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Brigitte Vasallo: «Hay una obsolescencia programada de las palabras que tiene que ver con el capitalismo también»

Al estudio del lenguaje podemos enfrentarnos desde muchos ángulos. La mayor parte de ellos proceden del campo lingüístico y sociológico, pero el cuadro no estaría completo si no abordamos otro que es el político.

Las palabras, cómo las usamos, contra quién y qué las empleamos y qué alianzas buscamos forjar a través de la manera de decir, forman parte de eso que llamamos ideología. No son inocentes, todas llevan una carga en su significado que denota por dónde van los tiros de nuestro pensamiento y manera de entender la vida, el mundo, la sociedad en la que vivimos, la familia que formamos y los amigos que tenemos.

Brigitte Vasallo (Barcelona, 1973), escritora, investigadora y «feminista entre comillas», como se define ella, ha publicado con la editorial Larousse el ensayo Lenguaje inclusivo y exclusión de clase. Y en este libro nos invita a reflexionar sobre nuestro idioma pero cambiando el foco de atención. No nos dejemos engañar por lo de «lenguaje inclusivo» porque la sorpresa está en que aquí no encontraremos argumentos lingüísticos a favor o en contra del todes, todxs o tod@s, sino argumentos políticos que nos hablan de capitalismo cultural, inflación lingüística, traición de clase, capital social y alienación lingüística, entre otros muchos palabros. Y la reflexión, cuando menos, es interesante.

No importa cómo lo decimos, sino qué queremos decir al nombrar la realidad de determinada manera. Qué discursos, qué sesgos reflejamos en nuestra manera de hablar y de nombrar. Y nombrar, perdón por la repetición tan poco estética, tiene más relevancia que hacer aparecer en la conversación aquello de lo que no se suele hablar: la mujer, el feminismo, pero también lo marginal, lo que no se ajusta al canon económico… lo que está fuera de eso tan ambiguo e impuesto que llamamos normalidad.

Tanto es así que Vassallo comienza su ensayo con un personaje controvertido, Belén Esteban, situándola en su discurso a la misma altura que Dostoyevski. Primera en la frente de muchas sorpresas.

Empezar un ensayo como el tuyo hablando de un personaje como Belén Esteban es, como poco, chocante. ¿Por qué la has elegido a ella para presentar tus primeras teorías en este libro y qué representa, cuál es su metáfora?

Precisamente porque no doy legitimidad a esa separación entre lo que se llama «alta cultura» —que puede venir representado por los libros— y la cultura de masas, como puede ser la televisión. Belén Esteban, que es el detonante de este libro de casualidad, es el icono de unas mujeres no mitificables, que son las amas de casa heterosexuales de las periferias (que no de los márgenes) de la modernidad urbana. Yo vengo de ahí y, aunque escriba libros, deseo pensar que son mi gente.

Cuando ya estamos todas convencidas de las bondades del lenguaje inclusivo, llegas tú y nos pones todo patas arriba otra vez con ese mensaje de «cuidado, que aquí también hay tomate». ¿Qué hacemos? ¿Contra qué debemos estar prevenidas?

Estamos convencidas de las bondades de unas fórmulas de enunciación, a veces incluso enumeración, de nombrar varias indentidades, que forman parte de un camino. Pero la inclusión trascendente creo que está en los andamios del lenguaje: no en que alguien te nombre, sino que tú puedas ser quien construya esa frase, quien nombre lo que te dé la gana, y quien tenga herramientas propias para hacer todo eso. Esa es la línea a la que yo he tratado de apuntar. Y cuando apuntamos a eso, aparece la clase. No solo la clase, porque nunca va sola, pero también la clase. Porque para llegar a nombrar, las que venimos de pobre tenemos que disimularnos tanto que ese «nombrar desde abajo» no acaba de suceder nunca.

Quizá habría que empezar por definir qué es eso del lenguaje inclusivo. ¿Cómo lo defines tú, al menos?

Preguntarnos sobre el acceso a los medios de producción del lenguaje, es decir, por los andamios, y preguntarnos incluso qué significan. Eso no es una propuesta antagónica o contraria o excluyente respecto al uso del femenino o del neutro. Es una parcela más dentro del esfuerzo del lenguaje.

«El lenguaje inclusivo no puede ser reducido a una cuestión de palabras. El lenguaje es una cosa mucho más amplia que incluye los métodos de producción del discurso», dices. ¿Cuáles son esos métodos de producción y por qué no somos capaces de distinguirlos?

No es exactamente que no seamos capaces de distinguirlos, sino que los hemos confundido con los métodos de refinamiento de las clases dominantes. Creemos que los métodos de producción son la creación de mensajes con unas marcas de clase que tienen que ver con eso que decíamos al inicio de «alta cultura»: un lenguaje críptico, muy inaccesible, sin dejes, sin faltas de ortografía y, sobre todo, que cambia constantemente. Hay una obsolescencia programada de las palabras que tiene que ver con el capitalismo también.

Foto: Marina Freixa Roca

En tu libro quitas el foco de la lingüística y lo sitúas en la política. Y ahí nos metes unos cuantos conceptos algo complicados de entender: «traición de clase», «alienación lingüística», «capitalismo cultural», «capital social»…  ¿Podrías explicar algo más esa relación entre lenguaje inclusivo (o lenguaje, a secas) y capitalismo? ¿Qué son estos términos?

Claro, es que los debates lingüísticos son muy interesantes, pero aquí estamos hablando precisamente de que tenemos derecho a modificar el lenguaje porque nos pertenece, pertenece a quien lo habla, no a quien lo estudia.

Sobre la dificultad, trato de hacer una escritura accesible a nivel de tecnicismos, que no consiste en no usarlos si son necesarios, sino más bien en no darlos por sabidos. Y en aclarar, simplificar y aterrizar lo máximo posible, con más o menos acierto… Pero la accesibilidad de clase no consiste en simplificar las ideas sino las formas. Y digo esto porque creo que hay una infantilización respecto al feminismo que es una forma de neutralizarlo: el feminismo cuchi cuchi que opera en términos morales, del bien y el mal, de las buenas intenciones, del ser majas y sencillas. Y cuanto menos amenazantes, claro, pues mejor.

Para mí, el feminismo es un método de pensamiento crítico sobre cuestiones que están en el mundo, y el lenguaje está y pertenece al mundo: el buenismo no sirve de nada… pero en este caso creo que el marxismo es revelador, aunque es cierto que ha sido complejo.  Por eso, sobre lenguaje y capitalismo, en este libro recupero la propuesta de Rossi-Landi de analizarlo como trabajo y como mercado.

Tenemos que distinguir, para ello, lo que es el trabajo y lo que es el empleo (que sería el trabajo remunerado, para resumirlo rápido). El trabajo es todo aquello que hace el ser humano para modificar el entorno. El lenguaje forma parte de ello y, desde esta perspectiva, podemos aplicarle un análisis muy clarificador sobre acumulación, inflación, propiedad, devaluación… que tiene que ver con la clase social, porque incluso cuando hablamos no tenemos recursos infinitos. Y porque cuando usamos palabras que no están reconocidas por los diccionarios, o las academias, se nos dice que esas palabras «no existen» por mucho que las estemos diciendo, por mucho que las estemos haciendo existir.

[pullquote]«Decir ‘Lo que no se nombra no existe’ pone nuestra existencia en manos de quien nos nombra o deja de hacerlo. Y eso es peligroso»[/pullquote]

Nos avisas de la falacia que conlleva la frase «Lo que no se nombra no existe». ¿Por qué es una trampa, por qué es una falacia?

No me parece una falacia exactamente. Aviso de las consecuencias que tiene agarrarnos con mucha intensidad a esa consigna en tiempos del capitalismo de la vigilancia, por ejemplo, donde todo aquello que se muestra (que se nombra) es utilizado por el capital; y en tiempos de aquello que llaman el capitalismo de las ideas, donde las grandes generadoras de capital son las plataformas de contenido digital para las que trabajamos casi gratis, porque somos remuneradas en notoriedad, que es capital social, pero que no sirve para pagar el alquiler ni para ayudar a tu madre con su pensión. Y también, siguiendo el hilo de lo que decíamos, porque esta frase pone nuestra existencia en manos de quien nos nombra o deja de hacerlo. Y eso es peligroso.

¿No choca esta teoría tuya con lo que nos dice el feminismo?

El feminismo no dice una sola cosa, sino múltiples cosas que incluyen lo que yo digo, espero.

Me sorprende tu posición sobre la batalla establecida hoy en día para eludir el género neutro: que si la -a, que si la -e, que si @… Tú, sin embargo, dices que es una trampa, que esa no es la cuestión. Y que no es importante encontrar la manera de representarlo. ¿Por qué?

No me reconozco en esa afirmación… Yo no digo que no sea importante representar. Digo, si acaso, que cuando representamos el género neutro pasa a convertirse en un género, que creo que no era la idea originaria. Y digo que la aspiración a la universalidad es el problema. Por lo demás, me interesa cualquier fórmula que genere tensión en el lenguaje y que desnaturalice la manera en que representamos el mundo. Pero no para hallar una solución, sino para señalar precisamente un problema.

Me interesa mucho el concepto de inflación lingüística. ¿A qué se refiere exactamente? ¿A qué lo aplicas?

Volvemos a la imagen de la economía así, nivel usuaria: tú tienes 1 euro y con eso pagas un café. Pero alguien saca más moneda a la calle y de pronto tu euro ya no sirve para pagar un café, digamos que vale menos. Con las palabras sucede lo mismo: sacamos más palabras a circulación y las que tenemos cada vez valen menos, es decir, cada vez explican un trocito más pequeño de realidad. Y eso empobrece más a quien menos palabras tiene y deriva en exclusión dentro de los parámetros de la comunicación.

Por la RAE y la norma lingüística ni te pregunto, ¿no?

Jajajajajajaja, no, mejor no, ¿no?

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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