Hay sagas de fantasía y ciencia ficción que abogan por el pacifismo y la comprensión del bicho raro. Estas producciones tienen fanáticos que muestran su ira en las redes cuando en las nuevas versiones los protagonistas cambian de sexo o raza o «el canon es alterado». Protestan, por ejemplo, porque «el capitán de una nave interestelar no puede ser una mujer», aunque la serie muestra que hombres y mujeres tienen iguales capacidades y oportunidades. Estos seguidores confiesan que odian al director y a los guionistas y aborrecen a los nuevos actores y actrices.
Realmente, poco importa a estos fanáticos los mensajes de convivencia pacífica y tolerancia que predica la serie capítulo a capítulo. Ellos quieren que las nuevas producciones se mantengan cercanas a aquellas que conocieron en la niñez. Estos fanáticos de la ciencia ficción y fantasía que no son diferentes de los fanáticos religiosos que predican «Dios es amor» mediante la violencia.
USS Callister (Black Mirror 4×01) tiene como protagonista a un fanático: al programador de videojuegos Robert Daly. El personaje juega a ser justiciero galáctico que defiende «los principios de la Federación» (a la manera de Kirk): proteger a los débiles y socorrer a quienes lo necesitan. Palabras. Palabras. Palabras.
Robert Daly es un villano con su tripulación no muy diferente de los villanos que aparecían en la Star Trek original (y que Black Mirror homenajea —más que parodia— con acierto).
Daly ha secuestrado a la tripulación y la somete a su capricho y voluntad. Daly es el dios que da la vida y la muerte y que, como los dioses griegos, castiga las impertinencias y la rebelión con metamorfosis fantásticas.
Este retrato del fanático de ciencia ficción y fantasía es una crítica atrevida por parte de Charlie Brooker y William Bridges, que firman el guion. Quizá una venganza de Brooker. El creador de Black Mirror no ha parado de recibir amonestaciones de los seguidores desde que Netflix produjera las nuevas entregas. «Se ha traicionado el espíritu», dicen los fanáticos. «Ahora es americana», dicen otros.
Aunque la crítica a los fanáticos de las series de fantasía está a la vista, hasta la finalización del capítulo no toma forma. Black Mirror envuelve la crítica con ritmo, con intriga y con humor gracias a la realización de Toby Haynes (Sherlock, Doctor Who).
La tecnología se vuelve una vez más una excusa para hablar de la maldad humana. Porque Black Mirror no habla de los peligros de la tecnología, sino de las personas.
Hay personas que sienten placer en el asesinato de Sims. Otras personas con tendencias homicidas-virtuales sienten compasión cuando la criatura virtual mira arriba y protesta. El sim está programado para simular que no comprende por qué merece castigo tan cruel. Esta es una prueba sencilla de que la tecnología no es perversa, sino las personas con sus decisiones.
Robert Daly no solo representa al fanático contradictorio, sino al individuo corriente frustrado por la realidad que se desfoga usando la tecnología contra otros. Pero Daly no se contenta, como muchos, con trolear y despotricar en las redes sociales. Crea réplicas digitales de esas personas a partir del ADN para esclavizarlas. De esta manera, el fanático —el ciego— de la ciencia ficción y la fantasía no queda bien parado. Brooker parece guiñar el ojo: os dejo una historia de fantasía y os digo cómo sois de hipócritas algunos. Y lo disfrutamos.