En los Alpes suizos yace un cementerio donde, en vez de lápidas, colocan piezas artesanas. Desde cada tumba se eleva una cruz de madera que, a sus lados, muestra una escena de la vida del difunto. Talladas quedan su profesión, su rostro, un hobby o cualquier otro aspecto de la persona enterrada.
Hay escenas de un agricultor labrando tierra con sus bueyes, una mujer asomada a un balcón, una máquina de escribir, unos guantes de boxeo, un coche de Fórmula 1, un trofeo de caza, una máquina de coser, un ordenador y un ratón, un panadero horneando bollos, un trombón… En el cementerio de Jaun, en la región de Friburgo, recuerdan así a sus fallecidos.
Este camposanto es una especie de retrato en madera de los habitantes que vivieron allí en el siglo XX. En cada tumba está inscrito el nombre y los años de nacimiento y defunción de la persona enterrada. A veces, también incluyen una foto en recuerdo del individuo. Y siempre, flores frescas.
Todas las cruces miden lo mismo y su forma es igual, como si el cementerio hubiese sido planeado por un urbanista. Pero lo que ocurrió, en realidad, para que este lugar fuera diseñado con tanto cuidado y precisión fue otra cosa.
Hasta los años 40 del siglo pasado, todas las cruces que acompañaban las tumbas estaban hechas de hierro forjado. Un día murió un anciano y su familia no tenía dinero para comprar una cruz como las demás. Su nieto, Walter Cottier, tomó un trozo de madera y esculpió una escena de su vida con un cortaplumas. Después, lo colocó junto a la tumba, y lo que comenzó siendo la rareza del cementerio se convirtió en la norma.
A sus vecinos les gustó la idea y las nuevas lápidas copiaron el estilo hasta formar un cementerio como no hay otro igual en el mundo. El camposanto de Jaun, además de recordar a los ancestros de los habitantes de hoy, se erige como una especie de museo artesanal lleno de estampas de madera que muestran la vida pasada de este pequeño pueblo alpino.