A todos nos gustaría, en algún momento, ser los autores de una frase célebre: esas que quedan para la historia, cargadas de agudeza, brillantez, síntesis analítica, futuro; un pasaporte a la eternidad.
Los personajes de las novelas de Raymond Chandler son el epítome de esto: máquinas andantes de fabricar frases insuperables. No es de extrañar que, cuando al cineasta Howard Hawks le dio por retorcer aún más el universo del detective privado Philip Marlowe con El sueño eterno (1946), el ingenio de los diálogos fuese de lo poco que arrojara luz sobre su enrevesada trama: asistir a tal despliegue de sagacidad en situaciones cotidianas no hace sino recordarnos que poco o nada de realismo hay en esas ficciones caóticas. ¡Ni falta que les hace!
Sin embargo, desde un tiempo a esta parte se le está dando una vuelta de tuerca a esto de las citas históricas. Raro es el día en que los políticos no traen a colación alguna para justificar sus argumentos, independientemente de que estos se parezcan a los del autor original tanto como un huevo a una castaña. Así —y dejando como divertido caso aparte al diputado Aitor Esteban y sus referencias a películas populares—, en el Congreso vemos citarse con asiduidad a Chomsky, Azaña, Unamuno, Thatcher, Galdós, Brecht, Churchill u Orwell (que supera a todos por goleada).
Y podemos preguntarnos: ¿realmente frases con décadas o siglos de antigüedad son pertinentes a la hora de explicar nuestra actualidad política?
Lo cierto es que algunos de estos aforismos pueden viajar de uno a otro episodio de la historia sin perder un ápice de vigencia. No obstante, también están los que, más que fortalecer el discurso, lo contradicen (por mucho que resulte cool citar algunos nombres). Hagamos pues un ejercicio de imaginación. Supongamos que tenemos que dar un discurso en el Congreso: ¿Qué frases sí merece la pena rescatar de la historia para explicar nuestra realidad sociopolítica? Aquí van tres ejemplos:
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Lo único que aprendemos de la historia es que nadie aprende de la historia.
(Otto Von Bismarck)
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Hoy parece un tópico, pero hay dos motivos por los que es interesante comentar esta frase. El primero es como paradoja de los peligros del ahistoricismo inherente a estas citas: se ha atribuido a Hegel, a Aldous Huxley, a Oscar Wilde e incluso a Hitler. Nosotros, siguiendo al historiador Anthony Beevor, la adjudicamos a Von Bismarck. Porque ¿cómo aprender de la historia si no sabemos quién nos la está contando?
El segundo motivo es que esta frase habla del ahora como ninguna otra: los discursos políticos se amparan, cada vez más, en falsos paralelismos entre sucesos actuales y pasados.
No hace falta ir muy lejos. Santiago Abascal, por ejemplo, citó entre sus momentos favoritos de la historia de España «Covadonga y don Pelayo». Por tanto, no pudo extrañar que el lugar elegido en abril de 2019 para iniciar su Reconquista en forma de elecciones fuese Covadonga. Se insertaba así en una historia que ni siquiera se sabe si es real: la propia existencia de la batalla de Covadonga es algo muy discutido por los historiadores.
Lo que interesa no es aprender de la historia, sino hacer del pasado un puente que avale las acciones de hoy. Y, a veces, esto puede ser peligroso: con su «día de la infamia», Bush comparó el 11-S y Pearl Harbor; con su «eje del mal», Bush comparó Irán, Irak y Corea del Norte con Japón, Alemania e Italia. El resultado de justificar su estrategia en falsos paralelismos históricos fue atroz: una guerra.
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Usted deme los hechos que yo haré que se adapten a mi argumentación.
(Winston Churchill)
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Ocurrió en First Dates. Francisco le dijo a Ángela que quería una segunda cita, que era todo lo que buscaba: una mujer con la que poder hablar. Pero Ángela lo rechazó segundos después y, entonces, donde dije digo, digo Diego. «Pues mira, la verdad es que yo tampoco quiero, lo he dicho por decir. Tampoco tú eres la mujer que yo buscaba». Sí, Ángela era una mujer con la que Francisco podía hablar, pero ahora, al parecer, para discutir: «Yo soy más de derechas y tú de izquierdas». Usted deme los hechos…
Ocurrió en el Santiago Bernabéu. Carlo Ancelotti, entrenador del Real Madrid, dijo en rueda de prensa que la victoria de su equipo frente al Athletic Club fue merecida porque dieron una exhibición en los primeros 20 minutos. Casi al mismo tiempo, Marcelino García Toral, entrenador del Athletic, afirmó que no merecieron perder porque sufrieron solo durante 20 minutos. Usted deme los hechos…
Ocurrió el pasado 11 de diciembre. Johann Biacsics, líder del movimiento antivacunas en Austria, fallecía de covid a los 65 años tras negarse a recibir tratamiento hospitalario. En vez de eso, se aplicó sus propios remedios: infusiones y lavativas de dióxido de cloro. Empeoró y murió, pero eso no cambió la opinión de sus seguidores. Al contrario: lo vieron como la prueba de que fue envenenado y el covid no existe. Usted deme los hechos…
Al final, todos tendemos a situar nuestro ego en el centro de la historia. Da igual el fútbol o el amor: siempre merecemos ganar. Pasa también con el propio ejercicio de citar: «Usted deme la frase que yo haré que se adapte a mi discurso», piensan algunos políticos. ¿Cómo se explica, si no, que Abascal utilizase en una ocasión el «ni venceréis ni convenceréis» al estilo del «venceréis, pero no convenceréis» que Unamuno espetó a Millán-Astray?
Como Churchill —que al escribir la historia se aseguraba de que esta le tratase bien— los políticos parecen creer que, apropiándose de una frase perteneciente a un pensador de la ideología contraria, automáticamente lo convierten en aliado. Bonar Law dijo a propósito de La crisis mundial de Churchill que era «una autobiografía disfrazada de historia del universo». En efecto, Churchill partía de una idea que quería transmitir y ya después buscaba los hechos. Pero, si no se ajustan, uno siempre puede hacer como Groucho Marx: Estos son los hechos… y si no le gustan tengo otros.
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Mientras los leones no tengan sus propios historiadores, las leyendas de caza siempre glorificarán al cazador.
(Proverbio nigeriano)
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Poco antes de que acabase la II Guerra Mundial, George Orwell escribió en Tribune que «la historia la escriben los vencedores» (puestos a citar al autor de 1984, ¡esta sí que no caduca!). Sin embargo, este proverbio nigeriano va más allá: incide en que no hace falta una guerra para que un colectivo sea invisibilizado. Sin embargo, hay muchos más leones que cazadores. Son numerosos los colectivos sin narrativa —esto es, sin historia— ante la imposibilidad de tener «sus propios historiadores». La escritora Carla Montero actualizó con optimismo la frase de Orwell diciendo que «la historia la escriben los vencedores, pero el paso del tiempo también da voz a los vencidos».
Más tarde, en los años 60, el cineasta parisino Jean Rouch viajó a distintos países de África (donde las narrativas sobre sus habitantes habían sido impuestas por el cazador Francia). Rouch les dio la cámara y dejó que fueran ellos quienes aportasen su mirada.
Este año Jonás Trueba hizo algo parecido: después de tantas y tantas películas sobre adolescentes contadas por adultos que banalizan y simplifican sus historias, el cineasta madrileño les entregó la cámara a los propios adolescentes y dejó que ellos mismos diesen forma a sus preocupaciones. Lo que nos enseñan Rouch o Trueba, o movimientos como el MeToo o el Black Lives Matter, es la importancia de que los distintos colectivos puedan escribir su historia. Así, no solo tendremos un mundo más justo, sino que también será más verdadero.
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