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¿Por qué los hombres asiáticos resultan menos atractivos que las mujeres?

Basándonos en la publicidad, en el cine y en las páginas de contenido sexual que abundan internet podemos afirmar que las mujeres asiáticas se han convertido en un modelo mundial de belleza. Las características que las rodean no son necesariamente reales: el viajero que tenga la oportunidad de visitar el continente asiático descubrirá que dentro del colectivo femenino abundan las diferencias en lo que al físico se refiere.

Algunos de los mitos más extendidos como «la piel de porcelana», «la extrema delgadez» o «los rasgos finos» se ven reducidos a un porcentaje mucho menor que el que existía en la imaginación de nuestros cerebros occidentales. Esta confusión no es fruto de la casualidad, y a pesar de que tenemos una cantidad abrumadora de información disponible y tenemos capacidad de comprobar que no estamos en lo cierto, no podemos dejar atrás esa asociación estética y seguimos sorprendiéndonos cada vez que no se cumple.

El origen de esta imagen errónea se remonta a 1885, cuando Pierre Loti, oficial de la marina francesa, desembarcó en Japón y escribió una novela llamada Madame Crisantemo. Considerado como el iniciador de la ficción exótica moderna, Loti describía en su libro las características que debía tener la que sería su futura esposa japonesa: «ojos de gata» y «no más alta que una muñeca» son solo algunas de ellas.

A pesar de que no llegó a tener nunca una profunda comprensión del pueblo japonés, escribió libros que generaron una imagen idílica del país hacia el resto del mundo, creando además un prototipo de mujer concreto que tenía poco de real.

La Segunda Guerra Mundial tampoco mejoró el concepto: el gobierno japonés inventó los grupos de «mujeres de consuelo», constituidos por jóvenes de Corea, China, Japón y Filipinas forzadas a ser prostitutas. Su labor era entretener a los soldados coloniales, ya fuera a través de juegos o de prácticas sexuales.

El resultado de esto es que el primer contacto que establecían los occidentales con las mujeres asiáticas era asociado con valores como «hipersexualidad» o «sumisión». La versión que propagaron al volver de la guerra en sus países, unido al éxito que obtuvo la famosa obra Madame Butterfly interpretada en la ópera hasta día de hoy y basada en parte en la novela de Loti generó un efecto multiplicador.

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Las mujeres de consuelo no se extinguieron hasta que fueron finalizadas las guerras de Corea y Vietnam, amplificando aún más la asociación que se había establecido entre las mujeres asiáticas y belleza y sexualidad. De manera sorprendente, las mujeres que durante todos esos años realizaban otros trabajos o tenían vidas al margen de estas actividades apenas fueron consideradas en los libros y representaciones que llegaron a Occidente.

La consecuencia de todas las malas prácticas hacia esas mujeres y los malentendidos a lo largo de las décadas han influido de manera directa en nuestra cultura y en la forma en la que las vemos. Incluso siendo inconscientes de ello, hemos interiorizado ciertos prejuicios sexuales que es hora de desencajar.

Sin embargo, los estereotipos no acaban aquí: si las mujeres asiáticas son mundialmente valoradas por su belleza, la falta de la misma castiga a los hombres asiáticos. Estudios realizados acerca de la publicidad y su influencia en los modelos de belleza afirman que el género masculino asiático es apenas existente en el mundo de la moda.

Oliviero Toscani, el controvertido fotógrafo que realizó numerosas campañas para Benetton, fue una de las figuras que más relevancia le ha dado a la categoría masculina asiática. Debido a su influencia, otras marcas como Zara o Dsquared han incluido su imagen en los últimos años. Sin embargo, a pesar de los avances, sigue siendo una minoría respecto a otros grupos étnicos y sigue quedando relegada a un segundo plano en otros ámbitos.

Esta tendencia no es casual: la historia, una vez más, ha sido determinante para entender esta corriente social. En 1800, comunidades de hombres chinos empezaron a llegar a Estados Unidos para trabajar, atraídos principalmente por la fiebre del oro. Los estadounidenses, sintiéndose incómodos por la diferencia cultural que había y abrumados por la cantidad de inmigrantes que llegaban en masa, crearon leyes discriminatorias hacia ellos prohibiéndoles obtener propiedades porque los consideraban legalmente «menos que hombres» o excluyéndoles para trabajos de fábrica, obligándoles a ejercer empleos que en la época eran casi siempre realizados por mujeres.

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En los años posteriores llegaron incluso a prohibir el matrimonio entre americanas y asiáticos, amenazando con que aquellas ciudadanas que incumplieran la ley podían perder su ciudadanía. Negarles el derecho a comprarse propiedades y a casarse con mujeres estadounidenses provocó que fueran un grupo cada vez menos atractivo para ellas. La situación se prolongó durante décadas, hasta que finalmente fueron aceptados e integrados por la población estadounidense.

La imagen transmitida en Hollywood sobre ellos tampoco ha ayudado a romper con ciertos prejuicios: raramente aparece la figura de un hombre asiático disociada a las artes marciales o al humor; con la misma escasa frecuencia se les representa como hombres exitosos o deseados.

Afortunadamente nuestros prejuicios son el resultado de hechos pasados, algunos de ellos de hace más de un siglo. Por lo tanto, aquello que está sucediendo ahora, el potencial económico de China, los futuros juegos olímpicos de Tokyo o los destinos turísticos más que frecuentados por nosotros, determinará nuestra forma de ver a la raza asiática dentro de unos años, y definitivamente será mucho más objetiva y positiva que ahora.

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