Hay un lugar escondido en nuestras mentes que descansa por el día. Un compartimento situado en el cerebro que almacena información inconscientemente. Cuando llegan las horas de dormir se abren compuertas que acaban en situaciones y escenarios difícilmente explicables para la mente racional. En este paraje imprevisible llamado sueños es donde Luis Buñuel acudía frecuentemente para encontrar la inspiración para sus películas. Un lugar que se convirtió en un motor de creatividad para el cineasta a lo largo de su carrera.
“Si me dijeran: “te quedan veinte años de vida, ¿qué te gustaría hacer durante las veinticuatro horas de cada uno de los días que vas a vivir?, yo respondería “Dadme dos horas de vida activa y veinte horas de sueños, con la condición de que luego pueda recordarlos”, porque el sueño solo existe por el recuerdo que lo acaricia”, relata el cineasta en el capítulo ‘Sueños y ensueños’ de su autobiografía, Mi último suspiro.
No fue casualidad que Luis Buñuel acabase uniéndose al acotado grupo de intelectuales que se hacían llamar los surrealistas en el París de los años 20. Aquellos que preferían los sueños al mundo real y que encontraban refugio creativo en las secuencias de imágenes desordenadas que se producían en sus mentes mientras dormían.
“Esta locura por los sueños, por el placer de soñar, que nunca he tratado de explicar, es una de las inclinaciones profundas que me han acercado al surrealismo”, rememora en el libro.
El director podaba escenarios que vivía cuando dormía y los introducía en sus obras cinematográficas. Los sueños eran un fiel aliado cuando todo lo demás fallaba:
Un día le dije a un productor mexicano, a quien la broma no hizo mucha gracia: “Si la película es demasiado corta, meteré un sueño”
LOS SUEÑOS ESCRIBEN GUIONES
Sin los sueños, Un chien andalou (Un perro andaluz), la primera película de Buñuel, no existiría como la conocemos hoy:
Dalí me invitó a pasar unos días en su casa y, al llegar a Figueras, yo le conté un sueño que había tenido poco antes en el que una nube desflecada cortaba la luna y una cuchilla de afeitar hendía un ojo. Él, a su vez, me dijo que la noche anterior había visto en sueños una mano llena de hormigas.
A raíz de estas dos experiencias que se habían contado, el pintor catalán propuso crear una película. Pero la influencia de los sueños fue más allá del guion. Condicionó también la forma de trabajar entre los dos creadores:
Escribimos el guion en menos de una semana, siguiendo una regla muy simple, adoptada de común acuerdo: no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir todas las puertas a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué.
EL INCONSCIENTE COMO ALIADO CREATIVO
El cineasta consideraba el huir de los sueños, por muy malos que fueran, una especie de cobardía creativa:
Nadie se interesa por los sueños ajenos, pero ¿cómo contar la propia vida sin hablar de la parte subterránea, imaginativa, irreal?
Se dice que, durante el sueño, el cerebro se protege del mundo exterior, que es mucho menos sensible a los ruidos, a los olores y a la luz. Pero, por el contrario, parece estar bombardeado desde el interior por una tempestad de sueños que afluyen en oleadas. Miles y miles de millones de imágenes surgen, pues, cada noche, para disiparse casi enseguida, envolviendo la Tierra en un manto de sueños perdidos. Todo, absolutamente todo, es imaginado una u otra noche por uno u otro cerebro, y olvidado.
EL ENCUENTRO DE BUÑUEL CON GALA DALÍ
La mujer de Dalí nunca fue objeto de devoción de Buñuel y en sus memorias lo deja bien claro:
“Es una mujer a la que siempre he procurado evitar, no tengo por qué ocultarlo”
La primera vez que la conoció fue en Cadaqués en 1929. En ese entonces, la que más adelante sería la compañera y esposa inseparable de Dalí, estaba casada con otro hombre, Paul Éluard.
El pintor no paraba de expresar su más profunda admiración por ella. Buñuel, en cambio, la detestó desde el momento en el que entró en contacto con ella en gran parte por cómo afectó en su relación con su amigo:
De la noche a la mañana, Dalí ya no era el mismo. Toda concordancia de ideas desapareció entre nosotros, hasta el extremo de que yo renuncié a trabajar con él en el guion de La edad de oro. No hablaba más que de Gala, repitiendo todo lo que decía ella. Una transformación total.
Tras una jornada de tensión entre los dos, la cosa llegó a mayores. Después de una tarde de copas, Buñuel se enzarzó con Gala tras recibir insultos de ella:
No recuerdo exactamente por qué. Yo me levanté bruscamente, la tiré al suelo y la agarré por el cuello.
Tras las súplicas de Dalí, Buñuel la soltó y no se volvieron a ver hasta muchas décadas después. Pero el encuentro no fue uno cualquiera. Gala reapareció en la profundidad de la noche:
Todo esto es para confesar que una noche, en México, cincuenta años después, a los ochenta, soñé con Gala. La vi de espaldas, en el palco de un teatro. La llamé en voz baja, ella se levantó, se volvió hacia mí y me besó amorosamente en los labios. Aún recuerdo su perfume y la suavidad de su piel.
LA ENSOÑACIÓN ES CASI TAN IMPORTANTE COMO LOS SUEÑOS
El sueño común no era la única modalidad de abstracción que disfrutaba el director de cine. Soñar despierto era también una forma de dejar que la mente fuese libre de divagar.
En la ensoñación diurna, por el contrario, que he practicado durante toda mi vida con deleite, la aventura erótica, larga y minuciosamente preparada ha podido o no alcanzar su objetivo, según los casos. Por ejemplo, de muy joven soñaba despierto con la guapa reina Victoria de España. (…) A los catorce años, incluso imaginé un pequeño guion en el que se hallaba ya el origen de Viridiana.
La ensoñación es casi tan importante como los sueños, y tan imprevisible y poderosa. Durante toda mi vida, con gran regodeo, como sin duda les habrá ocurrido a muchas otras personas, he imaginado que era invisible e impalpable.
Buñuel disfrutaba poniéndose en el lugar de un dictador que tuviese el poder sobre todo el mundo. Urdía planes maestros con un grupo de biólogos para controlar la explosión demográfica de México, país donde vivió los últimos años de su vida. Incluso logró crear un plan en su cabeza para acabar con el petróleo «haciendo explotar setenta y cinco bombas atómicas subterráneas en los yacimientos más importantes. Un mundo sin petróleo me ha parecido una especie de paraíso posible en el marco de mi utopía medieval. Pero me parece que las setenta y cinco explosiones atómicas plantean ciertos problemas de orden práctico, por lo que habrá que esperar. Quizá volvamos sobre ellos».
En otras ocasiones le sirvió para gastar bromas imaginarias a sus amigos. El cineasta cuenta que un día se encontraba con su amigo Luis Alcoriza cenando en un restaurante en la localidad de San José de Purúa y sucedió lo siguiente:
-Una mujer guapísima y sola se sienta en una mesa cercana. Inmediatamente, y como es natural, la mirada de Luis se dirige hacia ella.
-Yo le digo: Luis, ya sabes que hemos venido aquí a trabajar y que no me gusta que pierdas el tiempo mirando a las mujeres.
-Sí ya lo sé -contesta él-. Perdona.
Los dos continúan la cena pero los ojos de su compañero siguen guiándose hacia la atractiva mujer. Buñuel, furioso, se marcha del restaurante y se dirige a su habitación de hotel:
Alocriza se calma, termina el postre y se sienta con su hermosa vecina. Se presentan, toman café y charlan un rato. Después, Alcoriza acompaña a su conquista a su habitación, la desnuda amorosamente y descubre, tatuadas en su vientre estas cuatro palabras: “Cortesía de Luis Buñuel”. La mujer es una elegante puta de México a la que yo he traído a San José, pagando su peso en oro, y que ha seguido fielmente mis instrucciones. Por supuesto, son bromas soñadas, nada más.
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Información recopilada del capítulo ‘Sueños y Suspiros’ del libro Mi último suspiro, de Luis Buñuel.
El Museo Thyssen tiene programada una exposición sobre los sueños y el surrealismo hasta el 14 de enero de 2014.