Nunca he sido muy de números la verdad. A pesar de que mi padre me decía que si estudiaba matemáticas exactas podría trabajar donde quisiera, sus palabras nunca terminaron de seducirme. Ni en el cole, ni en la universidad, ni en mi día a día… los números no han conseguido llegar a conectar conmigo. Los veo huecos, vacíos, sin personalidad…
Sin embargo hay mucha gente que no puede vivir sin ellos. Con unos buenos números hasta hace poco podías conseguir presupuesto, firmar un proyecto, obtener financiación, justificar una inversión, resolver un problema, y hasta hacer creer que ibas a ganar unas elecciones. Pero la verdad, no sé si científica, pero sí demostrada, es que del número al hecho hay un trecho.
Gracias a Dios las cosas están cambiando, los acontecimientos muestran cada vez con más fuerza que los números, las cifras contables o estadísticas por sí solas también se equivocan, y que tomar decisiones de acuerdo con esta información conlleva más riesgos, si cabe, que tomarlas frente a hechos concretos o historias reales.
Si antes los números eran condición sine qua non, ahora cuando los clientes empiezan a trabajar con procesos de diseño se dan cuenta que en lo que se refiere a creatividad, creación de valor e innovación, los números poco nos pueden ayudar, mientras que toda la información que obtenemos trabajando con los clientes, las historias que nos cuentan, son una fuente riquísima de inspiración e información.
Por no hablar del poder de seducción. ¿Cuántas presentaciones soporíferas con diapositivas llenas de datos nos hemos tenido que tragar muchos de nosotros, sin encontrarle un sentido a lo que nos estaban contado? Y si encima había algo interesante lo olvidamos con una facilidad pasmosa. Sencillamente porque los números no capturan nuestra atención.
Una historia, un cuento, una fábula o como lo queramos llamar, tienen el poder de aunar ideas, darles emoción, transmitir mensajes complejos y estimular la energía de quienes lo escuchan. Tendemos a olvidar los números, los gráficos, los listados; pero siempre recordaremos una buena historia. Y lo más importante, seremos capaces de interiorizarla mejor, extraer información clave y transmitirla con el mismo entusiasmo a otras personas.
El Storytelling, como dice Alan Webber, Co-fundador de Fast Company y autor de “Rules of Thumb”, es una de las herramientas más poderosas para aquel que quiere transformar la manera de hacer las cosas, de generar cambio. Contar y compartir historias es la mejor vía para hacerlas realidad. Por eso es fundamental la empatía, conectar con nuestra audiencia, involucrarla en el relato para que se sientan representados.
En el mundo anglosajón entienden perfectamente su importancia, en cualquier ámbito y más aún en estos nuevos escenarios, en los que el prosumidor ha establecido la conversación y somos nosotros los que nos unimos a ella. Ser relevante es la principal virtud de cualquier storyteller.
Mi humilde recomendación es que prestemos más atención a las historias y nos esforcemos más a la hora de contarlas. Escuchar historias y contar historias es vital para inspirarnos y para movilizar cualquier cambio. La gente ni se inspira ni actúa sólo por medio del razonamiento. Las historias nos ayudan a viajar por otros escenarios, provocando a nuestra imaginación e incluso ayudándonos a resolver problemas de manera creativa.
Be a Storyteller my friend, te aseguro que saldrás ganando en cualquier ámbito de tu vida. Como todo, es cuestión de práctica, si no pregúntaselo a Robert De Niro en Taxi Driver… «You talkin´ to me?»
Carmen Bustos. Socia fundadora de Soulsight.
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