que tenemos privilegios, que nunca nos han reprimido. Y nosotros volvemos a decir que no queremos ventajas, solo igualdad», añade Federico Armenteros, que tacha a quienes se oponen de negacionistas: «No creen en la diversidad, no les gusta, y quieren acabar con ella».
Negación que ha tenido efectos dañinos en mucha gente. Esa que, gracias a la Fundación 26 de Diciembre, vive el crepúsculo como un nuevo amanecer. «Intento quedarme con lo bueno que pasa, no con lo dramático. Y aquí, en el piso o en la agrupación, hemos acompañado a mujeres y hombres que, por fin, están en calma», opina el director. Para Armenteros, acompañar a alguien en sus últimos momentos y que se despida en paz es el mayor objetivo: quiere que, después de toda una vida ocultándose, excluidos o reprimidos, sientan el cariño, el abrazo de los demás. La recompensa, anota, le llega de la forma más simple y profunda: con un «muchas gracias».
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