El sumiller elige el vino y lo da a probar. Es un vino especial, indica, pero no especifica el porqué. Quizás se pueda averiguar con los primeros sorbos… O no. Es cuestión de probar. La conversación se inicia de forma espontánea. La idea es que esa naturalidad no se resienta por la moderación del enólogo y la filósofa. Porque se trata de una cata de vino pero su apellido, socrática, hace que en ella el diálogo tengan tanto peso como los caldos en cuestión.
Desde el laboratorio filosófico Equánima, Mari Ángeles Quesada llevaba tiempo tratando de llevar a otro plano las charlas socráticas que emplea como herramienta para acercar la filosofía a empresas y otros colectivos. Fue entonces cuando conoció al enólogo Boris Oliva. «El vino da juego. Es un producto que por su historia, su significado cultural, invita a sentarte, a disfrutar de él y reflexionar», explica Oliva.
A diferencia de otras catas, en las socráticas la voz del sumiller no es la única que se escucha. Ni siquiera es la más relevante. «En las catas convencionales, el enólogo es el que te guía, el que te dice lo que él ve en el vino en plan masterclass». En las que organizan Quesada y Oliva todos hablan y todos se escuchan. Sólo así se puede construir ideas colectivamente. «Es el propósito de estos encuentros. Todas las ideas valen lo mismo siempre que se expresen con moderación y con argumentos pulidos y entendibles».
El jardín de Epicuro es el ejemplo a seguir. Hace más de 2.000 años, los encuentros organizados por el filósofo en aquel vergel se diferenciaban de los del Liceo de Aristóteles o la Academia de Platón en que no era un lugar pensado para instruirse. Se trataba de cultivar la amistad mientras se conversaba sobre todo tipo de temas y se daba cuenta de diversos manjares. Las catas socráticas actuales mantienen ese mismo espíritu.
Las primeras conversaciones suelen girar en torno a lo que sugiere el propio vino. El sumiller orienta lo justo. La idea es que cada quien cultive su propio gusto y olfato. «Es algo que no nos han enseñado a hacer en la escuela», dice. La fase filosófica se despliega poco a poco. Quesada introduce un tema para abrir el debate, normalmente relacionado con el mundo del vino. «Por ejemplo, ¿podemos decir que un vino es bueno de manera objetiva? ¿O existe un vino “bueno” para cada uno? ¿Amamos el vino por lo que hay en la copa o por nuestra predisposición?… Y de ahí enlazamos con temas de todo tipo».
La selección del vino no es baladí. «Son vinos de calidad pero especiales, que destacan por alguna peculiaridad, alguna rareza. No nos limitamos a los típicos rioja, ribera y demás», explica Oliva.
En algunos de los encuentros, las copas se acompañan de picoteo. «Hemos contado, incluso, con la colaboración de chefs como Enrique Sierra, entre otros». La experiencia sensorial se completa así aún más. «El objetivo final es poner en común ideas para sacar algo nuevo de todo ello. La moderación socrática ayuda y, aunque en un principio pueda parecer complicado, al final se convierte en un algo sencillo con el que se consigue un clima muy agradable de amistad y confianza».
Una respuesta a «Catas socráticas o el vino como catalizador de la filosofía»
Fantastico encuentro. Un concepto interesante en la vida de os amantes del vino.