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Caperucita Roja y el SEO feroz

Había una vez…

Caperucita Roja y el SEO feroz

Había una vez una joven bloguera que fue contratada por un fábrica de tapones de corcho para administrar el blog corporativo.
La joven, que se hacía llamar Caperucita Roja, tenía un montón de ideas para hacer atractiva la página.
«Todo el mundo conoce el bar de Moe», pensó.
Y consideró que sería divertido escribir un post con el título de Cuando en el Bar de Moe se descorcha champán. Hablaría de cómo Moe abre botellas de champán en las grandes ocasiones —que no son muchas—: «El corcho como pequeña metáfora de los momentos importantes».
Caperucita Roja y el SEO feroz (ilustración original por Walter Crane).Sin darle más vuelta escribió el título en un archivo de texto, pulsó la tecla espaciadora y una notificación apareció en el centro de la pantalla:  una llamada de Skype.
«¿Quién será SEO feroz?», pensó. «No te asustes, Caperucita, soy un amigo», escribió SEO feroz.
«Ah, recuerdo, me han hablado de ti…», escribió Caperucita.
«Quiero ayudarte, Caperucita, para que no hagas una tontería».
SEO feroz contó a la joven que mezclar los tapones de corcho con el Bar de Moe era una mala idea: «¿Quién buscará un artículo con ese título?».
Caperucita pensó que quizá SEO feroz tenía razón y siguió sus consejos: escribió un artículo titulado Tapones de corcho en el que no se hablaba de Moe ni los Simpsons ni contaba nada divertido. Solo hablaba de tapones de corcho.
Caperucita Roja publicó el artículo y este se perdió en el bosque de Google, alrededor de la página 23, donde se quedó por siempre jamás.
 

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Ricitos de oro y los tres blogueritos

En un país no muy lejano, una joven llamada Ricitos adoptó un gato. Nunca antes tuvo uno y buscó información sobre cómo cuidarlo. Abrió los blogs de la primera página de Google… En el primer blog, Ricitos leyó:

¿Has adoptado un gato? Es importante que sepas que los gatos comen comida especial que puedes encontrar en cualquier supermercado. No hay que bañarlos porque se lavan solos. Tienes que comprarle un cacharro y llenarlo de arena para que hagan sus caquitas. La arena puedes comprarla donde compras la comida. ¡Suerte!

«¿Ya está? Vaya, esto lo sabía», dijo Ricitos decepcionada. Abrió otro blog y leyó:

Miras al gato por primera vez y te colocas en posición de rememorar las veces en las que alzaste la voz con aplomo: «No quiero perros ni gatos; no quiero responsabilidades añadidas más allá de las que conlleva ser persona». Y así lo creíste por largo tiempo hasta que sin esperarlo —como sucede con los grandes acontecimientos personales—, quedaste cautivo por unos ojos vidriosos y enjaulados de pantera miniaturizada con una leyenda simple, con basta tipografía, sobre la frente: ADÓPTAME. Titubeaste antes de marcar el teléfono y reclamar para ti al que querías como nuevo amigo (…)

«Uff, qué pesado», dijo Ricitos. Abrió otro blog y encontró una docena de artículos sobre el cuidado de gatos, escritos con sencillez, cada uno sobre un asunto concreto (la alimentación, el sueño, el significado de los movimientos de la cola…) «Me quedo con este», dijo Ricitos. Y leyó todo del blog.
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Ilustraciones originales de Walter Crane (1845–1915), con licencia CC.
También puedes leer:  El cuento de la bloguera lechera

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