La ciudad nos habla. Lo hace a través de las paredes, los cuadros eléctricos ubicados en las fachadas y postes de la luz, en los contenedores de basura, en las persianas de los comercios… Normalmente, metidos en nuestra prisa, no sabemos escucharla, y no nos detenemos a leer lo escrito sobre esas superficies, pero Isabel Aparici descubrió un día que, si prestaba atención, las urbes no dejan de interpelarnos.
En su proyecto Caligrafías urbanas, esta periodista y antropóloga catalana que actualmente trabaja como coordinadora de exposiciones en el Museo del Diseño de Barcelona recoge en fotografías hechas con su móvil las frases que la ciudadanía plasma en paredes y mobiliario urbano de Barcelona. Ella no se fija en la calidad estética de esas pintadas, sino en lo que cuentan, en lo que expresan, en lo que dicen de la urbe en la que se ubican.
«Un día encontré una pintada muy bonita que desencadenó el proyecto —explica sobre el origen de Caligrafías urbanas—. La encontré en Salamanca, en el Parque de los Jesuitas, que decía: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. Pablo Neruda”. Además, la caligrafía era preciosa, delante tenía un banco de hierro estupendo, en aquel parque, en invierno, con aquella luz… Hice una foto con el móvil cutrísima. Fue la primera foto, con una calidad cero, pero para 2006 estaba estupenda, jajaja. Y comencé a pensar: en Barcelona, en mi entorno, ¿también las paredes me pueden decir algo? Y a la que despiertas el ojo, empiezas a encontrar».
Porque antes de ser un perfil de Instagram, Caligrafías urbanas fue una página de Facebook primero y luego un blog. En realidad, lo que Aparici reproducía en esas fotografías respondía a lo que su padre, siendo niña, le enseñó a hacer en sus paseos por su barrio, el de Sant Antoni, uno de los más céntricos de la capital catalana.
«Me gusta la ciudad. Vivo en el centro de Barcelona desde que soy pequeña. Y mi padre me hacía fijarme en las cosas que pasaban: por qué las calles se llamaban de una manera; que en ese parque hubo antes una fábrica o que en ese sitio del barrio había pasado algo… Le gustaba mucho la historia y esa historia tan cercana. Y a partir de ese hecho, de que alguien te va señalando para que te fijes en esas cosas, quise estudiar Antropología, que estudia por qué actuamos como actuamos, de dónde sale la cultura… Y esto me hizo todavía más amante de ver lo que hay en tu entorno normal».
¿Mi barrio es un objeto de estudio?, se preguntó. Y la respuesta fue positiva. «En mi caso, tenía compañeros que querían estudiar culturas muy alejadas, pero yo prefería estudiar culturas más cercanas».
No todo lo plasmado en una pared, valla o contenedor le vale. Solo recoge aquellas pintadas o expresiones de arte urbano que tengan a la palabra como protagonista, dejando de lado tags, grafitis gráficos y pintadas con insultos, groseras o hechas sobre lugares patrimoniales. Y frente a lo que muchos pueden considerar como un acto incívico, ya que se está manchando un espacio común, ella lo ve como un acto de rebeldía y de denuncia por parte de quienes habitan esos espacios.
«Frente a esta ciudad aséptica, limpia, organizada, desconflictivizada, las pintadas te recuerdan que la vida en comunidad es conflicto —afirma—. Siempre. Aquí, en la comunidad grande, en la pequeña y en el pueblo de cuatro habitantes que van al bar. Y que cada uno busca unas formas de expresión diferentes. Buena parte de los conflictos de la sociedad urbanita salen en esas paredes».
Unas veces, quizá las más, son una denuncia: las drogas que asolan ciertos barrios, la turistificación —«Eso lo encuentras en todos los barrios que están muy afectados. Yo vivo en Sant Antoni, que es un centro Airbnb, y hay muchas pintadas en contra, se nota que el barrio está afectado por eso. Y es una manera de decirle al turista, a la persona que pasa por la calle, “hola, aquí está pasando algo”», explica—; la violencia contra las mujeres, la vivienda, los Airbnb…
«El feminismo ha ganado mucho terreno. Mucho. Ha pasado de ser el 8M y alrededores, donde se encontraban pintadas, a que te las encuentras sistemáticamente. Y cuando ha habido algún feminicidio, alguna ley en contra del aborto o que ha puesto en cuestión algunos derechos, vuelven a florecer muchas pintadas feministas». También la política ocupa buena parte del espacio público. En Barcelona concretamente, el Procés dio lugar a un enorme número de pintadas en uno y otro sentido, recuerda Isabel Aparici.
Pero también hay puras expresiones literarias y poéticas, quizá las que más le gustan. «La noche que murió Saramago, yo encontré un “Viva Saramago” en una persiana al lado del mercado de San Antonio, que es un mercado dominical de libros de segunda mano. Y un “Bolaño vive”, “Marsé vive”, algunos versos, como ese de Neruda…». O frases que remiten a la vida cotidiana del tipo «Merche, te he estado esperando pero no has venido», y «cosas totalmente random como “Fran Perea el que lo lea”, jajajaja. El surrealismo también va por las paredes», observa.
«Es un poco de todo, pero realmente sí que es una cosa muy social, muy política, muy económica cuando la crisis te acecha, porque, en realidad, son un altavoz de la gente. Es una encuesta del CIS a plena calle, yo lo leo así».
Todas esas pintadas Aparici las recoge mientras pasea por Barcelona, pero no planea sus rutas. «Normalmente es aleatorio, la gente que viene conmigo lo sufre, jajaja. Yo voy con el radar ya puesto y según voy hablando con ellos, voy haciendo fotos», da igual si es de noche o de día. Si no lo hace así, explica, será difícil que vuelva expresamente a ese lugar a capturar la imagen. Además, al tratarse de arte efímero, donde unas pintadas dialogan con otras e incluso se escriben unas sobre otras, hay un riesgo muy alto de que esa pintada se borre o desaparezca. Solo en épocas de sequía, cuando no aparecen mensajes nuevos en los lugares que frecuenta, sí acude a ciertas calles donde sabe a ciencia cierta que encontrará material nuevo para su Instagram.
Cada barrio tiene sus propios conflictos y, por tanto, los temas que aparecen en paredes, contenedores y otras superficies son también diferentes. En Barceloneta, por ejemplo, la gran obsesión es la turistificación. En Raval, sin embargo, hay de todo un poco. «Es el barrio más bohemio, entonces allí puedes tener una amalgama muy diferente. En según qué calles puedes tener el no a la droga. Hubo una buenísima: “La única heroína que debería haber en el Raval es mi madre”. Pero tres calles más allá, al lado del MACBA, donde el ambiente es diferente, con un tipo de gente más artística, son pintadas rayando el street art».
También depende de cuánta superficie apta para ser pintada haya en cada barrio. «Eixemple, por ejemplo, no tiene mucha superficie para hacer pintadas, así que vas a encontrarte con cosas pequeñas en un cuadro eléctrico. En cambio, Poblenou ha tenido muchos solares en construcción mucho tiempo y aquello es el paraíso de la cosa más grande, más organizada. Ángel González hablaba de los espacios propicios para el amor y yo hablo de los espacios propicios para las pintadas. Y según sea ese espacio, te saldrá una cosa u otra».
Lo que está claro es que todas estas pintadas, stickers y frases son un termómetro social. Los temas van variando según las épocas y los años, algo que ella ha podido comprobar a lo largo de los 18 que lleva con el proyecto. Una mirada atrás a las más de 2000 fotografías que tenía recogidas en aquel primer blog y las más de 1000 que ha subido ya al Instagram de Caligrafías urbanas permite ver cómo hemos evolucionado en todo este tiempo, qué nos ha interesado y cómo hemos cambiado. La línea del tiempo está ahí, como también está la vida y la identidad de una ciudad. Solo hay que saber —y querer— pararse a mirar y leerlo.
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