César Tezeta se echó la siesta. Había estado horas realizando bocetos, listas de ideas, mapas conceptuales, haciendo dibujo libre y repasando los cuadernos para preparar la portada que abre este número de Yorokobu. El cansancio le sobrevino y él no se resistió.
Tras la cabezada, cogió la tablet y se puso a dibujar sin un rumbo concreto. Y surgió la idea: «Una vez imaginada la composición, intenté darle un sentido (personal) a todo, a la vez que intentaba generar un misterio que fuera interesante, una historia que descubrir o imaginar. Algo que haga que todo encaje y confunda a la vez».
No es amigo de explicar sus trabajos («acota un poco el punto de vista del espectador e influye en su experiencia», argumenta), pero, en este caso, Tezeta hace una excepción para hablarnos de los personajes protagonistas de la imagen, de quienes considera que escenifican lo que es su visión del asueto «con una mirada adulta, pero pasada por el prisma de lo infantil».
Porque al final, el asueto, dice, «es un momento de juego y descanso, lo que de alguna manera nos lleva de nuevo a la infancia». El resto de objetos presentes en la escena aluden a placeres que solemos permitirnos en nuestros ratos de ocio: leer, tocar música, beber té… «Son actividades tranquilas (a veces) que se pueden hacer en solitario y que nos permiten contactar con nuestro mundo interior, el de la fantasía y el disfrute».
Momentos vitales y necesarios y que, sin embargo, reconoce que le ha costado incorporar a su rutina. «Me ha llevado mucho tiempo aprender a relajarme e introducir pausas en mi proceso de trabajo. He aprendido que la relajación es imprescindible y que abona el suelo creativo sobre el que trabajamos».
Para él los ratos de asueto son como «parpadeos imprescindibles entre dos miradas. Un momento de oscuridad y desvanecimiento en el que las estructuras externas pierden parte de su poder y la mente vaga en una inactividad fértil». Y acaba con lo que podría considerarse un axioma para todo creativo: «El aburrimiento es mágico».
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