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Carteles promocionales de cine: así es como las fotos atrapan a los espectadores

Eliges en la taquilla, te sientas en la butaca de la sala; o detienes el scroll en una novedad y pinchas sobre ella. Empieza a correr la cinta en la pantalla y te vas sumergiendo en el argumento. Es la primera vez que ves la película, pero probablemente no te resulta tan ajena: preexiste una familiaridad visual, una cercanía, y también, una expectativa.

Antes de que la obra evolucione ante ti, ya has recibido estímulos sobre ella: anuncios en televisión; carteles promocionales en el metro o autobús; banners, retuits con fotos de escenas; anticipos de primeros planos de los actores en acción, caracterizados, congelados en pleno ser otro pero sin dejar de ser la estrella, el nombre, el reclamo…

Detrás de este ejercicio de aclimatación y seducción del público, hay una figura que suele pasar desapercibida: el fotógrafo de cine, el profesional encargado de captar las imágenes que se emplearán como promoción.

Los carteles promocionales en la era de Netflix

Jorge Alvariño es uno de ellos. Entre sus trabajos más recientes figuran imágenes y carteles promocionales de Quién te cantará, Perfectos desconocidos, Paquita Salas, Fe de etarras, Intunders, El embarcadero o Mi gran noche.

 

El fotógrafo de pósteres debe saber iluminar, dirigir a los modelos: «Hay que pensar la manera en que vas a desarrollar el boceto que propone la productora. Hay margen para la creatividad, pero tienes que haber leído el guion y conocer la manera en que quieren vender la película».

Normalmente, la productora contrata a un estudio de diseño para idear los conceptos de los carteles promocionales. Una vez decididos, buscan al fotógrafo idóneo para el enfoque estético elegido. «Pocas veces he podido desarrollar yo el boceto. Pero sí me ha ocurrido que he propuesto una foto y ha acabado entrando en campaña».

Le sucedió con Agnosia. El cartel de la cinta nació, confiesa, de «hacer el idiota». «Estábamos bromeando con que había una estética muy de rock de los 2000, tipo Evanescense, y mientras montaban el set, le dije a Bárbara [Goneaga] que posara sentada en la cama. Tomé la foto y se la enseñé como si fuera un chiste. Nunca pensé iba a ser usada como póster. A veces, pasan cosas mágicas», recuerda.

Con la llegada de las plataformas de contenidos audiovisuales, el trabajo de los fotógrafos se ha revalorizado en la industria: «Hago posados de los personajes, desarrollo cuatro o cinco conceptos y de ahí puedes crear muchísimo material promocional. Durante el rodaje, cojo a los actores, los retrato, o hago fotos del decorado y de los fondos vacíos para que luego se puedan hacer fotomontajes para la presentación online. Ya no son fotos solo para un póster, eso era en la era anterior a las plataformas», asegura.

Alvariño compagina a veces su labor de fotografía publicitaria con la fotografía de rodaje, lo que se conoce como foto fija. Ahora, la ejerce de manera selectiva en proyectos especiales, pero es un rol que conoce bien y en el desarrolló sus primeros años de carrera. En América, es uno de los puestos más valorados; en España, al foto fija se le considera un intruso, un estorbo.

El fotógrafo de rodaje y la invisibilidad

El fotógrafo recuerda ahora su día a día como foto fija: «Es un entorno muy complicado en el que, además, tienes que tener el ego muy bien colocado porque eres el último mono. Puedes tener tu sitio en el set para fotografiar la escena con un encuadre perfecto, y, de pronto, llega el microfonista y te dice que necesita ese espacio, y te tienes que apartar, la foto de rodaje es siempre lo ultimo».

Alvariño estuvo estorbando durante años. En su casa guarda discos duros de películas de 2002. Podía captar unas 800 fotos en cada día de rodaje, de las que finalmente solo se usan unas pocas. El resto de material no se puede utilizar sin permiso de las productoras. Su casa es un gulag de momentos perdidos de películas y celebridades.

La función de esta figura es la de un fotorreportero que cubre la guerra que se libra entre el «acción» y el «corten», una guerra que abrasa la paciencia: «El equipo dedica muchísimo tiempo en preparar cada plano y, al final, de doce horas de jornada, solo trabajas cinco minutos cada hora», cuenta Alvariño.

La mayor virtud es pasar desapercibido: «La clave es que, al final del día, cuando vuelves a casa en la furgoneta o te tomas algo, te pregunten: «Pero, ¿has venido hoy?». Hay muchos días en los rodajes en los que no hablo con nadie. Para mí, es mejor generar la sensación de que nadie puede hablar conmigo: así me ignoran y yo puedo ser un ninja».

Del sigilo depende el resultado: «Las buenas fotos tienen que hacerse mientras se rueda, ahí es cuando los actores tienen la expresión de verdad. A veces, se funciona de otro modo, termina la toma y dicen «vamos a hacer una para el fotógrafo», entonces los actores repiten a propósito y queda muy fake, no es de verdad», explica.

Alvariño, por conversación de Skype, muestra lo que llama «blimp de Marc Jacobson», una especie de camarón feo, basto, con correas de cuero; parece un aparato de los que usaban en la Segunda Guerra Mundial para retratar tanques y trincheras. Es una caja con un tubo de PVC a modo de objetivo, es un caparazón para la cámara con solo dos botones: enfocar, disparar. Todo el armatoste sirve para una sola cosa: insonorizar la cámara, poder trabajar sobre escenas vivas sin estropear la toma.

Desarrollando el trabajo con meticulosidad y buen ojo es como, a veces, una foto de trastienda puede convertirse en un reclamo publicitario de primer orden.

Las nuevas formas de consumo están haciendo tomar conciencia de la trascendencia de la fotografía que se realiza tras bambalinas, tanto de la fija como de la realizada para campañas de marketing.

Desde el momento del lanzamiento, las imágenes de escenas y los pósteres son el mascarón de proa del trabajo de cientos de personas. No obstante, hoy hay cientos de mascarones atracados en la cartelera del cine y en las interfaces de Netflix, Movistar, HBO… Quizás nunca antes el cine dependió tanto de la seducción indiscriminada.

Por Esteban Ordóñez Chillarón

Periodista en 'Yorokobu', 'CTXT', 'Ling' y 'Altaïr', entre otros. Caricaturista literario, cronista judicial. Le gustaría escribir como la sien derecha de Ignacio Aldecoa.

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