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¿Es la bicicleta un invento escocés?

Dicen que es la bicicleta a pedales más «vieja» del mundo, aunque la disputa sigue abierta al cabo de más de siglo y medio. El «inventor» fue un tonelero escocés, Gavin Dalzell, que en realidad nunca presumió de haber inventado nada. La aparatosa bici metálica con componentes de madera está fechada en 1846 y se exhibe casi como un artefacto venido de otro mundo en el alucinante Museo Riverside de Transporte de Glasgow…
Pero puede que la bici del tal Dalzell, natural de Lesmahagow, no fuera al final más que una réplica. Pues parece que en 1839 hubo un herrero también escocés, Kirkpatrick MacMillan, que inventó un modelo muy similar, con un mecanismo de bielas como el de las locomotoras de vapor, capaz de transmitir a la rueda de atrás el movimiento de los pedales.

Cuenta Gordon Irving en El diablo sobre ruedas que decenas de lugareños se dieron cita para presenciar en Dumfries el estreno del ingenio metálico de MacMillan, «la primera persona en impulsarse en un vehículo de dos ruedas sin tocar el suelo». Tres años después, el herrero fue capaz de recorrer los 90 kilómetros que les separaban de Glasgow en dos días y a bordo de su artilugio de 27 kilos. Un récord de tracción humana para su época, interrumpido por un único contratiempo: multa de cinco chelines por atropellar por el camino a una niña.
Pese a las proezas reseñadas en la prensa local, el ingenio de McMillan nunca llegó hasta nuestros días. Se ve que al herrero no le tentaba la fama, ni siquiera el dinero, y nunca vio la necesidad de patentar su invento. Murió en 1878 en Keir, en su callado retiro rural, donde fue enterrado como «el inventor de la bicicleta».
Su sobrino, Thomas McCall, construyó no uno, sino dos velocípedos supuestamente inspirados en los diseños de su tío, con las ruedas traseras más grandes que las delanteras, y con los pedales accionando las bielas. Una réplica inspirada en los diseños de McMillan puede contemplarse hoy por hoy en el museo local de Dumfries, que reivindica para el humilde herrero la paternidad de la bicicleta moderna.
Pero el ingenio de dos ruedas y a pedales más viejo que ha llegado hasta nuestros días es este otro de Gavin Dalzell, construido también con madera y metal en torno a 1846, y exhibido como la «primera bicicleta» del mundo en la Exposición Internacional de Glasgow de 1888. Desde hace tres años, el «invento escocés» forma parte de la imponente colección del Museo Riverside, diseñado por Zaha Hadid y consagrado a la apasionante historia de la movilidad humana.

Aquí apreciamos cómo en ningún otro lugar el sueño de nuestra especie bípeda por rodar y volar desde tiempos de Leonardo, pasando por el «celerífero» de Sivrac en 1790, hasta llegar en 1817 a la «draisiana» o «máquina andante» del barón Karl Friedrich Christian Ludwig Freiherr Drais von Sauerbronn von Sauerbronn, que se impulsaba alternativamente con los dos pies en el suelo «hasta alcanzar la misma velocidad que un carruaje». Dos años después, el londinense Denis Johson perfeccionaba el modelo y lo rebautizaba como el «hobby-horse».
El «invento escocés» llegó poco después, seguido por el velocípedo del francés Pierre Michaux, que acopló las bielas y los pedales a una enorme rueda delantera. Ese fue el modelo popularizado luego en París por los hermanos Olivier, que fue creciendo desmesuradamente (cuanto más grande la rueda, mayor la velocidad) y llegó convertirse en icono delirante «fin de siècle» del impresionismo.
Hasta que otro británico, John Kemp Starley, se desmarcó en 1885 con un modelo para la estabilidad y para la posteridad: la «safety bycicle», con dos ruedas de casi idéntico tamaño, más la incorporación de rodamientos y de la proverbial cadena, acaso el mayor salto cualitativo en la historia de la bicicleta.
Y en esto llegó John Boyd Dunlop, otro escocés, aunque afincado en Belfast, que en 1888 tuvo la genial idea de inflar unos tubos de goma y aplicarlos a las ruedas. Dos años después de patentar el neumático, Dunlop fue sin embargo informado que otro paisano suyo, Robert William Thompson, había patentado ya la idea en Francia y en Estados Unidos. Arrancó así otra sesuda batalla en las Tierras Altas, dirimida al final a favor de Dunlop, que dejó la definitiva estampa escocesa en la trepidante historia de las dos ruedas.





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