El sistema educativo finlandés es el mejor del mundo y en ese espejo deberíamos mirarnos en España para hacer del nuestro algo parecido. Porque la educación en nuestro país no solo está por debajo de Finlandia, es que encima ha empeorado en las últimas décadas. Parte de esa caída de nivel se debe a la población inmigrante, que obtiene peores resultados académicos. Aunque lo cierto es que no se está inculcando al alumnado la cultura del esfuerzo: está claro que si no trabajas y te esfuerzas, no sacas nada.
Aunque, lo cierto es que sobran universitarios en España y un título, ciertamente, hoy ya no es útil para encontrar trabajo. Pero qué queremos, si nuestro profesorado es el peor formado de Europa. Y como no hay consenso entre los partidos políticos, toda la educación es ideológica cuando debería ser neutral.
Quizá te hayas sentido identificado con alguna de esas afirmaciones. Es normal, no dejamos de leer y escuchar teorías de ese tipo por todas partes, como para no creértelo. Pero ¿qué dicen los datos?
Eso fue lo que se preguntaron Jesús Rogero, profesor titular en el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, investigador y miembro de movimientos sociales por el derecho a la educación, y Daniel Turienzo, maestro adscrito a la red educativa en Tánger como adscrito a la Consejería de Educación de la Embajada de España en Marruecos y profesor del Máster de Políticas y Gobernanza de Sistemas Educativos de la Universidad Camilo José Cela.
Y el resultado de sus investigaciones ha sido el libro Educafakes. 50 mentiras y medias verdades sobre la educación española, publicado en Capitán Swing. Sobre ello hemos hablado con Daniel Turienzo.
«Los bulos más peligrosos nos parecían aquellos que no se discutían»
Buena parte de los 50 bulos que analizáis en vuestro libro están muy asentados en el pensamiento de la sociedad española, y sorprende descubrir que no son ciertos.
Nos dimos cuenta de que para algunos de los mitos y medias verdades que tratamos sí hay batalla e intentamos desmentirlos. Pero los más peligrosos nos parecían aquellos que no se discutían; aquellos que son tan frecuentes, tan reiterativos, que al final los hemos incorporado todos como una cosa muy natural, como «oye, esto es así».
Nosotros, a la luz de los datos, decíamos «Pues a nosotros no nos parece lo mismo». Y esa es la parte que puede ser más enriquecedora, abrir el debate sobre unos mitos que damos por sentado, pero que en realidad no son ciertos.
¿Cómo habéis recopilado los 50 fakes que abordáis en el libro?
Ha sido un trabajo. Nosotros nos inspiramos en un libro que se llama Econofakes [Juan Torres López. Deusto, 2021]. Han sido años de trabajo. Se nos ocurrió recopilar mitos que han sido recurrentes en educación.
Nos han ayudado mucho las declaraciones de los políticos, pero también los medios de comunicación. Hay una cosa que hemos corroborado que es muy curiosa: cómo una cosa son los cuerpos de la noticia y otra cosa son los titulares. Cuerpos de noticia que son fieles a la realidad no vienen acompañados de titulares igual de fieles a esa realidad. Hicimos una cosa, que al final no se publicó, y es que tenemos documentados titulares suficientes para ilustrar prácticamente todos los mitos. En muchas ocasiones, estos mitos responden a líneas editoriales.
¿Por qué se lanzan todos estos bulos? ¿Qué intención hay detrás?
No sabemos. En algunos casos creemos que forman parte del imaginario popular, pero no sabemos muy bien cómo se han instalado. Encontramos también mitos que son muy locales y otros que son internacionales.
Por ejemplo, el mito de la caída del nivel educativo es un mito que no solo se ha dado en España, sino que también se ha dicho lo mismo en Francia y en Estados Unidos. Y es atemporal, es decir, pasa ahora, pero también fue un debate que estuvo en Reino Unido con Margaret Thatcher o en Estados Unidos con Reagan. Se sigue hablando después de muchos años de la caída del nivel educativo. Siempre la pregunta es cuál es el pasado al que queremos volver.
Entonces, algunos no sabemos muy bien cómo se han instalado, y otros, por el contrario, sí que responden claramente a una visión política e ideológica. Nosotros creemos que la educación es un terreno en disputa, y creemos que sí que hay intereses fuertes de actores que quieren desarrollar una visión determinada de la educación.
El ejemplo más claro está en la educación privada o en la mercantilización de la educación. Ahí sí tenemos unos agentes claramente identificados que obtienen unos resultados económicos o sociales o de posicionamiento en función de la visión que se dé del sistema educativo.
Una de las cosas que más repetís en el libro es que no todo depende de las políticas educativas para poder solucionarse. ¿Cómo resumiríamos esto?, ¿qué no puede solucionar esa política educativa?
Lo explicamos porque que hay titulares que parece que le echan la culpa de lo que pasa en educación al gobierno autonómico o al gobierno central de los últimos 3-5 años, y nosotros lo que decimos es que la mirada tiene que ser un poco más amplia. La mayoría de indicadores educativos están muy vinculados a lo que pase en otros ámbitos de la sociedad.
Por ejemplo, el indicador de abandono educativo temprano tiene mucho que ver con qué pasa en el mercado laboral. El mercado laboral puede animar a los alumnos a abandonar tempranamente los estudios o puede apoyarles para que sigan estudiando.
Cuando vemos los resultados en España, por ejemplo, en una prueba como PISA, nos damos cuenta de que existe una fractura norte-sur muy importante; y esta fractura no tiene que ver tanto con las políticas educativas que se están aplicando en las diferentes comunidades autónomas, sino con las trayectorias históricas.
Y nos damos cuenta de que esa misma fractura que encontramos en lo educativo la encontramos también en lo cultural, por ejemplo. Las familias con un nivel sociocultural más alto las encontramos en el norte y en el sur. Nos pasa lo mismo con la pobreza infantil, también encontramos una fuerte división norte-sur. Nos pasa lo mismo con el número de libros en el hogar, donde también hay una fuerte fractura norte-sur. Cuando tenemos unas fracturas sociales tan importantes, achacar a lo educativo, primero, todos los resultados y, segundo, la imposible misión de compensar todas estas desigualdades nos lleva a la frustración.
Básicamente, podríamos resumirlo en que, si no hay una equidad social, es muy difícil que consigamos una equidad educativa. Si no adoptamos también medidas ambiciosas en lo social no para un caso en concreto, sino para todos los niños y niñas que estén en esa situación, no serán capaces de superar los círculos de trasmisión de la pobreza.
«Si no hay una equidad social, es muy difícil que consigamos una equidad educativa»
Educación inclusiva que acoja también a alumnado con discapacidad. ¿De qué hablamos cuando decimos educación inclusiva? Porque quizá no entender bien este concepto haga que muchos padres sigan prefiriendo centros de educación especial…
Cuando hablamos de inclusión, hay definiciones muy complejas, pero creo que la más fácil de entender es que la educación inclusiva es la que atañe a todos. Y todos significa TODOS. No es una frase mía, es una frase de la Unesco, cuando hizo un texto muy importante sobre educación inclusiva.
Yo no sé dónde nos llevará una inclusión total, pero sí sé dónde nos lleva el camino contrario. Si yo asumo que todos los niños deben estudiar juntos con los mejores medios y recursos disponibles para hacerlo viable, no sé a qué camino me llevará eso, pero sí sé el contrario. Si empezamos a separar a los niños y niñas en función de sus características personales o sociales, no es un horizonte muy prometedor.
El problema que hay cuando asumimos con normalidad dividir a alumnos y alumnas por nivel socioeconómico, por nivel sociocultural o rendimiento es un contexto en el que la educación, además de ser menos eficiente, pierde alguno de los principios para los que fue creada. Al final, el sistema educativo no solo tiene que trasmitir una serie de conocimientos, sino también una serie de valores, y entre ellos está el fomentar que podamos vivir todos juntos.
Cuando intentamos pasar de una manera más concreta al sistema educativo, nosotros lo asumimos de una manera más natural. Cuando hablamos de inclusión, hablamos de una inclusión acompañada de recursos. Hablar de inclusión sin los recursos adecuados es una quimera, una utopía. Pero yo creo que es una utopía por la que tenemos que luchar, el seguir avanzando hacia la inclusión. Evidentemente, tiene que venir acompañada de una serie de recursos y de infraestructuras para hacerlo posible.
Ideología y educación: ¿es posible y factible una educación neutral?
Consideramos que no es posible, no es posible que exista una educación aséptica.
Creemos que, para empezar, en educación todos los aspectos vienen definidos por posturas ideológicas. Creemos que todos los elementos — cómo se estructura el currículum escolar, cómo se distribuyen las materias, qué se estudia y qué no se estudia, cómo se organizan los centros, cómo son las sanciones en los centros— responden a una orientación política. Es decir, lo que yo decido que se estudia cuando hacemos un currículo educativo es imposible hacerlo de una manera aséptica.
Una de las ideas que tenemos para reforzar la idea de que no se puede hacer una educación libre de ideología es que esta va a aparecer por acción o por omisión. Incluso si yo mañana dijera que a los centros se viene a aprender contenidos técnicos, y solo diera esos contenidos técnicos, ya estaría desarrollando una visión concreta de la sociedad y de la educación.
Y la segunda parte sería cuando bajamos ya a la realidad de cada colegio e instituto, y es qué hacemos con la vida diaria. Yo siempre pongo ejemplos muy sencillos y fáciles de entender. Si un niño tira un papel al suelo, mi respuesta como docente también está cargada de política. Si yo no digo nada, estoy actuando de una manera. Si le digo que eso no se puede hacer, estoy actuando de otra manera. O pensemos en un niño que empuja a un compañero y le llama maricón. Las formas en que actuemos siempre van a ser políticas.
Qué pasa. Primero, creemos que la política no tiene por qué se partidista, es decir, nosotros hablamos siempre de política y de que el sistema educativo tiene que defender los derechos humanos, los valores recogidos en la Constitución, la Carta de Derechos del Niño… Creo que tenemos que apostar por una ideología y por unos valores que sean compartidos por toda la sociedad y que no tiene por qué corresponderse con ningún partido político.
Entender la escuela y la educación como un objeto de mercado, ¿es el origen y la base de la que parten todos los bulos?
Muchos de los mitos que hemos analizado tienen que ver precisamente con eso. No es lo mismo que los niños sean usuarios de un servicio público, que estén obligados y que tengan el derecho a la educación, a que los veamos simplemente como clientes. Es una visión totalmente diferente y los resultados esperables de la educación también son diferentes.
Nosotros señalamos en el libro que es muy importante recoger, incluso con gobiernos conservadores, cuáles son los principios y fines asignados al sistema educativo. Y la educación para la convivencia, la cohesión social, la promoción de unos determinados valores siempre ha estado presente en las leyes educativas, aunque se suele asociar más a leyes progresistas.
Siempre se ha asumido que la educación tiene un papel más allá de la mera trasmisión de conocimientos. Y como las escuelas no son autoescuelas, tienen unos principios que no pueden satisfacerse simplemente con una visión mercantilista de la educación.
«Existe cierta investigación en España que prueba que en educación es rentable electoralmente no ponerse de acuerdo»
Pacto educativo entre partidos políticos no, ley de educación sí. ¿Podéis explicar esto mejor?
Este es un caso curioso, porque lo que decimos es que ojalá hubiera un pacto, ojalá hubiera una ley. Pero se pueden hacer muchas cosas sin pacto y sin ley.
Creo que todos estaríamos de acuerdo en que es deseable tener un pacto o una ley educativa acordada por la mayoría de partidos políticos. Lo que pasa es que ha llegado un momento en que se ha convertido en un fetiche. Parece que no podemos avanzar, que no podemos hacer progresos, si no tenemos ese acuerdo o esa ley.
Nosotros lo que hemos hecho es un ejercicio muy sencillo, que es analizar diferentes escenarios. El primero al que llegábamos es que, si conseguimos una ley consensuada, y es una ley mala, no son tampoco grandes ventajas lo que logramos. Tendríamos una ley que perpetuaría los elementos negativos del sistema educativo en el tiempo.
Si conseguimos una ley que sea de mínimos pero que deje mucho abierto a cada partido político, tampoco habríamos logrado grandes avances porque, según el gobierno que hubiera, también modificaría grandes cosas vía Real Decreto.
Que haya una ley consensuada, cuando menos, lo vemos remoto. Creemos que, al intentar un acuerdo de máximos, siempre se va a encontrar un elemento que nos lleva a la disputa. Además, también existe cierta investigación en España que prueba que en educación es rentable electoralmente no ponerse de acuerdo.
Una vez que tenemos ese escenario, lo que asumimos es que, si no vamos a poder hacer una ley de consenso y un gran acuerdo, intentemos conseguir pequeños consensos. Y ponemos de ejemplo todas las demás áreas. Es decir, en España los consensos son muy poquitos: tenemos el Pacto de Toledo con las pensiones, la ley de la Ciencia, la ley de la violencia machista…, pero no tenemos muchos más pactos. Y, sin embargo, el país ha seguido avanzando.
Entonces creemos que es más fácil encontrar acuerdos cuando nos referimos a cuestiones más concretas. Por ejemplo, nos pasa con la ampliación de la escolarización 0-3. Hemos visto que comunidades autónomas de diferente signo político han llevado políticas expansivas sin necesidad de que exista una ley nacional.
«Lo importante no es tanto cómo estamos ahora, sino, sobre todo, cómo hemos evolucionado»
Entonces, por tratar de hacer una especie de resumen, ¿en qué nos tendríamos que fijar o qué aspectos deberíamos considerar para tratar de evaluar con cierto rigor y verosimilitud el estado de la educación en España?
Para hacer esa evaluación, tenemos la suerte de que tenemos un sistema de indicadores muy potente. Cada vez tenemos más información que nos permite tomar el pulso a la educación española.
Lo primero que tenemos que hacer es trazar series históricas. Lo importante no es tanto cómo estamos ahora, que sí lo es, sino, sobre todo, cómo hemos evolucionado. Cuando nos fijamos en comunidades como Canarias, Andalucía o Extremadura, normalmente ellas obtienen unos resultados educativos más pobres que el norte. Sin embargo, si miramos cómo han evolucionado en los últimos 20 años, vemos que se han producido enormes progresos.
Hay que evaluar cada comunidad, cada territorio, teniendo en cuenta cuál es su progresión.
Al mismo tiempo, tenemos comunidades que partían de una situación más favorecida que a lo mejor no han evolucionado tan rápido. Esa sería la primera cuestión.
La segunda es evaluar los indicadores en su contexto. No podemos analizar el abandono educativo temprano de la misma manera en Euskadi, con unas tasas de paro por debajo del 10%, que en otras comunidades autónomas que, a lo mejor, tienen un 25% de paro. Tenemos que evaluarlo en su propio contexto de producción.
Y luego también hay que pensar que la inversión, por ejemplo, en educación es política educativa —pero no solo es política educativa—. En comunidades que tienen una inversión mucho más potente es esperable que haya unos resultados mejores también.
Nosotros, cuando analizamos nuestro sistema educativo y lo comparamos con otros sistemas educativos europeos, hacemos una valoración que es muy desapasionada, muy fría, muy basada en los datos. Y cuando Europa ha fijado una serie de metas que tienen que cumplir todos los países para 2030, nos damos cuenta de que España, básicamente, tiene algunos elementos en los que estamos muy por detrás, como el abandono educativo temprano o la repetición escolar, que son elementos donde tenemos mucho margen de mejora.
Hay otros elementos en los que estamos en la media, por ejemplo, el rendimiento de alumnos en pruebas PISA. Y hay otros en los que estamos muy por encima de la media, por ejemplo, la escolarización 0-3.
Así que creo que tenemos suficientes indicadores para decirnos que los grandes problemas del sistema educativo tienen que ver más con la equidad que con otra cuestión. Y también sabemos que tenemos que tomar el pulso e implementar políticas ambiciosas si queremos dar un cambio sustancial a la educación en España.
«Empezamos a ver que es un sistema que da síntomas de agotamiento y tenemos que pensar nuevas políticas más ambiciosas y más eficaces si queremos seguir progresando»
Y cómo resumiríamos, entonces, cómo está la educación en España. ¿Es tan mala como parece?, ¿es mejor de lo que creemos?
Yo creo que es mejor de lo que pensamos, pero necesita un revulsivo. Creo que son compatibles las dos cosas. No podemos dejarnos llevar al derrotismo.
La evolución que ha tenido la educación española, en términos de competencia, ha mejorado el conocimiento de la población media del país, y ha sido un milagro educativo desde la dictadura hasta hoy. Pero es verdad que de un tiempo a esta parte empezamos a ver que es un sistema que da síntomas de agotamiento y tenemos que pensar nuevas políticas más ambiciosas y más eficaces si queremos seguir progresando como lo hemos hecho hasta ahora.
¿Tenéis claro cuál podría ser alguna de esas políticas?
Algunas sí que están bastante claras, y tienen que ver con atender a los que más lo necesitan. Por ejemplo, aumentar la escolarización 0-3 años, especialmente los grupos más desfavorecidos. Intentar atacar las dificultades antes de que aparezcan. En España ya sabemos que existen elementos que ponen muy fácil que fracases educativamente. Los alumnos que fracasan educativamente tienen un perfil muy concreto, así que podemos poner elementos antes de que aparezca el fracaso.
También sabemos que, por ejemplo, las tutorías en pequeños grupos, las oportunidades educativas fuera del horario académico, mejoran el rendimiento escolar. Sabemos también que las becas y la forma en la que las distribuimos pueden mejorar.
También luchar fuertemente contra la repetición escolar. Hay que pensar que cada vez que un alumno repite en España nos cuesta más de 6.000 euros, y yo siempre hago la misma pregunta, que es si es la mejor manera de invertir ese dinero. Porque el problema que tenemos es que después de repetir no mejoran sustancialmente, por eso creemos que debe haber un plan ambicioso contra la repetición.
Y hay que luchar abiertamente contra la segregación escolar. Tenemos un sistema que cada vez se polariza más, valiéndose, entre otras cosas, de la red concertada, y tenemos muy claro que no hay ninguna ventaja en un sistema segregado. Además de ir contra los derechos humanos, no es bueno ni en términos de cohesión social y de convivencia, ni educativamente. La lucha contra la segregación debería ser también otra de esas políticas importantes.
Y también es verdad que tenemos que ser más flexibles en la asignación de recursos. Aquellas escuelas que atienden una población más vulnerable deberían tener más recursos para ser capaces de dar un apoyo.
Y en último lugar, otra política que sería eficaz es garantizar y cuidar las transiciones. Hoy en día tenemos muchos alumnos que se están encontrando que no tienen plazas de FP. Esos alumnos no están abandonando el sistema educativo, los estamos echando. Si un alumno termina el bachillerato o 4º de la ESO y tiene claro que quiere estudiar una FP, no puede ser que no encuentre plaza para hacerlo. El otro día salía un dato en Cataluña que había alumnos que habían puesto 10 opciones y no les habían admitido en ninguna. Ese alumno no está abandonando, lo estamos echando.
Por eso tenemos que ser más eficaces. España ha hecho un gran esfuerzo y ha mejorado mucho la formación profesional, y parece que esa es una línea en la que tenemos que seguir ahondando.
Creo que hay muchas políticas que tenemos más o menos identificadas, la cosa es que tenemos que ser ambiciosos para llevarlas a cabo.