Si atendemos al conmovedor monólogo de Robin Williams en la película El indomable Will Hunting («no sabes lo que se siente al perder a alguien porque solo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo»), es probable que espetemos un condescendiente «OK, boomer» si tenemos menos de treinta años, o un «paparruchas» si somos ya viejos zorros de vuelta de todo. Pero eso sería un error, porque debajo de esa formulación de libro de autoayuda hay literatura científica que deberíamos tener en cuenta.
Por supuesto, el que suscribe no predica con el ejemplo, porque peina canas y es un poco señor Scrooge. Sin embargo, nunca es tarde para cambiar (otro tópico de autoayuda); y, además, con este texto que sigue me acojo a la réplica del filósofo alemán Max Schelling, al que preguntaron en cierta ocasión por qué no acataba las reglas que él mismo proclamaba: ¿acaso esperamos que una señal de tráfico siga la dirección que indica?
A todos nos quieren endilgar las típicas listas de cosas que uno debería hacer antes de morir. Estas listas son más o menos fiables y a menudo reflejan sermones de perogrullo, tan gastados e ineficaces como un refrán. Pero ahí siguen, inexorables. Nos sentimos a gusto dando siempre los mismos consejos, recibiéndolos, y también ambicionando lo que resulta común para todos: salud, dinero, amor, esas cosas.
En Japón, por ejemplo, hay una tradición que se celebra en los templos sintoístas que consiste en escribir deseos y esperanzas en unas pequeñas placas de madera llamadas ema. Cada ema se cuelga con las otras que adornan el templo para que las lean los dioses (kami), pero si las leemos nosotros descubriremos un conjunto de mensajes del tipo «aprobar un examen», «un buen final para una situación complicada», «un viaje seguro»…
Hasta aquí no hay mucho más: anhelos superficiales que se consuelan con recetas superficiales. Sin embargo, si desconectamos por un momento la displicencia de viejo zorro o la condescendencia de milenial, es probable que hallemos una veta fructífera. Un patrón subyacente que puede resumirse en el miedo a la incertidumbre.
No saber lo que va a pasar genera estrés en casi todos nosotros, incluso más del que más tarde generará aquello que nos suceda. Es decir, sentimos un nudo en la garganta con cada preocupación y malgastamos energía que podríamos emplear para ocuparnos en vez de pre-ocuparnos. Incluso, parece ser que ocuparnos de los problemas es también una forma poco satisfactoria de vivir la vida. Básicamente porque somos incapaces de saber lo que nos hará felices o infelices en un futuro, tal y como señala Daniel Gilbert en el libro Las mejores decisiones (edición de John Brockman) tras analizar estudios clínicos al respecto:
Nuestra capacidad para simular el futuro y predecir nuestras reacciones hedónicas es muy deficiente y la gente rara vez es tan feliz o tan infeliz como había previsto.
Ni siquiera somos capaces de evaluar cómo nos sentiremos después de un evento tan doloroso y traumático como la muerte de un ser querido al transcurrir solo un año: por lo general, tendemos a pronosticar que nos sentiremos peor de lo que realmente estaremos.
Algo parecido a lo que sucede con las listas de cosas pendientes o las bucket list.
Quizá la forma más razonable de saber qué cosas son más importantes que otras pasaría por la evaluación retrospectiva, a toro pasado. Vivir, mirar atrás y diagnosticar qué nos produce arrepentimiento y qué no. Como no disponemos de un Delorean para viajar al pasado y resarcirnos en ese sentido, podemos hacer otra cosa: escuchar a los que están a punto de morir, buscar pautas en quienes ven la película de su vida y extraen alguna enseñanza de ello.
En tal caso, hay una serie de aspectos que suelen repetirse más a menudo cuando una persona está cerca de la muerte. Cosas de las que se arrepiente de no haber hecho. Quizá, sabiéndolas de antemano, podemos llevarlas a cabo antes de que nos alcance el sepulcro.
Eso es lo que hizo Bronnie Ware, una enfermera de cuidados paliativos que atiende a pacientes que se encuentran en las últimas semanas de su vida. Las cinco cosas que más veces repetían sus pacientes:
Suenan a tópicos de película navideña, sin duda, y excitan al Grinch que todos llevamos dentro. Pero si dejamos atrás el escepticismo, el cinismo y el ceño fruncido, estas son las cosas que realmente hacen que la vida valga la pena, las cosas que Robin Williams le exhortaba al resabiado Will Hunting (Matt Damon).
De hecho, un estudio de 2018 dirigido por el psicólogo de la Universidad de Cornell Thomas Gilovich llegó a conclusiones similares a las recogidas por Ware. Y todas esas cosas, en aras de poder estamparse en una taza, pueden condensarse en una sola: propiciar momentos especiales que resintonicen con nuestra forma de ser a expensas de lo que se espera de uno.
Pudiéramos pensar que no hay recetas universales, que todos somos distintos. Pero sí las hay en tanto en cuanto todos somos idénticos en muchos aspectos, básicamente porque todos usamos el mismo ADN de Homo sapiens para moldear nuestro cerebro y hasta la última fibra de nuestro ser.
Hay elementos que parecen estar en todos nosotros, de promedio, con independencia de nuestra cultura, nuestra educación, nuestra nacionalidad, nuestra edad. Porque no somos una tabula rasa al nacer. Así que en ocasiones hay que ser receptivos con los consejos aunque sean manidos. Las más de las veces serán perogrulladas o simplificaciones, pero si se repiten tanto en esos últimos momentos en los que toca despedirse de todo, quizá deberíamos hacerles un poco más de caso, y escribirlos en un ema.
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