Hay frases que se incrustan en el cerebro y no salen. Dan vueltas y vueltas. Como una canción del verano que suena a todas horas, incluso con la luz apagada. Y eso me ocurrió a mí con esta frase que me reveló una amiga porque la decía su padre al pedir en un bar: «El gin-tonic sin ensalada, por favor». Sublime. No se puede decir más con menos. No se puede describir mejor el momento, nuestro momento, el pedazo de la historia que nos ha tocado vivir. Como un gin tonic: sencillo (ginebra y tónica). Como un gin-tonic: camuflado (pepino, fresas y cardamomo). Y no se me va de la cabeza la frase.
Bobby Gin
El Bobby Gin es un local de la calle Francisco Giner de Gràcia y este es su eslogan: «Not just meals or drinks. It’s all creativity». Coca de foie y manzana con virutas de nuestro micuit y compota. Ceviche con cítricos. Langostinos vietnamitas. Humus con palitos de trigo con pipas. Salmón al gin-tonic. Nº3 Gin tonic con citronella y amargo de naranja. Hendrick’s Ginfonk con infusión de té de rosas, fresas, lima y elixir vegetal. Tanqueray Ten Ginfonk con néctar de ágave, mandarina, amargo de manzanilla y pomelo. Tanqueray Ten Gin-tonic con lima kaffir y amargo de pomelo. Santa Marea: gin, chadornnay, sirope de cardo, tomillo, salvia y limón.
Lo que el viento se llevó
Scarlett, Ashley, Melanie y Rhett bailan, beben, ligan y besan en una fiesta nocturna en Georgia, en 1861. La Guerra de Secesión está a punto de estallar. La luz apagada no consigue disimular el brillo en los ojos del público. Cuando termina la película y la pantalla queda a oscuras, aplauden a rabiar. Al salir, las parejas remolonean para no ir a casa. Quizás un refresco en el Bar Ganigó, en la plaza de la Revolución. O una mistela en el Casa Vall, en la plaza Rovira. Es 1951 y en el cine Delicias ponían Lo que el viento se llevó. El cine Delicias se encontraba en Travessera de Gràcia 224, hoy es un Día Market. El Ganigó y Casa Vall siguen vivos y coleando.
En la calle Asturias, un 1886 en la fachada de un señorial edificio señala la fecha de su construcción. En el bajo hay un supermercado ecológico. De un año antes que la construcción anterior es la granería que se encuentra también en Travessera. Venden todo tipo de grano, de distintos colores, formas y procedencias. En el escaparate de este comercio se reflejan los rótulos verdes y blancos de un Tecnocasa que pretende presidir la manzana. A escasos metros de la franquicia inmobiliaria, impasible, una fuente pública del año 1845. La gente llenaba los cubos y se los subía a casa.
La plaza Norte está dominada por el edificio de los Lluïsos. Los Lluïsos, una institución cultural y deportiva, una de esas que han estructurado la vida social del barrio durante décadas. En el centro de la fachada se ven los carteles de las obras que se programan en su teatro. A la derecha, la entrada al elegante edificio. A la izquierda, un comercio nuevo, Organic Market. Si consigues concentrarte, aún se puede escuchar el vocerío de los trabajadores que hacen cola para entrar a trabajar en la fábrica textil Vapor Puigmartí.
Todavía se conserva en la plaza del Poble Romaní la chimenea de esa fábrica. Una parte de la antigua fábrica textil es ahora el Mercat de l’Albaceria que fue inaugurado en el año 1892. En el centro del mercado, ahora, nos encontramos con una tienda de shushi. Se oyen rumores de que poco le queda de vida a este mercado, pronto los tenderos se desplazarán a una carpa en el paseo de Sant Joan mientras se suceden las obras que darán lugar a un nuevo mercado.
‘Gràcia no està en venda’
Deambulo por las calles del barrio sin saber muy bien a dónde ir. Las idas y venidas en el tiempo y el espacio, los saltos en la historia, me han dejado algo aturdido. Un cartel atado a las farolas cruza la calle y anuncia un evento: una asociación de vecinos organiza el domingo una calçotada popular para recaudar fondos para la preparación de la fiesta mayor de agosto. Me encuentro con una barbería, me acuerdo de mi abuelo, pero no es el barbero de la plaza del pueblo; estos lucen barbas pobladas y diseñadas con escuadra y cartabón. Vive la experiencia de afeitarte la barba. Varios balcones soportan unas banderolas que anuncian en catalán que el barrio de Gràcia no está en venta.
Sigo aturdido, serpenteando callejuelas. Me encuentro con el Ateneu Roig, un ateneo rojo. Más adelante escucho rumba, una puerta entreabierta sugiere unas escaleras que irán a dar al sótano del edificio. En la puerta se anuncia que es la sede de una asociación cultural gitana. Unos pasos más allá, tras pasar por un espacio de coworking, me doy de bruces con una plazuela engalanada con banderas feministas. El bar que preside la plaza es también un ateneo de la izquierda indepe…
Entro. «Un gin-tonic; sin ensalada, por favor». Y escucho que sobrevuela la zona un helicóptero. Una manifestación en defensa de unos presos anarquistas tiene lugar a varias manzanas hacia la montaña de mi gin-tonic. Toqueteo la pantalla del smartphone. Tecleo en Twitter el hagstag #ViladeGracia. Los vecinos se quejan de que haya vuelto el pajarito, de que el sonido ensordecedor del helicóptero les fastidie la hora de la cena. «Otro gin-tonic; sin ensalada, por favor». La mañana siguiente varios escaparates de franquicias de multinacionales de la calle mayor de Gràcia estarán esparcidos por el suelo. Gràcia no está en venta.