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Los canutos que te fumaste podrían convertir a tu hijo en futuro porrero

Empiezas fumándote un canuto en el recreo del instituto por ver lo que se siente. Luego acabas consumiendo porros cada tarde con los colegas. Piensas que la marihuana es una planta natural y que fumarla no puede ser tan nocivo como el tabaco, que a saber qué rayos lleva. Y, cuando te quieres dar cuenta, estás enganchado a ella y te ves incapaz de dejar el vicio.

No es un descubrimiento. El cannabis es la droga ilegal más consumida por chavales y jóvenes en todo el mundo (y también por embarazadas) y, además, es una de las más adictivas. Y aunque se ha creado una gran corriente a favor de su uso medicinal, no es del todo inofensiva. «No hay nada inocuo en este mundo», explica a nuestra revista el psicólogo y especialista en psicofarmacología y drogas de abuso, Ricardo Rodríguez.

«Antiguamente, los griegos denominaban a los fármacos pharmakon, que era una combinación de fármaco y veneno. Toda sustancia derivada de la planta más natural no es por ello más inocua y no está exenta de riesgos para la persona que lo consume», menciona. «Lo importante es que los padres sepan y estén informados para que siempre puedan tomar la mejor decisión con algo que implica tanta responsabilidad como es traer descendencia al mundo».

Cierto que la Cannabis sativa no es la droga más peligrosa. Incluso está demostrado que posee una probada eficacia en el tratamiento de enfermedades inmunes. Pero varios estudios recientes sugieren que fumar cannabis podría dañar a los niños concebidos incluso años después de que los padres dejen de consumirlo.

Las investigaciones revelan cómo el uso de marihuana puede desencadenar cambios genéticos permanentes que hacen que la próxima generación sea más propensa a abusar de las drogas.

Los científicos dicen que hay una creciente evidencia de que la indulgencia que se suele dar a ciertas actitudes propias de la adolescencia deja una huella genética duradera, que se transmite a los niños a través de ADN alterado en el esperma y el óvulo.

A fin de cuentas, nuestros genes pueden alterarse sutilmente por lo que experimentamos en la vida, como los alimentos que comemos o las tensiones que absorbemos. Estos cambios epigenéticos pueden afectar a nuestra salud y a cómo nos comportamos. Y también pueden ser transmitidos a nuestros hijos.

La doctora Henrietta Szutorisz, de la Escuela de Medicina de Icahn en Nueva York, y su equipo probaron esta teoría recientemente. Para ello, alimentaron a un grupo de ratas adolescentes con agua que contenía tetrahidrocarbocannabinol (THC), el compuesto psicoactivo presente en el cannabis. Luego se les quitó la sustancia a los roedores y se les alentó a que se apareasen.

Además, se dejó que sus descendientes crecieran sin exposición al principal cannabinoide presente en la polémica planta. Sin embargo, se descubrió que cuando esos animales eran adultos, ansiaban una solución que contuviera heroína más que la descendencia de ratas limpias.

Szutorisz asegura en un artículo para la revista Neuroscience and Biobehavioural Reviews que, aunque el concepto puede ser «todavía provocativo» y muchos puedan verlo con cierto escepticismo, los datos «acumulados hasta la fecha documentan que la exposición temprana [al cannabis] durante la vida deja una marca de memoria epigenética a largo plazo, que establece un legado incluso a las generaciones futuras».

Sin embargo, algunos aseguran que aún es pronto para afirmar que esto sea una realidad absoluta.

«El hallazgo es importante, pero no puede trasladarse directamente a humanos, porque las alteraciones epigenéticas podrían ser diferentes entre especies», nos comenta Javier Meana, Catedrático de Farmacología de la Universidad del País Vasco, que aun así asegura que «el estudio es bueno y sugiere posibles mecanismos que pueden contribuir a explicar la diferente susceptibilidad o vulnerabilidad a las conductas de uso compulsivo entre individuos».

Y el anterior experimento no es un ejemplo aislado. También hay investigadores del King’s College de Londres que han observado que fumar cigarrillos durante el embarazo desencadena cambios genéticos en el feto, lo que los hace más propensos a fumar y usar cannabis en la adolescencia.

Rodríguez señala que esta relación entre consumo de cannabis y mutaciones genéticas no es nueva del todo y que existen numerosas investigaciones científicas publicadas en los últimos años que hablan de esa circunstancia.

«Históricamente, se solía asociar la relación entre el feto y la madre solo en lo que correspondiera a la vía perinatal (cordón umbilical), por ejemplo en el alcoholismo o el consumo de alcohol de la madre, con un mayor riesgo de síndrome de alcoholismo fetal y una mala migración neural en los primeros meses de vida del niño», explica a Yorokobu.

Por lo tanto, cuando hablamos de epigenética, no lo hacemos de un concepto nuevo. Rodríguez comenta que hace un tiempo se encontró en genética que una serie de elementos (denominados ADN no codificante) –que se consideraba ADN basura, porque no se les conocía una función clave–, son más importantes de lo que parece.

Y que la presencia de este ADN (en cada persona u organismo) puede hacer que, dependiendo del ambiente (como estresores, factores de riesgo, alimentación o consumo de tóxicos) se activen una variedad de genes que podían estar dormidos y nunca llegarían a expresarse en el individuo si no existiera la causalidad del ambiente.

«Por ejemplo, estudios de pediatría han relacionado la muerte súbita infantil (MSI) con consumo de cannabis por parte del padre antes de nacer», relata Rodríguez, que actualmente trabaja en UniADIC (Unidad de Intervención en Adicciones).

Uno de estos estudios fue realizado por investigadores de la Universidad de California en San Diego (EEUU), que examinaron el historial de más de doscientos menores de un año que fallecieron de MSI entre 1989 y 1992, y el de otros tantos niños sanos nacidos en la misma época. Luego, relacionaron estos datos con el consumo de drogas como la marihuana por parte de los progenitores durante la concepción, embarazo y tras el nacimiento del niño.

«Si generamos una adicción, podemos incorporar esa predisposición a nuestra carga genética y trasladarla como posibilidad potencial a nuestros hijos», nos señala Isidro Sanjosé, director terapéutico del Centro de Asistencia Terapéutica  CAT-Barcelona. «En todo caso, también es importante saber que este tipo de tendencias no son por sí solas determinantes, sino que hacen falta aspectos ambientales para que se desarrollen».

¿Quiere decir esto que todos aquellos que tengan intención de procrear deberían dejar los canutos? Igual depende de si los fumas por placer o porque eres un yonki. Y, ojo, que el límite entre uso y abuso (o dependencia) depende mucho de factores personales y no solamente de la cantidad consumida.

«Un ejemplo muy claro es cuando una persona ya no consume por “placer o sentirse bien”, sino que cuando deja de consumir, se siente mal y entonces consume para evitar esto último. Allí estaríamos hablando del lado oscuro de la adicción», concluye Rodríguez sobre una droga que, por cierto, podría cambiar su estatus legal próximamente, pasando de ser una droga perseguida a una legal, como el alcohol y el tabaco –de hecho, muchos países han aprobado ya su uso terapéutico–.

Quizás no se trate de demonizar el uso de los porros, sino de educar en la responsabilidad y el consumo sensato de la marihuana. A fin de cuentas, los defensores de su legalización conocen los problemas que genera la adicción –numerosos estudios lo relacionan con una mayor frecuencia o riesgo de desarrollar psicosis o alteraciones neurocognitivas–.

Pero ellos apuestan por una política de minimización de daños. Aseguran que es mejor ayudar a los enfermos por adicción a esta droga que tener que hacer frente además a la criminalidad asociada al tráfico ilegal.

«La marihuana es una sustancia con un potencial perjudicial muy alto para nuestra salud física y psicológica. Este potencial negativo cada vez está más demostrado científicamente y la visión de droga blanda está siendo cada vez más cuestionada desde la comunidad médica y científica», explica Sanjosé, que recuerda a nuestra revista que cada vez se conocen y documentan más casos de psicosis tóxica derivada del consumo de esa droga –«seguramente influye el hecho de la manipulación genética de las semillas que va produciendo sustancias cada vez más potentes en sus efectos psicotrópicos»–.

En cualquier caso, Rodríguez asegura que la principal preocupación sobre todo este asunto está en los jóvenes. De hecho, un estudio sobre comportamiento adolescente de la Organización Mundial de la Salud llamado Health Behaviour in School-aged Children sitúa a los adolescentes españoles entre los más porreros del mundo.

Es un hecho probado que el aprendizaje, la memoria y la atención se deterioran después del uso inmediato de los porros. «Esos jóvenes que están en edad de formarse, estudiar y tener las mismas oportunidades que sus pares, en un mundo tan competitivo no son conscientes de que, al consumir, esto afecta a su concentración, atención y motivación, y que así pierden o retrasan la posibilidad de cumplir sus expectativas vitales en el ciclo que les corresponde, condicionando su futuro».

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