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Escupiré sobre tu tumba

Pero ¿qué tendrán los cementerios, que tanto excitan nuestra imaginación? Pues tumbas, claro, como el divertido libro de Boris Vian del que toma prestado su título este artículo.
Como rito iniciático no pocos hemos pasado la prueba en nuestra adolescencia de perder el miedo a la noche y a las lápidas, pero algunos también perdieron así la virginidad. Veamos algunos escenarios que este cronista ha recorrido buscando esa magia macabra de los camposantos.

Euskadi

En Oyón, un pueblo alavés limítrofe con La Rioja, tuve mi primera experiencia en cementerios. Tendría doce o trece años. Saltamos el muro, nos pusimos polvos de talco en la cara y ketchup en las comisuras de los labios. Alzamos los brazos en homenaje a George A.Romero y nos hicimos fotos de zombies (ver imagen adjunta)  mientras a lo lejos tronaban los fuegos artificiales y el fragor tosco de unas fiestas de pueblo, con sus mozos y sus mozas. Y nosotros allí, haciendo el muerto viviente. Pues créanme que al regresar al pueblo sentí que todo aquello no tenía ninguna gracia comparado con lo que acabábamos de vivir.

Foto: Antonio Dyaz

 

Tánger

A escasos cien metros del mítico Café Hafa, donde Paul Bowles, William Burroughs o Jack Kerouac fumaban sus pipas de kif mientras sorbían un té y disfrutaban del ocaso allá por los años cincuenta del siglo pasado, dando lugar a la generación Beatnik, se encuentra una necrópolis púnica que ha sido reinterpretada por los locales.
Un panel informativo alerta al visitante de que se adentra en territorio arqueológico. Llegamos a las tumbas excavadas en la roca. Impresionante el paisaje, una vista infinita del océano Atlántico. A lo lejos se distinguen los contornos de Tarifa y Algeciras. Extraña sensación, ver tu propio país desde el otro lado de la orilla.
Sobre todo sentado en una tumba, como todas estas familias felices que pasan la tarde comiendo pipas (ver foto) y palomitas de maíz que un avispado tangerino vende a la entrada del complejo funerario, con una máquina que parece extraída de los cines de los años setenta.
Los niños juegan en las tumbas, comen palomitas y comparten una Fanta, mientras papá y mamá hablan de sus cosas. Mamá con velo. Papá con barba. Y allá a lo lejos, España, como una promesa inalcanzable.

Foto: Antonio Dyaz.

 

Madrid, París y Providence

El cementerio de La Almudena abriga tesoros arquitectónicos muy poco conocidos. Bien alejado del eje Thyssen – Reina Sofía – Prado, el viajero bien curioso podría darse un paseo por las rotondas de este maravilloso lugar.
En París cuidan mucho más a sus muertos y a sus moradas de mármol. Basta con recorrer Le Père-Lachaise y visitar la tumba de María Callas, de Chopin, de Apollinaire o de Balzac. Pero también está el de Montparnasse y las conmovedoras tumbas contiguas de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes en vida se entregaron a toda clase de escandalosos placeres.
En el cementerio de Providence, pequeña ciudad universitaria, capital de Rhode Island, está enterrado uno de los más ilustres representantes de la literatura gótica: H.P.Lovecraft. Es casi imposible no encontrar a alguna pareja de góticos depositando flores negras en su tumba. Lovecraft vivió casi toda su atormentada vida en una buhardilla de las inmediaciones. Los dueños actuales del inmueble están hartos del autor de  Los mitos de Cthulhu, y nos echarán sin contemplaciones de su propiedad.

Edimburgo

¿Y qué decir de los cazadores de tipografías? Bien es sabido que en las lápidas a menudo se esculpen sentencias, epitafios y datos con tipografías maravillosas, caídas en el olvido o directamente ignotas. Los mil cementerios sembrados a lo largo y ancho de Edimburgo dan fe de ello. El de Greyfriars es especialmente famoso porque J.K.Rowling utilizó los nombres de algunos de los finados para insuflar vida a algunos de los personajes que habitan la fértil saga de Harry Potter y alrededores.

Sexo en cementerios

En la maravillosa web mispicaderos.net  se recomiendan por regiones y ciudades los lugares públicos más adecuados para tener sexo, y no son pocos los camposantos que aparecen en su listado.
Follar en un cementerio no es más placentero que hacerlo en la trastienda de una panadería, pero tiene un plus adicional del que nadie puede sustraerse. Lo ideal es crear vida en un lugar lleno de muertos, pero para eso hay que estar en edad fértil y no utilizar preservativo. En otro caso es más interesante practicar el sexo oral. Un sesenta y nueve tendidos sobre una lápida que rece algo como «Pedro Martín Luerga . Orense 1921 – Madrid 1996  Siempre estuviste erecto» (nombre imaginario, no se hagan componendas) puede tener su aquel. Pero les advierto, por experiencia, que las lápidas no son cómodas. Conviene llevar una mantita mullida y confortable, a ser posible de color rojo sangre. Cubrir con ella la lápida y entregarse entonces a los placeres lúbricos que nos dicte la parte más reptiliana de nuestro cerebro. La buena noticia es que no hay cámaras.
Comida, sexo, muerte… Y bebida. No olviden llevar una botella de cava bien frío en una bolsa de congelados del Día o de Carrefour. Y un par de copas de cristal, nada de esas de plástico que venden en los supermercados. Hay que escuchar el «tilín» en el brindis; el plástico solo suena «toc». Si el trayecto es largo, lleven una mochila con una bolsa de hielo para contribuir al frescor del cava. Nada como el líquido espumoso helado fluyendo por nuestra garganta mientras la persona amada nos practica una felación o un cunnilingus, oteando alrededor sin ver más que tumbas y flores marchitas.
La vida es breve, es cierto. Pero está en nuestra mano hacerla divertida y llevadera o convertirla en un calvario. Por muy desgraciado que usted pueda sentirse, si invita a su pareja (o a su ligue, o a su esposa, o a una puta) a un cementerio a brindar y a hacer el amor a la luz de las estrellas, sepa que está contribuyendo a crear un mundo más hermoso.

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