Categorías
Ideas

Una casa diseñada para reflexionar sobre la opulencia de la burbuja inmobiliaria

El bum inmobiliario parasitó las costas españolas, abarrotó de hormigón las afueras de las grandes ciudades, acabó con la sensación de lejanía. Lo urbano no tenía fin, parecía que los campos pelados o florecidos iban contra el progreso, que la naturaleza estaba obsoleta.

Sobre aquella época se realizaron análisis críticos, financieros, políticos, legales, pero quedan todavía muchas lecturas que el paso del tiempo irá afinando y poniendo en perspectiva. El arquitecto catalán Lluís Alexandre Casanovas aporta otro punto de vista: «La estética, los modos de vivienda y los imaginarios que produjo el bum se han explorado menos o se han despreciado por completo», valora.

Casanovas vive en Harlem (Nueva York) y fue uno de los encargados de comisariar la Trienal de Arquitectura de Oslo 2016. Su interés por diseccionar las cosmovisiones de la burbuja nació por proximidad familiar.

Sus padres poseen una casa en Cardedeu, una pequeña localidad próxima a Barcelona. Es una construcción a las afueras del municipio que refleja el sueño de modus vivendi que extendió la eclosión urbanística.

«La idea de tener una casa de verano y otra de invierno correspondía a la clase alta, pero en aquella época en España se hizo posible para más gente. Esto se traducía en un estilo arquitectónico: el aspecto de castillo medieval, las forjas, las columnas dóricas; eran casas grandilocuentes», analiza. Desde su visión exterior, se articula el lenguaje de la opulencia: a las afueras del pueblo, de pronto, se levantan cinco viviendas con torreón.

Interior previo a la reforma/ Foto: Adrià Cañameras.
Foto: Adrià Cañameras

La arquitectura de una época es descripción y ambición. Realidad y ficción. Las posibilidades materiales y económicas, lo físico, contra el afán de ser, de simbolizar. Esa relación entre lo que se posee y lo que se desea poseer disonó como nunca antes a partir de los 90, y es rastreable en los planteamientos arquitectónicos.

Igual que el crédito simuló una riqueza que el tiempo se encargó de desmentir, en la construcción, los materiales confirman la verdad que las formas tratan de disimular. Columnas dóricas pero de hormigón. Suelos que imitaban al mármol pero no eran de mármol. «La cuestión era cómo se podía reproducir en masa una serie de tecnologías de la construcción que se entendían como un producto exclusivo y que, de pronto, mucha gente empezó a demandar».

El proyecto, bautizado como Real Estate Boom House, surgió cuando los propietarios del inmueble plantearon una reforma. Casanovas aprovechó la circunstancia para revaluar de un modo crítico las morfologías de una época.

El gotelé era uno de esos elementos: «Era una forma de hacer virtud del defecto. Aplicando esta gota, si la pared estaba mal, no se notaba. Pero se convirtió en una cosa de lujo, en una cuestión de estilo».

Foto: José Hevia
Foto: José Hevia

Con el fin de focalizar la relevancia de esta técnica de pintura, Casanovas rascó la pared, pero creó unas cortinas de látex en las que se plasmaba el relieve de la gota: en vez de borrar el rastro de ese continente de significado en forma de salpicaduras de pintura, permitió que aparecieran y desaparecieran al correr o descorrer la cortina.

Casanovas quiso también subvertir la idea de naturaleza en lata que proponían los jardines suburbanos: «Esas naturalezas no tenían nada de natural, entonces decidimos hacer un jardín en la escalera y mecanizarlo, ponerle sensores con una pantalla que indican cuándo hay que regar las plantas y monitorizan la calidad del aire». Además, unos ventiladores se encargan de regularla.

Cuenta el arquitecto que alrededor de la casa hay terrenos sin construir. Escaseó el dinero y se instaló una granja. Por esa extensión hoy merodean las vacas. Pero la tierra ya está parcelada y lista para vender. La naturaleza es transitoria, depende de que la burbuja vuelva a inflarse o permanezca desinflada.

Foto: José Hevia
Foto: José Hevia

Bolillos antibalas

La propietaria de la casa de Cardedeu, su madre, hace bolillos. En medio de la arquitectura grandilocuente y pretenciosa, había una verdad, piezas de manufactura manual, una confirmación de origen: encajes de bolillos. Casanovas encontró en estos tejidos una carga simbólica que hablaba de historia social, política y de la mujer.

«Hay muchos discursos de género metidos en los bolillos. La Sección Femenina de la Falange hacía cursos de bolillos alucinantes: no era algo inocuo». La fabricación de bolillos era parte de esas tareas que confinaban a la mujer al espacio doméstico, pero a la vez sirvió como vehículo de socialización: «Salían del ámbito doméstico, iban a asociaciones de bolillos».

Igual que hoy se lucha por visibilizar los cuidados, Casanovas quería destacar que la parte de la estética doméstica que corresponde a la mujer encierra una gran complejidad: «El bolillo son matemáticas, es una técnica supersofisticada».

Foto: Pol Rebaque

Experimentó. Decidió mantener los encajes, pero producirlos con otro material. Optó por Dyneema, la fibra con la que se confeccionan chalecos y trajes antibalas. Es decir, tomó una manufactura ornamental atravesada de roles femeninos y la reconstruyó con materiales empleados en un mundo de valores masculinos (virilidad, fuerza, conflicto) como el militar.

En 2018, una nueva burbuja asoma la patita y amenaza con asfixiar todavía más a las economías precarias y con volver a devorar el suelo. Para Casanovas, hay que seguir aprendiendo del pasado: «Cuando irrumpió la crisis, hubo un momento de reflexión interesante que ahora se está difuminando. Se había criticado la complicidad de la arquitectura con la economía de la burbuja. Había pueblos de 200 habitantes con auditorios de grandes arquitectos… Hoy, tenemos que mantener la pulsión de la que surgió la crítica».

Por Esteban Ordóñez Chillarón

Periodista en 'Yorokobu', 'CTXT', 'Ling' y 'Altaïr', entre otros. Caricaturista literario, cronista judicial. Le gustaría escribir como la sien derecha de Ignacio Aldecoa.

Salir de la versión móvil