La banda sonora del planeta: medio siglo grabando a la naturaleza

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Bernie Krause es músico, nacido a finales de la década de los años 30 del siglo pasado, y ya de pequeño era un niño prodigio. Antes de cumplir los cuatro ya sabía tocar el violín. Sin embargo, este estadounidense no ha llegado a ser un nuevo Mozart, sino que decidió dedicar toda su vida a escuchar lo que los demás ni siquiera oímos: la música de la naturaleza.

Eso que para muchos es sólo el ruido de fondo que acompaña en una dura sesión de senderismo, en el mejor de los casos, es la parte central de la ecología acústica, el estudio de la relación que hay entre los seres vivos y su entorno a través de los sonidos que se pueden capturar en el medioambiente.

Si esta disciplina nacía en la década de los 60, ya en 1968 Krause comenzaba a grabar sonidos de la naturaleza. Fue en aquel año, cuando él tenía solo veinte, cuando fundó Wild Sanctuary, una organización con la que el músico lleva ya cerca de medio siglo viajando para registrar y conservar el paisaje sonoro de infinitos rincones del planeta. «Estos sonidos de la naturaleza, cada vez más raros, inspiran y enriquecen nuestros esfuerzos», explica desde la web del proyecto.

Krause ha logrado crear una fonoteca con más de 4.500 horas de grabación en las que el músico y sus colaboradores han sido capaces de identificar al menos 15.000 formas de vida distintas, con alguna que otra sorpresa incluida: castores llorando la muerte de uno de los suyos o anémonas gruñendo son algunos de los sonidos capturados por Wild Sanctuary tanto en la superficie terrestre como en los fondos marinos.

Hasta aquí, la de Krause bien podría ser la historia de un amante de la naturaleza que se ha dedicado en cuerpo y alma a conocer cómo son nuestros compañeros de planeta. Sin embargo, su investigación trae consigo malas noticias: según el músico, «alrededor del 50% de esos sonidos naturales ya no podrán volver a ser escuchados». Básicamente, y tal y como explican desde Wild Sanctuary, porque la mitad de esos paisajes sonoros grabados por Krause proceden de hábitats que o bien ya no existen o bien han sido radicalmente alterados como consecuencia de la actividad humana.

Como el propio Krause explica, «la voz del mundo natural nos informa acerca de nuestro lugar en el planeta y sobre cómo estamos afectándole. Nos dice todo lo que necesitamos saber acerca de cómo lo estamos haciendo». De hecho, mientras los científicos cuentan con un sinfín de métodos para valorar de forma visual el impacto del hombre en el medioambiente, él propone medirlo simplemente a través de los sonidos de la naturaleza.

Un puzle sonoro

Gracias a los espectogramas que Krause visualiza en las pantallas de su estudio en California, el músico ha comprobado que la naturaleza ha conseguido, a lo largo de millones de años, respetarse a sí misma: cada animal suele ocupar un ancho de banda único con sus sonidos, de forma que estos encajan a la perfección.

Este descubrimiento de Krause, bautizado como biofonía, vendría a demostrar que las especies han evolucionado juntas hasta formar un puzle sonoro en el que todas tienen su propio hueco en el que actuar sin producir (ni sufrir) interferencias. Hasta que llegó el hombre, claro.

En casi cinco décadas, Krause ha conocido lo mejor y lo peor de nuestro mundo. Y si bien ha descubierto sonidos enternecedores, también ha vivido en primera línea (auditiva) las consecuencias más devastadoras de nuestra actividad. El caso más llamativo es el que él mismo ha registrado en Sugarloaf Ridge, un parque natural de California en el que estuvo grabando durante diez años.

Este paraje natural ha sufrido duras sequías en los últimos tiempos, consecuencia directa del cambio climático. Con ellas, la población animal ha ido cayendo en picado, de tal forma que el sonido grabado por Krause se ha ido extinguiendo hasta quedar en simple silencio.

La interferencia directa del ser humano también se deja oír en las grabaciones del músico, que asegura haber capturado el ruido de plataformas petrolíferas estando a más de 160 kilómetros de ellas mientras intentaba registrar el sonido de las ballenas boreales de Alaska, así como el sonido de hidroaviones sobrevolando parques nacionales.

Según la hipótesis del nicho establecida por el propio músico, mientras millones de años de evolución habían permitido la coexistencia de todos esos sonidos naturales en distintos anchos de banda, nuestra presencia sonora es uno más de los problemas de las especies animales: su hábitat se ha visto modificado y algunas especies se ven obligadas a emigrar o a cambiar sus formas de vida ante los problemas de comunicación.

A raíz de su extenso trabajo, científicos de todo el mundo han adoptado las técnicas utilizadas por Krause para analizar casos concretos y confirmar así su hipótesis y la terrible intrusión de nuestra raza. Muestra de ello es el trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Urbino en algunos bosques de Italia.

Tras grabar sonidos en la naturaleza y convertirlos en complejas mediciones matemáticas para extraer un patrón del canto de los pájaros, descubrieron que las melodías de aquellas aves que vivían cerca de la construcción de carreteras eran más fuertes de lo habitual. Simplemente, aquellos pájaros tenían que luchar por hacerse oír.

Aunque no lo oigamos, el paisaje sonoro nos rodea y grita, sin que nos percatemos, para luchar contra el egoísmo humano. Un grito que Krause lleva, a su pesar, casi 50 años escuchando.

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Las imágenes de este artículo son propiedad de Bernie Krause

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