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Los enigmas de Nasca desentrañados a través de sus cerámicas, tejidos y geoglifos

Los habitantes de Nasca, en el departamento peruano de Ica, se percataron a mediados del siglo XX de la presencia de una mujer de piel clara, una extraña, una aparición que dedicaba el día a trajinar por las piedras de la pampa. Sentían hacia ella una mezcla de curiosidad y sospecha. Empezaron a llamarla «bruja».

Se llamaba María Reiche; era alemana; había estudiado matemáticas, física y geografía; había huido de un país engrisecido por los nazis; había trabajado como traductora; y ahora estaba acometiendo una tarea, en apariencia, absurda: barrer el desierto.

Parecía cumplir un castigo mitológico, como Sísifo con su roca y su montaña. Pero cada brochazo de escoba, cada medición, cada cálculo, cada desplazamiento para tomar perspectiva y contemplar, cada vuelo con la Fuerza Aérea Peruana, eran un paso más para descubrir los secretos de una cultura de 2.000 años de antigüedad. Reiche empeñó su vida en descifrar una civilización a través de sus geoglifos: las conocidas como «líneas de Nazca».

Reiche conoció la existencia de estos dibujos por un texto del arqueólogo estadounidense Paul Kosok y quedó fascinada. En su búsqueda, encontró 18 tipos diferentes de animales y cientos de figuras y formas geométricas. Estos inmensos dibujos, solo visibles en su verdadera magnitud desde el cielo, eran unos testigos mudos de un pueblo desaparecido que se desarrolló en Perú entre los años 200 a. C y 650 d. C en la cuenca del Río Grande.

Geoglifo de Nazca (Orca o ballena) Alfonso Casabonne.

Pero la historia de esta cultura va más allá de las líneas de arena. El Espacio Fundación Telefónica acoge hasta el 19 de mayo una muestra de 300 piezas que ayuda a leer aquel pasado: fotografías, dibujos, fardos funerarios de la necrópolis de Wari Kayan, cerámicas, tecnología hidráulica y tejidos. Es la exposición más grande organizada en España sobre el tema. Está comisariada por Cecilia Pardo, arqueóloga y subdirectora del Museo de Arte de Lima, y Peter Fux, curador del Museo Rietberg de Zúrich.

Su nombre es Nasca. Buscando huellas en el desierto. Se trata de eso, de seguir un rastro inacabable, de tratar de explicar la maravilla: los científicos siguen debatiendo hoy sobre la esencia de ser de esta cultura.

La «bruja», la barredora de tierra, la extraña que cartografió las líneas de la pampa y luchó para proteger aquel legado, acabó recibiendo el reconocimiento de Perú y del mundo. Su labor fue esencial para que las figuras se catalogaran como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1994. Cuatro años después murió y fue enterrada allí, cerca de las arenas de su vida.

Ella, Reiche, interpretó que aquellos trazos constituían una suerte de calendario astronómico para regular las cosechas. Otros investigadores descartan los fines científicos que atribuyó Reiche (que los llegó a calificar como el «primer despertar de las ciencias exactas») y hablan de fines ceremoniales y religiosos.

Nasca (200 a.C.-650 d.C.) Adorno de metal que representa a una criatura serpentiforme. Museo de Arte de Lima. Donación Memoria Prado.
Paracas – Nasca (200 a.C.- 50 d.C.) Manto con diseño de cóndores que formó parte de las ofrendas de un fardo funerario. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú.

Se ha hablado de que rendían culto a las montañas, a la fertilidad, al agua; o que eran caminos, laberintos o escenarios para rituales en los que se rompían vasijas y cerámicas.

Los geoglifos no están grabados en la piedra, solo esbozados. «Se forman, fundamentalmente, a través del contraste de colores que se produce debido a la composición geológica de las pampas», cuenta en su nota el Espacio Fundación Telefónica. «El viento fue despejando gradualmente la arena de la superficie, dejando una espesa capa de piedras pequeñas que, debido a procesos de oxidación, fue adquiriendo un tono oscuro». El geoglifo se creaba, simplemente, apartando esas piedras convenientemente para dejar a la vista, contrastando con el resto de la superficie, el color del suelo.

Pero Nasca no es solo ese paisaje geométrico (el simio de cola enroscado, la araña, el colibrí, los hombres de extrañas proporciones, las vías cruzadas…) diseñado para la vista de los pájaros y de quién sabe qué seres. Sus cerámicas incluyen «motivos de aves, seres marinos, frutos, escenas de agricultura y pesca, pero también seres híbridos, personajes sobrenaturales que pertenecen a un mundo paralelo», detallan desde la Fundación.

Objetos como estos demuestran, como tantos ejemplos a lo largo del continente americano, la fertil historia que pasó desapercibida a los países europeos. Al otro lado del océano brillaba un mundo complejísimo, con organizaciones sociales, creencias, filosofías y rituales muy alejados (pero igualmente ricos) de la concepción de normalidad y trascendencia desarrollada en el viejo continente.

Nasca (200 a.C.-650 d.C.) Botella con representación escultórica de orca que sostiene cabeza trofeo. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú.
Nasca (200 a.C.-650 d.C.) Taza con diseños del ser mítico antropomorfo. Museo de Arte de Lima. Donación Memoria Prado.

Representaciones pictóricas de peleas rituales y de la preparación de las cabezas-trofeo, esculturas de peregrinajes, mantos funerarios cruzados por una manada de cóndores; todo, íntimamente relacionado con la cotidianidad, la necesidad de generar cohesión o de ordenar la arbitrariedad de las fuerzas naturales.

El rollo de cerámica con forma de palo de maíz cedido por el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia de Perú enseña la importancia que cobraba la agricultura en las representaciones artísticas. Los nascas conocían la frontera entre la aridez del desierto y los terrenos fértiles de la cuenca del Río Grande. Aprendieron a extraer el agua del subsuelo para sortear las temporadas secas, y, gracias a eso, alzaron las plantas de su subsistencia: maíz, yuca, frijoles o los pallares. Esa cosmovisión se plasmaba en sus creaciones y sus utensilios.

Nasca (200 a.C.-650 d.C.) Representación escultórica de escena de peregrinaje. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Ministerio de Cultura del Perú.

Un ser de compleja morfología conocido como Ser Mítico Antropomórfico aparece plasmado en todos los soportes que dominaban los nascas. Algunos le han atribuido el papel de ser su dios central, pero no hay consenso: otros creen que la panoplia de divinidades era mucho más variada. «Está claro que compartían una cosmovisión religiosa en la que lo sobrenatural interactúa con lo real para darle su aliento vital», precisa la Fundación en su guía.

Y eso, sea en una dirección u otra, puede ser lo que representaban las líneas de nasca: una forma de traspasar el umbral de lo tangible, de comunicar al cielo, a los seres creadores, a los ancestros, que allí, en esa pequeña región del mundo, un grupo de hombres y mujeres estaba tratando de entender el lenguaje de la existencia.

Fotografía de portada: Diego Delso, delso.photo, Licencia CC-BY-SA

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