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Centro Pompidou, un joven de 40 años en proceso de actualización

«Rezo por que las cosas tengan significado. Rezo por que los límites de la realidad sean lo suficientemente claros. Rezo por un mundo, y un tipo de existencia, que tenga sentido. Rezo por que haya una vida después de la muerte y no sea como esta vida. Rezo por el fin del misterio. ¿Cómo sería una vida con todos los misterios resueltos? Si no hubiera preguntas, no habría historias. Si no hubiera historias, no habría idioma. Si no hubiera idioma, no habría. . . ¿Qué?».

Scarlett Thomas. El fin de Mister Y.

Este reportaje está escrito con la estructura a la vista; con la estructura por fuera. Lo que se lee es lo que es, todo lo que es. No solo las palabras y las frases y los párrafos que están sujetos, también la explicación a esas palabras y esas frases y esos párrafos. O, mejor dicho, la explicación de por qué esas palabras y esas frases y esos párrafos son como son y están donde están.

Al principio hay una introducción a la estructura del reportaje. Después continúa con una frase para colocar la narración y, por tanto, al lector, en un momento concreto del tiempo. Es una frase que empieza con una fecha.

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El 31 de enero de 1977, Valéry Giscard d’Estaing, entonces presidente de la República Francesa, inauguró el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, un edificio monumental construido en medio del barrio parisino del Beaubourg. Era algo como nunca se había visto ni experimentado antes. Una obra de arquitectura colosal, tanto en tamaño como en aproximación conceptual. Tan perfectamente consciente de su condición de museo como de su condición de hito urbano. Un artefacto que sacó a París de su letargo decimonónico y lo mandó de cabeza al futuro.

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El siguiente párrafo es importante pues, una vez establecido que el Pompidou es un edificio sobresaliente, va a explicar por qué lo es. Es una manera muy eficaz de controlar la narrativa de un reportaje corto: se establece el sujeto protagonista (en este caso, el Pompidou) y muy al principio se lo destaca como, efectivamente, digno de ser protagonista. Qué es lo que lo destaca por encima de los demás. Qué es lo que lo convierte en el sujeto central de un reportaje.

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El Centro Pompidou era una caja perfecta. Un gran contenedor que permitía albergar en su interior cualquier objeto expositivo. Al no haber ningún impedimento físico, ni pilares ni tabiques ni conductos ni escaleras ni tuberías, el espacio interior era tan libre que acogería sin problemas cualquier cuadro, cualquier escultura y cualquier performance. Para conseguir este espacio infinitamente disponible, Renzo Piano, Richard Rogers y Gianfanco Franchini, que eran los arquitectos del edificio, habían tomado una decisión radical: la estructura, las escaleras, los conductos y las tuberías no se ocultarían entre los demás elementos del edificio. Irían por fuera. Estarían a la vista.

Al estar liberado por dentro, el Pompidou era la caja perfecta. Al generar una fachada compuesta por conductos de colores, pórticos de acero, cruces de San Andrés y escaleras que corrían por el exterior, el Pompidou era el hito urbano perfecto. Por eso, ese monumental edificio tecnificado e hipercromático, esa catedral de la tubería, era el museo perfecto.

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Ahora viene una frase que resume todo el párrafo anterior empleando un par de metáforas. Este mecanismo del escritor sirve para convencer al lector de que el reportaje no es periodístico, sino literario. Es un recurso muy presuntuoso, aunque suele funcionar para solidificar la reputación del autor.

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El Centro Pompidou era un robot acróbata: eficaz como una máquina y espectacular como un trapecista de circo.

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Para ir preparando la llegada a la recta final del reportaje, el texto abandona el pasado y viaja al presente. Como el texto habla de lo novedoso como analogía de lo joven, este viaje funciona como herramienta para saber cómo ha envejecido el protagonista, si es que lo ha hecho. El párrafo comienza dejando claro el tiempo que ha transcurrido.

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Cuarenta años después de su inauguración, el Centro Pompidou es uno de los edificios más famosos de París, y recibe unos tres millones y medio de visitantes anuales. Y eso que estamos hablando de la ciudad de la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo y la catedral de Notre Dame.

Al principio, esa caja resplandeciente que es el museo no tuvo un recibimiento especialmente caluroso entre los autóctonos; lo llamaban La Refinería o Nuestra Señora de la Tubería. Ahora, en cambio, es un símbolo tanto de la capital de Francia como de esa arquitectura de alta tecnología que triunfaba en los 80 y que prometía llevar de la mano a las ciudades hacia un futuro limpio, nuevo y deslumbrante. Un edificio joven que, cuatro décadas después, sigue siendo más joven que la mayoría de las arquitecturas que se han construido en este tiempo.

Y sin embargo…

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«Y sin embargo». El siguiente y último bloque comienza con una adversativa. En un reportaje corto es difícil generar la triada de planteamiento-nudo-desenlace, así que el autor ha condensado el nudo y el desenlace en un último párrafo que, además, sirve para enunciar la tesis del texto que ya adelantaba el título del mismo.

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Y sin embargo, a finales de 2023, el Centro Pompidou cerrará durante tres años para someterse a una renovación profunda. Al parecer, el edificio ha sufrido un «envejecimiento prematuro», en palabras de responsables del Ministerio de Cultura francés. Es difícil entender lo que significa un envejecimiento prematuro en un edificio que ya tiene más de cuarenta años; todos los edificios necesitan un mantenimiento continuado y los edificios de esa edad, con frecuencia, deben ser sometidos a labores de rehabilitación más o menos intensas. No hay fachada ni cubrición que resista cuatro décadas, y más aún cuando esa fachada y esa cubrición eran absolutos prototipos.

Efectivamente, el Centro Pompidou era un avanzado a su tiempo, un edificio eternamente joven. Pero para poder ser eternamente joven tuvo que hacer lo que no se había hecho nunca. Literalmente, lo nunca visto. Y claro, lo nunca visto es lo nunca experimentado, así que todas esas soluciones novedosas era la primera vez que se ejecutaban. Y, en más de un caso, también la última.

Porque los materiales y los sistemas han avanzado y, si quisiéramos colocar la estructura y las instalaciones en el exterior de un edificio, no tomaríamos las mismas decisiones que tomaron Piano, Rogers y Franchini. No usaríamos los mismos materiales ni emplearíamos las mismas técnicas. Emplearíamos los materiales y técnicas actuales, que son más sofisticadas, están perfectamente verificadas y, en definitiva, son mejores.

Porque para ser eternamente joven hay que estar en eterno proceso de exploración y actualización. Y esta máxima sirve para edificios, para personas y para reportajes. 

Por Pedro Torrijos

Arquitecto y músico. Escribe en Yorokobu, Jot Down y El Economista, pero lo que le gusta de verdad es tirarse a bomba en las piscinas. También puedes leerle en Twitter y Facebook

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