En 1956, la imprenta neoyorquina M&J Levine contrató a Lawrence Herbert, un recién licenciado en química, para que ordenase y sistematizase las diferentes tintas que la empresa utilizaba para sus trabajos. Hasta ese momento, las mezclas que se realizaban en la imprenta se hacían de manera desordenada, mediante un procedimiento de ensayo y error que dificultaba que los trabajos semejantes realizados en momentos diferentes tuvieran un mismo ajuste cromático.
Herbert consiguió reducir el catálogo de tintas empleadas por M&J Levine a tan sólo doce y establecer unas reglas y proporciones destinadas a conseguir el resto de colores a partir de aquellas.
Esa sistematización permitió que la compañía comenzase a producir muestrarios de color para diferentes marcas de cosméticos. Un éxito que hizo que los propietarios se centraran en esa actividad sin percibir el potencial económico que tenía la división que dirigía Herbert, quien propuso a sus jefes comprarles esa parte de la empresa.
Tras desembolsar unos 50.000 dólares de 1962, Lawrence Herbert se independizó, montó su propia compañía y un año después lanzó la primera guía de color Pantone. Este catálogo incluía los diferentes pigmentos que él mismo fabricaba y las proporciones en que deben ser mezclados los colores básicos de la impresión offset (cyan, magenta, amarillo y negro) para conseguir el resto de tonalidades deseadas.
Ese primer catálogo fue enviado a una veintena de las principales imprentas norteamericanas que vieron en el sistema de Herbert una solución para mejorar su producción. Los clientes comprendieron que sólo con una guía como esa podrían conseguir una uniformidad en sus trabajos sin importar dónde hubieran sido impresos.
Medio siglo después, el sistema de color Pantone es el estándar de color más extendido para la estampación profesional, no sólo en papel, sino en soportes textiles, muebles, cerámicas y casi cualquier producto surgido de un proceso industrial.
Sin embargo, mucho antes de que Lawrence Herbert fundase Pantone, antes incluso de entrar a trabajar en M&J Levine, cuando ni siquiera había pensado estudiar química en una universidad estadounidense porque ni siquiera existían los Estados Unidos, otra persona ya había inventado un método casi idéntico al suyo en Holanda.
A. Boogert era un artista de los Países Bajos que en 1692 escribió un libro titulado Traité des couleurs servant à la peinture à l’eau, cuya traducción al castellano podría ser Tratado de colores empleados en la pintura a la acuarela.
En él, Boogert recogía distintas muestras de color y sus diferentes variaciones. El primer color de la muestra fue el pigmento puro y el resto, el resultado de añadirle diferentes proporciones de agua al original. También reproducía y explicaba cómo obtener los colores resultantes de mezclar dos de esos colores principales según las diferentes proporciones.
El libro es, en esencia, un catálogo de colores como los de Pantone o los que que podríamos en cualquier comercio de pintura industrial, con la salvedad de que está escrito a mano y hasta el momento sólo se conoce un ejemplar.
Aunque a la fecha de su escritura, la imprenta ya contaba con más de un siglo de historia, las dificultades para reproducir con exactitud las diferentes muestras de color hubieran sido muchas y los costes de producción extremadamente altos.
Tal y como está organizado el libro, cada página hubiera tenido que imprimirse tantas veces como tintas diferentes contiene. En algunas de ellas hay una decena de muestras, lo que hubiera obligado a hacer otras tantas pasadas cambiando las tintas y las matrices en cada una para poder completar una sola página.
El historiador de la Universidad de Leiden especializado en libros y manuscritos medievales Erik Kwakkel fue la persona que dio a conocer este tratado y lo popularizó a través de su blog.
Su descubrimiento surgió de manera fortuita mientras consultaba una base de datos francesa y, durante algún tiempo, pensó que había sido él el primero en dar con semejante rareza. Sin embargo, meses después, un doctorando holandés le informó de que ya estaba trabajando sobre el libro de Boogert para su tesis.
Sea como fuere, es innegable que resulta llamativo que desde 1692 el libro no hubiera sido publicado nunca ni hubiera sido citado por otros artistas o investigadores hasta nuestro siglo.
Según Kwakkel, en pleno siglo XVII, un libro de esas características hubiera sido todo un éxito en Holanda, habida cuenta del esplendor que la pintura disfrutaba en el país en esa época. De hecho, en su prólogo, Boogert afirma que los motivos que le llevaron a escribirlo fueron principalmente pedagógicos. Sin embargo, concluye Kwakkel, «de haber un único ejemplar apenas habría llegado a ser conocido entre los pintores profesionales».
Después de siglos ignorado, el tratado de A. Boogert está depositado en la actualidad en la Bibliothèque Méjanes de Aix-en-Provence y por fin al alcance de todos. A través de la web e-corpus.org es posible ver sus más de 800 páginas en alta resolución, admirarse de su laboriosa ejecución y, para los que lean neerlandés, conocer algo más sobre el comportamiento de las acuarelas.
Evidentemente, el valor técnico de este tratado en la actualidad es testimonial. Confrontado la exactitud cromática lograda por las guías Pantone, el trabajo de Boogert resulta muy admirable pero enormemente naif. En todo caso, es innegable el talento del holandés al resolver un problema como este de forma eficaz y siempre nos quedará la duda de cómo habría evolucionado la pintura de haberse popularizado entre los artistas.